Evangelio según San Lucas 10,13-16.
¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y sentándose sobre ceniza. |
Por eso Tiro y Sidón, en el día del Juicio, serán tratadas menos rigurosamente que ustedes. |
Y tú, Cafarnaún, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno. |
El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a aquel que me envió". |
Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.
Consentir en la conversión
Dios incita al hombre a levantarse del pecado. Luego, con la luz de la fe le ilumina la inteligencia; más tarde, gracias a un gusto y una cierta dulzura le enciende la voluntad. Todo esto lo hace Dios en un instante, aunque nosotros tengamos que expresarlo por muchas palabras e introduciendo un intervalo de tiempo. |
Dios obra todo esto en el hombre según el fruto que prevé. A cada uno se le otorga gracia y luz suficiente para que, haciendo lo que está a su alcance, pueda salvarse, sólo dando su consentimiento a la obra de Dios. Este consentimiento se realiza de la manera siguiente: Cuando Dios ha hecho su obra, basta al hombre con decirle: “Estoy contento, Señor, haz de mí lo que quisieres, me decido a no pecar más y dejar todas las cosas del mundo por tu amor.” |
Este consentimiento y este movimiento de la voluntad se realizan con tanta rapidez que el hombre se une a Dios sin que se dé cuenta de ello, ya que se realiza en el silencio. El hombre no ve el consentimiento pero le queda una impresión interior que le empuja a seguir en él. En esta operación se encuentra inflamado y aturdido, estupefacto, sin saber qué hacer y a dónde volverse. Por esta unión espiritual el hombre queda ligado a Dios por un lazo casi indisoluble, porque Dios hace casi todo, habiendo consentimiento por parte del hombre. Si éste se deja conducir, Dios lo conduce y lo encamina a la perfección que le tiene destinada. (EDD) |
Oración
Aquí estoy,
Señor, delante de ti,
con mi presente y
con mi pasado a cuestas;
con lo que he
sido y con lo que soy ahora;
con todas mis
capacidades y todas mis limitaciones;
con todas mis
fortalezas y todas mis debilidades.
Te doy gracias
por el amor con el que me has amado,
y por el amor con
el que me amas ahora, a pesar de mis fallas.
Sé bien, Señor,
que por muy cerca que crea estar de Ti,
por muy bueno que
me juzgue a mí mismo,
tengo mucho que
cambiar en mi vida,
mucho de qué
convertirme,
para ser lo que
Tú quieres que yo sea,
lo que pensaste
para mí cuando me creaste.
Ilumina, Señor,
mi entendimiento y mi corazón,
con la luz de tu
Verdad y de tu Amor,
para que yo me
haga cada día más sensible al mal que hay en mí,
y que se esconde
de mil maneras distintas, para que no lo descubra.
Sensible a la
injusticia que me aleja de Ti y de tu bondad
para con todos
los hombres y mujeres del mundo.
Sensible a los
odios y rencores
que me separan de
aquellos a quienes debería amar y servir.
Sensible a la
mentira, a la hipocresía, a la envidia, al orgullo,
a la idolatría, a
la impureza, a la desconfianza,
para que pueda
rechazarlos con todas mis fuerzas
y sacarlos de mi
vida y de mi obrar.
Ilumina, Señor,
mi entendimiento y mi corazón,
con la luz de tu
Verdad y de tu Amor,
para que yo me
haga cada día más sensible a la bondad de tus palabras,
a la belleza y la
profundidad de tu mensaje,
a la generosidad
de tu entrega por mi salvación.
Ilumina, Señor,
mi entendimiento y mi corazón,
para que yo sepa
ver en cada instante de mi vida,
lo que Tú quieres
que yo piense,
lo que Tú quieres
que yo diga,
lo que Tú quieres
que yo haga;
el camino por
donde Tú quieres llevarme, para que yo sea salvo.
Ilumina, Señor,
mi entendimiento y mi corazón,
para que yo crea
de verdad en el Evangelio, la Buena Noticia de tu salvación,
y para que
dejándome llevar por Ti, trabaje cada día con mayor decisión,
para hacerlo
realidad activa y operante en mi vida personal y en la vida del mundo
Ilumina, Señor,
mi entendimiento y mi corazón,
para que yo me
haga cada día más sencillo,
más sincero, más
justo, más servicial,
más amable en mis
palabras y en mis acciones.
Ilumina, Señor,
mi entendimiento y mi corazón,
para que Tú seas
cada día con más fuerza,
el dueño de mis
pensamientos, de mis palabras y de mis actos;
para que todo en
mi vida gire en torno a Ti;
para que todo en
mi vida sea reflejo de tu amor infinito,
de tu bondad
infinita,
de tu
misericordia y tu compasión.
Perdona
Señor, mi pasado.
El mal que hice y
el bien que dejé de hacer.
Y ayúdame a ser
desde hoy una persona distinta,
una persona
totalmente renovada por tu amor;
una persona cada
día más comprometida Contigo
y con tu Buena
Noticia de amor y de salvación.
Dame, Señor, la
gracia de la conversión sincera y constante.
Dame, Señor, la
gracia de mantenerme unido a Ti siempre,
hasta el último
instante de mi vida en el mundo,
para luego
resucitar Contigo a la Vida eterna. Amén.
«En Jesús
de Nazaret, encontramos el rostro de Dios,
que ha
bajado de su cielo, para sumergirse en nuestro mundo
y enseñar
el «arte de vivir», el camino hacia la felicidad;
para
liberarnos del pecado y hacernos plenamente hijos de Dios.
Jesús vino
para salvarnos y mostrarnos la vida buena del Evangelio».
Benedicto XVI