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viernes, 10 de febrero de 2023

Cómo se puede perdonar al padre que te abandonó de pequeño

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La terapeuta Orfa Astorga, coordinadora del consultorio de Aleteia, propone el testimonio de una persona que sufrió el abandono por parte de su padre

Después de años del divorcio entre mis padres, mi padre me ha vuelto a buscar, desatando en mi interior viejos rencores, y con ellos la idea de rechazarlo. Sin embargo, algo me dijo que no era ese el camino para finalmente lograr una madurez emocional y afectiva a la que, como en un rompecabezas, siempre le habían faltado algunas piezas.

Y ante la grave duda, pedir ayuda especializada.

Lo que hace daño en el interior

Fue así que comprendí que debía perdonar, y para lograrlo, tendría que tomar dolorosa conciencia de aquello que me había hecho mucho daño, de manera tal, que enfrentándolo podría finalmente expulsar su veneno de mi espíritu.

Mi fe me decía que era posible, pues Dios saca siempre bien de todo mal.

«Lo que aprendí del perdón»

Aquí mi historia y lo que aprendí del perdón.

Desde niño, después del divorcio siempre experimenté una orfandad, y un doloroso abandono ante mi padre, al que veía solo en ocasiones con una mezcla de sentimientos entre el miedo y el desprecio, por su simulación de un trato amigable… algo que él nunca supo y nunca entendió.

En realidad, sufría una dura carencia afectiva, pues el suyo fue un trato distante, pues fui heredero del vínculo roto con mi madre.

Fue así porque las relaciones entre los padres y un hijo no son como pueden darse entre cualquier persona, sino que por naturaleza, consisten en la apertura a un nivel tan profundo del ser, que no puede ser cancelado en esta vida.

Es así porque una relación filial implica un entrañamiento afectivo insondable, precisamente porque se finca en la intimidad de la persona en aspectos que tocan el corazón y los sentimientos más profundos de la misma.

Es lo más caro que pierde un hijo de padres divorciados, algo que ni remotamente se compensa concediendo un cierto nivel de vida o la más cara educación.

Eso atentó directamente contra mi vida psicológica y emocional, llenándola de altibajos que pusieron en serio riesgo toda mi integridad y la viabilidad de mi proyecto personal.

Como en un asidero me apegué en exceso a mi madre, quien en un esfuerzo por compensarme era complaciente y permisiva cuando yo estaba tan necesitado de la autoridad, seguridad e identidad, que solo puede provenir de la figura paterna.

Por ello crecí presa de un perpetuo resentimiento como un ser inacabado y doliente, hasta que a duras penas logré salir adelante, superándome en lo humano, lo profesional y al formar una familia.

Fue así como llegué a encontrarme con un Dios que siempre me buscó.

Tras la terapia decidí verme con mi progenitor, sin esperar nada, sin reclamar nada, pues en lo personal, me había dado cuenta de que las identidades familiares son imposibles de desconocer, pues constituyen una buena parte de lo que en el hombre hay de imagen y semejanza de Dios.

También porque reconocí que mi padre y yo igual éramos sus hijos, hijos de Dios.

El día del encuentro con mi padre

Al principio del encuentro ambos adoptamos una actitud de penosa desconfianza. Sin embargo, sobreponiéndome, le sonreí y comencé a charlar de esto y aquello, con la soltura de un hombre fuerte y seguro de sí mismo, cuyas ideas y emociones se encontraban en orden al acogimiento y al perdón, sin necesidad de decirlo.

Y logré que mi padre se relajara y participara de un tranquilo coloquio.

Nos hemos vuelto a ver periódicamente, intimando un poco cada vez más, dejándonos tocar el corazón endurecido, para sonreírnos con el alma.

Fue así como aprendí que la caridad es mayor que la justicia, pues también mi alma sanó cuando fui capaz de dar lo que no había recibido y.… quien perdona es el principal beneficiado.   

Por Orfa Astorga de Lira

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