¡A todo el mundo le encanta este video! (A todo el mundo femenino, mayormente). La mayor parte de las mujeres que lo ven dicen: «¡Qué lindo sería que mi esposo sea como el que describe este hombre, tan sensible y atento, y no la porquería con la que me casé!».
Es lógico, según lo que dice este hombre, los hombres debemos compartir la «carga mental» de las mujeres. Ellas se sienten tan solitas, tristes, abandonadas, incomprendidas, que escuchar a un hombre decir las maravillas que dice esta persona, les llena la cabeza de fantasías hermosas sobre príncipes encantadores y damiselas en peligro rescatadas de las garras del dragón por el valeroso caballero.
En las tierras de la fantasía, todo eso suena como a serenata nocturna, como a un mundo maravilloso, que además este buen psicólogo presenta como posible, deseable y cercano. «Lástima grande que no sea verdad tanta belleza», dirían los poetas.
Este psicólogo (que estoy seguro que en su casa es un dechado de virtudes y un caballero andante) está fantaseando y presentando como posible, deseable, frecuente y normal que suceda algo que ocurre en muy pocos matrimonios. Y que en los pocos matrimonios que ocurre es porque en ese matrimonio hay un hombre con el espíritu quebrado.

¡No me malinterpretes!

Yo soy un caballero andante y en mi casa la cocina es casi exclusivamente mi responsabilidad. Me baño y llevo la ropa al cesto de la ropa sucia (que está ¡En el otro extremo de la casa!). Siempre llevé a los niños a su cama cuando se pasaban a la nuestra y me gusta mucho hacer de chofer de la familia. Y allí terminan mis habilidades de «esposo colaborador»… Y ¡Doy conferencias sobre cómo ser un esposo colaborador.

Un poco de realismo entre tanta magia

El hombre debe compartir las responsabilidades del hogar. Es corresponsable de absolutamente todo lo que pasa en la casa. Eso está claro. No puede desentenderse de las tareas cotidianas porque las tareas cotidianas son parte esencial de la vida, tiene que hacer su «cuota» y ser generoso en la entrega. Nadie discute eso.
El problema es que hombres y mujeres somos esencialmente distintos, y pretender que seamos exactamente iguales es nada más que un engaño: los hombres y las mujeres somos ontológicamente distintos, y nuestras diferencias no están llamadas a enfrentarse, pero deben sí o sí educarse.
Lo que a las mujeres les sale naturalmente (colaborar en casa) a los hombres nos cuesta mucho más. Las mujeres son ontológicamente serviciales, nosotros somos ontológicamente competitivos. Cuando una mujer ve a otra hacer algo, le sale naturalmente ofrecer ayuda. Cuando un hombre ve a otro hacer algo, si participa en la actividad, inmediatamente se pone a competir para ver quién termina primero.
Eso lo saben instintivamente las madres de varones que en lugar de gritar «tienen que ordenar su habitación» les sugieren a sus niños: «el que junte más juguetes se gana un beso de mami». Hace poco me llegó un meme que decía algo así como:
«Nuestra generación está tan preocupada por mostrar que las mujeres pueden hacer lo mismo que los hombres, que se pierde lo que la hace única. La mujer no fue creada para hacer todo lo que hace un hombre, la mujer fue creada para hacer todo lo que un hombre no puede hacer». Si no comprendemos y valoramos esta diferencia, vamos a parar al mundo de la fantasía que presenta este psicólogo.

Lo ideal es enemigo de lo posible

¿Por qué comencé este artículo en un tono tan fuerte y oponiéndome al video que tenía que comentar? ¡El video es bueno y sería mucho mejor si pudiera realizarse inmediatamente, pero parte de un supuesto equivocado! ¿Cuál es ese supuesto equivocado? Que los hombres y las mujeres tenemos exactamente las mismas aptitudes, actitudes y prioridades en las actividades que rodean a las tareas del hogar.
Lo dice explícitamente: la única tarea que es específicamente materna, es la lactancia. En todo lo demás, deberíamos compartir la responsabilidad (ser co-responsables). Hasta ahí estoy de acuerdo, parcialmente. Pero luego da un paso más y sostiene «también tenemos que compartir la carga mental» y cuando abunda sobre este concepto es donde se ve la «trampa» de esta clase de videos.

