41. La púrpura que resbala
(Oración y saludo de la paz)
El emperador Barbarosa (o Barba roja, que es lo mismo) celebraba Navidad. Con su séquito, sus cortesanos y caballeros había llegado a la catedral. Llevaba su vestidura imperial, el manto de púrpura, sostenido sobre su hombro derecho con un broche de oro incrustado de piedras preciosas. En su cabeza brillaba la corona imperial, el cetro en la mano. Comenzó la celebración. Sonaban las melodías más hermosas.
El emperador se sentía feliz. Había dejado atrás las guerras y las batallas. Siempre de nuevo había tenido que realizar nuevas campañas. Ante todo le había afectado la discordia con Enrique el León. Enrique el Guelfo, el duque de Sajonia y Bavaria, le había negado obediencia en la gran batalla de Chiavenna en Italia del norte. Por eso el emperador fue vencido por sus enemigos y tuvo que huir. Esto no lo podía olvidar el emperador. Por lo menos ahora en la Misa solemne de Navidad no quería pensar en ello.
De repente se observó un movimiento en la catedral. Se oyó un murmullo entre la gente que apuntaba con el dedo. Se presentó una persona y se arrodilló ante el trono del emperador: Enrique el León. El rostro del emperador Barbarosa palideció. Mordió sus labios. El duque Enrique pedía perdón, pedía que haya paz entre los dos. "Esto es demasiado, pensaba el emperador, una tal culpa no se puede perdonar." Entre dientes le dijo en voz baja: "No, ¡vete!" Sin embrago el duque de Sajonia y Bavaria, tan orgulloso en otras oportunidades, repetía humildemente su súplica de paz, una y otra vez. El obispo al altar cantaba el padrenuestro. Entonces airado dijo el emperador: "No, ¡vete!", y con un movimiento brusco se volvió mirando en otra dirección. Por este movimiento brusco se abrió el broche que sostenía el manto imperial de púrpura. El manto resbaló sin que el emperador se diera cuenta. La púrpura resbalaba y cubría al duque que estaba de rodillas. Justo en este momento cantaba el coro: "Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo". El emperador comprendió lo que Dios quiera decirle. Bajo las gradas del trono, levantó al duque y le dijo: "Sí, que haya paz entre nosotros".
En la Santa Misa se prepara la comunión exclusivamente con palabras y ritos de paz: ¡al banquete de paz corresponde un canto de paz! Por la paz pide la oración después del padrenuestro. Por la paz pide la oración que recuerda al Señor sus promesas de la paz. Por la paz pide el tercer "cordero de Dios". El sacerdote desea la paz a la comunidad":La paz del Señor esté siempre con vosotros". Cada uno debe dar el abrazo de la paz a los demás. La paz es el manto real que cae de los hombros de Jesús. No se puede participar en una celebración de la paz y tener un corazón sin reconciliación, sin paz.
En un convento se habían atacado dos hombres airados. Luego se celebró la Misa. Los dos estaban el uno al lado del otro. Al momento de la paz debían darse mutuamente el abrazo de la paz como se suele hacer en los conventos. Pero lo dos no se movían, tiesos como unos troncos. Los demás dijeron un poco más fuerte que de costumbre: "La paz sea contigo". De nada sirvió. Después de la Misa el prior dijo en la sacristía de manera que todos podían escucharlo: "El almuerzo será para cada uno en su celda. No podemos compartir la comida si no podemos darnos la paz". Cuando el prior entró a su celda vino del lado izquierdo uno de los gallos de pelea y del lado derecho el otro. Se vio tan chistoso que los tres tenían que reírse. El prior tomó las manos de los dos y las juntó diciendo: "Paz!" A partir de este momento parecía que los dos adversarios se comprendían de manera especial.
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