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martes, 14 de febrero de 2023

Evangelio del día


 

Evangelio según San Marcos 8,11-13.

Entonces llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo.
Jesús, suspirando profundamente, dijo: "¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo".
Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla.


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.


Bulle

San Gregorio Magno (c. 540-604)
papa y doctor de la Iglesia
Libro XIV (SC 212 , Morales sur Job, Cerf, 1974), trad.sc©evangelizo.org


Constatando su humanidad, no podía creerlo su Creador

Los sabios caían, perdiendo la fe en la verdad. También lo podemos decir de los tontos, ya que los Fariseos y Doctores de la Ley despreciaban al Señor y la multitud seguía su incredulidad. Ella veía en Él al hombre, despreciando las enseñanzas del Redentor del mundo. (…)
Sin embargo, dejando a los sabios y ricos de este mundo, nuestro Redentor vino a buscar a los pobres y los locos. También dice, al crecer su dolor “Los tontos me desprecian”. Es decir: He sido despreciado por los mismos que quise sanar, asumiendo la locura de mi predicación. La Escritura revela: “En efecto, ya que el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios en las obras que manifiestan su sabiduría, Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la predicación” (1Cor 1,21). El Verbo es la sabiduría de Dios y lo que se llamó locura de esta sabiduría es la carne del Verbo. Delante de la impotencia de los hombres carnales para llegar a la sabiduría de Dios con la prudencia de su carne, es con la locura de la predicación, con la carne del Verbo, que quiso sanarlos. Declara entonces: “Los tontos también me desprecian”.
Es como decir abiertamente: Soy despreciado por los mismos que quise salvar, sin temor a pasar por un loco. El pueblo, observando los milagros de nuestro redentor, delante de esos signos lo honraba diciendo: “He aquí Cristo”. Pero constatando la debilidad de su humanidad no podía creerlo su creador diciendo: “Engaña al pueblo” (Jn 7,12). Por eso podía agregar: “Cuando me levanto, se burlan de mí” (Jb 19,18). (EDD)

Oración

Señor, creo; quiero creer en ti.

Señor, haz que mi fe sea plena, sin reservas, y que penetre mi pensamiento y mi modo de juzgar las cosas divinas y las humanas.

Señor, haz que mi fe sea libre, es decir, que cuente con la aportación personal de mi adhesión, que acepte las renuncias y los deberes que comporta, y que exprese lo más granado de mi personalidad. Creo en ti, Señor.

Señor, haz que mi fe sea segura: segura por una coherencia externa de las pruebas y por un testimonio interior del Espíritu Santo; segura por una luz que da certeza; por una conclusión pacificadora; por una asimilación que da descanso.

Señor, haz que mi fe sea fuerte, que no tema las contrariedades de los problemas, a fin de que sea plena la experiencia de nuestra vida ávida de luz; que no tema las adversidades de quienes la discuten, la impugnan, la rechazan o la niegan, sino que se fortalezca por la experiencia íntima de tu verdad, resista al esfuerzo de la crítica, se consolide mediante la oración y la afirmación continua que supera las dificultades dialécticas y espirituales en medio de las cuales transcurre nuestra existencia temporal.

Señor, haz que mi fe sea gozosa, que dé paz y regocijo a mi espíritu y lo disponga para la oración con Dios y para la conversación con los hombres; de modo que irradie en el coloquio sagrado y profano la felicidad interior de su posición bienaventurada.

Señor, haz que mi fe sea laboriosa y que dé a la caridad las razones de su expansión moral, de modo que sea una auténtica amistad contigo y que, en las obras y en los sufrimientos, a la espera de la revelación final, sea una continua búsqueda de ti, un testimonio continuo de esperanza.

Señor, haz que mi fe sea humilde y que no tenga la presunción de fundarse en la experiencia de mi pensamiento y de mi sentimiento; sino que se rinda ante el testimonio del Espíritu Santo; y que no tenga mejor garantía que la docilidad a la tradición y a la autoridad del magisterio de la santa Iglesia. Amén.

San Pablo VI



















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