San Ignacio de Loyola creó los ejercicios espirituales y también el ejercicio de oración que él llamaba “Examen Diario” y que según el gran santo jesuita debía ser “el cuarto de hora más importante del día” para una persona.
Se trata de un repaso del día para presentárselo a Dios junto a los avatares del día a día, incluso a las cosas más insignificantes. Se repasa el pasado más reciente para encontrar a Dios y sus bendiciones en la vida cotidiana.
Han pasado casi cinco siglos desde entonces pero este examen diario sigue siendo tan válido como entonces. Ha ayudado a millones de católicos en este tiempo y aún hoy es una herramienta muy útil para los creyentes.
El padre Ed Broom, sacerdote oblato y gran divulgador de la espiritualidad ignaciana, anima a todos a realizar este examen diario. “Si se hace los frutos son innumerables y las bendiciones copiosas”, asegura. En su opinión, es “una herramienta indispensable para erigir una estructura sólida para una vida de auténtica santidad”.
En un artículo en Catholic Exchange, este religioso explica brevemente los cinco pasos clásicos para hacer el examen diario:
1. Recordar la presencia de Dios
Toda oración auténtica comienza recordando la presencia omnipresente de Dios. San Pablo, citando al poeta griego, lo expresa así: “En Él vivimos, nos movemos y existimos”. (Hechos 17:28) Por lo tanto, comienza tu Examen diario recordando la presencia permanente y omnipresente de Dios. Él está presente en todo momento, en todos los lugares, circunstancias y situaciones. “Incluso cuando nuestra vida parece ser una noche oscura del alma, ¡Dios está tan presente como el sol que brilla al mediodía!”, recuerda el sacerdote.
2. Dar gracias al Señor porque es bueno
San Ignacio insiste en la importancia de la gratitud. Los creyentes deben cultivar una actitud de gratitud. San Ignacio afirma que la esencia misma del pecado es la ingratitud, la falta de dar gracias a Dios de todo corazón. Es importante tomar conciencia clara de que todos los dones –físicos, intelectuales, espirituales, etc- provienen de Dios.
“Por lo tanto, rebobina la película de tu vida desde tu último Examen Diario para ver lo que te han regalado y permitir que tu corazón se expanda en un acto desbordante de acción de gracias. En una palabra, todo lo que tenemos (excepto nuestros pecados, aquellos que escogimos voluntariamente y que Dios permitió) son regalos gratuitos de nuestro Padre Celestial”, recalca el padre Broom.
3. Ruega a Dios que envíe el Espíritu Santo para que te veas como Dios te ve
En el examen diario pide el Don de los dones, el Espíritu Santo, para que ilumine el intelecto, para ayudarlo a repasar la totalidad de cómo vivió ese día. “La humildad es la verdad, y hay que suplicar con toda honestidad para ver lo que has hecho en el día, pero incluso más allá de tus acciones exteriores y así tener la gracia de ver también tus intenciones interiores. Nunca debemos olvidar que el hombre ve la superficie, el mero exterior, pero Dios puede leer nuestro corazón e incluso nuestras intenciones más ocultas”, insiste el religioso oblato.
4. Gratitud y arrepentimiento
Durante el examen, como ya se señaló anteriormente, lo más probable es que uno se dé cuenta de la increíble bondad de Dios y de los muchos regalos que le ha hecho ese día. Sin embargo, con toda sinceridad y verdad, el Espíritu Santo también señalará algunos pensamientos, palabras y acciones, e incluso algunas intenciones, que estaban fuera de lugar y no agradaban a Dios. Solo Dios es perfecto y la Biblia enseña que el justo cae siete veces al día. Ser consciente de estos fracasos morales y pedir perdón es algo imprescindible.
5. Resolución, Reconciliación y Renovación
El último paso apunta al futuro. Con una aguda conciencia del infinito amor de Dios por uno y de su infinita bondad, pero también conscientes de la propia debilidad humana, hay que proponerse amar a Dios cada día más, y evitar cualquier persona, lugar, cosa o circunstancia que pueda desviarte del camino del verdadero discipulado del Señor. “En otras palabras, el examen diario aumenta nuestra conciencia y autoconocimiento y esto puede servir como medicina preventiva. Si sabemos dónde está la trampa en nuestro camino, podemos esquivarla, saltar sobre ella o andar por un camino diferente. Los Padres del desierto insisten en este axioma de dos palabras: conócete a ti mismo”, concluye el padre Broom.
Estos son los cinco puntos para realizar bien este examen. Los beneficios pueden incalculables. Aquí tres de ellos:
1. Conciencia constante de Dios
Si este examen se hace fielmente, es decir, a diario, con trabajo y buena voluntad, se podrá ser aún más consciente de la presencia amorosa de Dios en la vida. Este sacerdote explica que en esta práctica Dios “se vuelve más real para nosotros. En verdad, ¡nunca estamos solos! Dios se hizo hombre, Jesucristo, para sufrir y morir por nuestros pecados, y resucitar a la vida eterna. Es a esta vida que Él nos llama. Si lo deseas, Él se convertirá en tu mejor amigo, siempre a tu lado. Él quiere que compartas cada momento de tu existencia con Él. Haciendo esto, pecaremos menos”.
2. Evita las trampas
Con una conciencia más clara de las intenciones del corazón, que es como un jardín que tiene hermosas flores y malas hierbas, se podrá evitar ceder a las malas tendencias. Cuando el mal espíritu está llamando a la puerta del corazón se debe cerrar la puerta con candado. Muchos pecados se cometen por debilidad de la voluntad, pero también por ignorancia de quién llama a la puerta. El examen diario aumenta la conciencia de las tácticas del enemigo, así como el autoconocimiento de las debilidades propias, dos componentes clave para crecer en santidad.
3. Compasión hacia los demás
El examen diario es como iluminar el corazón, el alma y el funcionamiento interno de la conciencia. “Nos damos cuenta de cuán bueno y amoroso es realmente Dios. Sin embargo, con una conciencia penetrante nos damos cuenta de cuán débiles somos a veces y cuán propensos a resbalar y caer en el fango de nuestra propia pecaminosidad. Este profundo autoconocimiento puede ayudarnos a ser más amables, pacientes y compasivos con nuestros hermanos que luchan. Si Dios es paciente con nosotros, ¡cuánto más nosotros debemos ser pacientes con los demás!”, concluye este sacerdote.
ReL
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