Somos distintos: somos complementarios

Hombres y mujeres no somos iguales. Somos iguales en dignidad, en importancia y en el amor de Dios hacia cada uno de sus hijos. Eso con seguridad. Pero luego, en casi todo lo otro, somos muy distintos. Somos tan distintos, que muchas veces parece increíble que podamos convivir bajo el mismo techo con tantas diferencias que tenemos.
Si negamos esas diferencias, y queremos ver a hombres y mujeres como exactamente iguales, nos estamos perdiendo la riqueza intrínseca del matrimonio. Como somos diferentes podemos donarnos al otro, y lo que donamos es, precisamente aquello en lo que somos diferentes.
Cuando una persona se enamora de otra persona, lo que está buscando en la otra persona no es lo que tiene, sino, precisamente lo que le falta. Somos seres incompletos, seres que tenemos necesidad del otro, y cuando buscamos al otro lo buscamos para que nos «complete». Somos seres complementarios. Especialmente en la función parental es donde esta complementariedad tiene una función primordial para la crianza y educación de nuestros hijos (te recomiendo el curso online: «Formar a nuestros hijos en la fe»).
Nuestra fisiología es autosuficiente para todas nuestras funciones corporales, excepto para una: en la sexualidad somos diferentes, pero esa diferencia no es para enfrentarse, sino que está llamada a complementarse. Tenemos en nuestro cuerpo lo que el otro necesita para perpetuar nuestra especie y para unirnos en una forma que solo la unión conyugal abierta a la vida puede lograr: la donación entera y total de mis riquezas para el beneficio del otro.
Para donarme a otro, para que mi donación sea realmente un regalo, tengo que tener algo que el otro no tiene. Cada melodía es importante, pero la belleza está en la polifonía. Sintiendo la brecha ontológica, los sexos se atraen, se necesitan porque se complementan.

Un poco de fisiología

Esa diferencia que se manifiesta en lo sexual es de crucial importancia en nuestras relaciones conyugales. Pero desde el momento en el que la mujer queda embarazada, esa diferencia se amplifica, se magnifica por una programación neurofisiológica que logra convertir a la mujer en una «superdotada» para la tarea maternal.
El cerebro de la mujer, mediante nueve meses de interacción con el bebé en su interior, se «reconfigura» para ser madre. Su área de reconocimiento facial se especializa, y por eso una madre va a ser capaz de reconocer la cara de su bebé entre cientos de otros bebés. Su área de reconocimiento auditivo se prepara para escuchar sonidos agudos, de modo tal que solo con escuchar a su bebé llorar, la madre reconoce qué le pasa y cómo resolverlo.
Todo ese diálogo fisiológico provoca secuelas permanentes y persistentes en todo el comportamiento femenino: se reconfigura su modo de ver, su modo de escuchar, su modo de dormir, su modo de entender el mundo. Por los próximos años, el hijo (y los hijos que sigan a ese primer hijo) se van a volver una prioridad absoluta, completa e impostergable para ella.
Pretender que el padre y la madre tienen la misma «carga mental» en la crianza de los niños es un disparate sin pies ni cabeza. La madre siente las necesidades de sus hijos como propias, como necesidades fisiológicas impostergables. La carga emocional que la madre siente cuando su hijo sufre, es incomparablemente mayor que la que pueda sentir cualquier hombre en cualquier circunstancia. El hombre carece de ese condicionamiento biológico imperativo que hace que la mujer sufra con su hijo como si su sufrimiento fuera propio.

Adicción al hijo

Como parte del trabajo de parto, y el cierre del puerperio, la mujer se hace adicta, literalmente adicta al olor de su hijo. La descarga de dopamina en el cerebro de la mujer por sentir el olor de su hijo es prácticamente igual a la que siente un adicto a las drogas cuando recibe su dosis.
Por eso, cuando las mujeres vuelven al trabajo luego de la lactancia, tienen los mismos síntomas de abstinencia que tienen los adictos a las drogas: náuseas, mareos, vómitos, etc. De esa adicción al hijo se le da naturalmente a la mujer muchas de las características que tan importantes son para el cuidado del crecimiento del hijo: recuerda con extrema facilidad fechas, lugares y especialmente citas para el cuidado del hijo.
El hombre a duras penas recuerda que tiene un hijo. Pretender que ambos tienen corresponsabilidad en estas facetas del cuidado es desconocer toda la fisiología del embarazo, parto y puerperio.

Amor de mamá, amor de papá: la diferencia en la mirada

La madre entrega al hijo una mirada incondicional, porque su amor está biológicamente condicionado. El hombre entrega al hijo una mirada condicional, porque no tiene ese condicionamiento biológico. Esto es un comportamiento puramente instintivo y esa mirada binocular pero complementaria, logra hijos plenos.
Cada mirada es importante, cada punto de vista es valioso, pero son esencialmente diferentes, y están llamados a exigir de un modo diferente. El amor de padre generalmente será determinante de la exterioridad de niños y niñas. El padre formará la seguridad y la exterioridad de los niños, y su modo de enfrentar el mundo.
Papá representa la justicia y la seguridad, y transmite esos criterios a niños y niñas. Generalmente, papá es muy exigente con los hijos varones, y tiene un poco más de dificultad para disciplinar a las niñas.
El amor de madre generalmente será determinante de la interioridad de niños y niñas. La madre formará la ternura y la interioridad de los niños y su modo de relacionarse con los demás. Mamá representa el amor y la cercanía afectiva, y transmite esos criterios a niños y niñas. Generalmente, mamá es muy exigente con las hijas mujeres, y tiene un poco más de dificultad para disciplinar a los niños.

