El principal: muchas suegras olvidan que antes fueron nueras...
Casi todos los errores que suelen cometer las suegras se relacionan con en el intento de seguir acaparando el afecto del hijo, o mostrar su estatura sin competencia en terrenos como: madre educadora, esposa virtuosa, administradora talentosa, experta cocinera, enfermera, especialista en manchas, nutrición y un largo y modesto etc.
–Aunque mi madre decía con mucha sabiduría que la actitud de una buena suegra era pintar una rayita ante la soberanía de los nuevos esposos, y que los recién casados, casa quieren. La que ella pintaba, tenía las amplias e imprevisibles fronteras que pudieran marcar un arroyo en sus avenidas.
Lo mismo las borraba que volvía a pintar con observaciones nada sutiles, sin importarle los entripados que provocaban en su nuera considerándolos el costo de la experiencia que trasmitía. Cuando mi padre era testigo de sus “pertinentes consejos” volteaba hacia el cielo poniendo los ojos en blanco, luego, con el rabillo del ojo nos observaba a mí y a mi consorte como para decidir si seguía presente en la plática, o sacaba a pasear al perro. Por lo general hacia lo segundo.
En sus imprevistas visitas, mi esposa se tardaba en abrir la puerta recogiendo precipitadamente “donde ve la suegra”, acto seguido mi madre entraba barriendo lo que le quedaba a la vista con una crítica y “discreta” mirada, mientras como no queriendo la cosa apoyaba un dedo en algún mueble chequeando el polvo. Inmediatamente se le invitaba a sentarse para restarle visión de entorno, y era cuando comenzaba a departir lanzando piedras de regular tamaño, eso sí, envueltas con terciopelo.
Terminada su visita, ya a solas, yo esperaba a que mi esposa recuperara cierta calma mientras cortaba las papas de un solo tajo de cuchillo, para decirle: “mi vida, piensa que gracias a ella yo existo, y mira el premio que te has llevado”… la verdad, esto no siempre surtía el efecto deseado.
Ni que decir del día en que se me ocurrió comparar su platillo con el que hacia mi madre, diciéndole que al suyo le faltaba algo… por poco duermo en la bañera.
De todo esto hace ya algunos años. Nuestro hijo mayor se ha casado en el inevitable ciclo de la vida, convirtiéndonos en suegros.
Mi esposa, que por supuesto se ha superado con creces en todo, casualmente acaba de decirme que una buena suegra pinta una rayita ante la soberanía de los nuevos esposos, y que los recién casados casa quieren. ¿Cuándo y a quien se lo escuché decir antes…?
Y verán ustedes lo que son las cosas, lo dijo acabando de regresar de una imprevista vista a la nueva casa del matrimonio, algo sugerido por ella, pues veníamos del súper y nos quedó a la pasada (ustedes saben…).
Y mi nuera se tardó en abrirnos la puerta…
Como a mí, como pariente de sangre, me correspondió ubicar y corregir con paciencia y cariño a mi progenitora cuantas veces fue necesario, me resulto fácil recordar y hacer una lista de sus actitudes como suegra con la intención ayudar a mi consorte a recordar lo que se sentía. Por fortuna al leer la lista se dibujó en su cara una sonrisa.
Aquí algunos de ellos:
1. Ya no eres la guardiana de tu hijo/a: Al principio de nuestro matrimonio, mi madre ejercía de guardián permanente en cuanto me veía, con observaciones como: ¿ya has comido?; tú pantalón no luce bien planchado; no estás bien peinado; estas muy delgado; te falta color…
2. No impongas tu mayor experiencia de la vida: Mi madre no reconocía del todo las esforzadas iniciativas de su nuera por hacer y aprender: como el pavo de la navidad que se esmeró en preparar para toda la familia o el pastel de un cumpleaños con novedosa receta; aquel peinado; la combinación en el vestir… Siempre intervenía con frases como: Te queda rico pero… Luce bien, nada más que… A la otra, te recomiendo que… Luego, con magnanimidad la disculpaba, pues no tenía su experiencia, claro. A continuación manifestaba su genuino deseo de ayudarla diciéndole: –Querida, te voy a hacer una sugerencia… Y lo que hacía era darle órdenes tajantes como oficial al mando dirigiéndose al último de sus subordinados.
3. Deja de proteger a tu hijo/a: Mi madre afirmaba con orgullo haberme declarado autónomo desde que deje de usar pañales como prueba de sus grandes dotes de educadora, pero cuando escuchaba a mi esposa solicitarme algo en tono imperativo, desenvainaba su espada defendiendo y protegiéndome, a su peque, o sea yo.
4. Abandona el chantaje emocional: Ella practicaba mensajes con jiribilla diciéndole a su nuera: –Mi Alfredito ya me olvidó, hace dos días que no va a verme, y yo que he hecho la comida que tanto le gusta.
5. No agobies con tus consejos, sobre todo “reinventando” el pasado: Ella nos daba excesivos consejos sobre cómo llevar el matrimonio, ya que ella y mi padre “jamás habían peleado”. Cuando mi padre escuchaba esto, lo confirmaba apretando los puños y lanzándole agudos dardos con la mirada.
6. Deja a los especialistas hacer su trabajo: Mi madre, sin mayores estudios se ofreció para sustituir al pediatra cuando nacieran nuestros hijos.
En fin… la lista se extiende solo un poco más cerrándose al final con una nota feliz, pues poco a poco mi madre declinó sus armas por la sencilla razón de que aprendió a querer mi esposa como a una hija, ese cariño la preparó para convertirse en amorosa, solicita y prudente abuela a la que mi esposa de igual manera aprendió a querer entrañablemente.
Creo que mi esposa entendió mi mensaje, pues al final de la lectura, me dijo que su rayita será recta e inamovible y que la respetará mucho. Pienso que eso la hará crecer mucho ante los ojos de mi feliz nuera.
Redactada por Orfa Astorga de L.
No hay comentarios:
Publicar un comentario