La innegable abnegación femenina

Las mujeres se «reprograman» para ser abnegadas durante el embarazo. Las necesidades de sus hijos son sus necesidades, y no pueden entender cómo los padres podemos «dejar sufrir» a un hijo pudiendo evitarlo. El amor de madre no mide el peligro: cualquier peligro es un peligro de vida o muerte.
Para la madre no hay peligros chicos: el mundo es amenazante, y no hay esfuerzo que no sean capaces de hacer por sus hijos. Entonces, cuando ve que el papá no escucha a su hijo llorar por la noche, decide (casi unilateralmente), no pedir ayuda, y asume la responsabilidad completa del cuidado del hijo. Porque está biológicamente condicionada para hacerlo super bien.
El innegable perfeccionismo femenino. Este «mindset», esta disposición mental la lleva a pensar (erróneamente) que nadie va a hacer las cosas como ella las hace. Se convierten en obsesivas perfeccionistas. Y cuando el hombre quiere «colaborar», lo expulsan diciendo: «deja, lo voy a hacer yo porque tú no sirves para esto».

¡Viva la diferencia!

¿Puede un padre ser tierno y una madre ser exigente? ¡Por supuesto que sí! Pero en la casi totalidad de los casos, el instinto maternal es determinante para fomentar la ternura y la certeza del amor incondicional de los niños. Y en la casi totalidad de los casos el instinto paternal es determinante para fomentar la seguridad en las propias capacidades y lanzar al niño al mundo. Son amores distintos, son amores complementarios.
El amor de madre, al estar basado en este lazo biológico, es un amor incondicional, un amor que acepta al hijo tal cual es, y no cuestiona la clase de hijo que tiene, sino que acepta al hijo del modo que el hijo vino al mundo. El condicionamiento fisiológico maternal va a tratar de evitar que al hijo le sucedan cosas peligrosas, y la «hembra parida» en cualquier especie de mamífero superior, va a llegar a exponer su vida para cuidar a su cría. Por lo tanto, es un amor que buscará por todos los medios proteger a su cría de los peligros de la vida.
El amor de padre tiene, contrariamente al amor materno, un fuerte componente voluntario, y solo un débil componente biológico. El componente biológico puede incrementarse en pequeñas cantidades mediante un acto voluntario, pero nunca será ni remotamente parecido al vínculo biológico materno.
Al ser un rol voluntario, el tipo de vinculación que se establece entre el padre y los hijos es un vínculo espiritual, contrapuesto al vínculo biológico que se establece con la madre. Este rol voluntario va a estar más condicionado, y tendrá por lo tanto una exigencia superior sobre los resultados de la performance de los hijos en la vida.
El amor paterno será mucho más exigente que el de la madre, y buscará que el niño esté siempre dando lo mejor de sí mismo. El padre transmitirá al hijo y a la hija la seguridad necesaria como para afrontar los peligros del mundo, de acuerdo a su capacidad, y generando y ampliando la confianza en sí mismo del niño.
Por lo tanto, el amor paterno formará la exterioridad en la afectividad del niño, y su modo de relacionarse con el mundo. Al ser un amor exigente y demandante, el padre formará la idea de la justicia y la autoridad en la mente infantil. La relación con un padre presente, especialmente en la infancia y adolescencia formará a niños que respeten la autoridad y busquen la justicia en sus acciones.

No podemos ser iguales, ni tenemos que serlo

El problema de estos videos de «divulgación» es que generan falsas expectativas, y generan falsos objetivos. La intención general es buena, pero en lugar de favorecer el diálogo en la familia, y lograr una mejor colaboración, genera el efecto contrario. El papa Francisco dijo en su catequesis del 15 de abril de 2015:
«Para conocerse bien y crecer armoniosamente el ser humano necesita de reciprocidad entre el hombre y la mujer. Cuando no es así, se ven las consecuencias. Estamos hechos para escucharnos y ayudarnos recíprocamente. Podemos decir que sin el enriquecimiento mutuo en esta relación —en el pensamiento y la acción, en los afectos y el trabajo, también en la fe— los dos no pueden entender plenamente lo que significa ser un hombre y una mujer. La cultura moderna y contemporánea ha abierto nuevos espacios, nuevas libertades y nuevas profundidades para el enriquecimiento de la comprensión de esta diferencia, pero también ha introducido una gran cantidad de dudas y escepticismo».
Tenemos que saber que somos diferentes, que esa diferencia nos beneficia, y que tenemos que apreciarnos precisamente porque somos diferentes. De nuestras diferencias nos enriquecemos, porque no puedo donarme si soy exactamente igual al otro.
Andrés D'Angelo, catholic-link