El testimonio de Eva Lucas y Pepe González es el de paciencia y confianza en Dios, en proceso para construir una vida familiar conforme a Su voluntad después de pasar por relaciones no discernidas. Es un testimonio que ya ha ayudado a muchas personas.
Divorciados y vueltos a casar por lo civil, en cierto momento recuperaron la fe. Entonces solicitaron la declaración de nulidad de sus uniones anteriores y apostaron por vivir en castidad hasta que pudieran estar casados a los ojos de Dios y de la Iglesia. Pese a las burlas de parientes y amistades, se mantuvieron firmes en su compromiso. Recibieron el Premio Familia de la Revista Misión (www.revistamision.es) que los entrevistó.
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Eva y Pepe provenían de matrimonios anteriores a los que “cada uno llegó sin discernimiento y sin darnos cuenta de lo que hacíamos de verdad”. Aquellas uniones –en las que cada uno tuvo dos hijos– acabaron en divorcio. Después, Eva y Pepe se conocieron y se casaron por lo civil.
Sin embargo, un viaje a Tierra Santa les cambió el guión. Ante el Muro de las Lamentaciones, pidieron al Señor “que nuestros hijos tengan la fe que no hemos tenido y que nos podamos casar por la Iglesia algún día…”.
A partir de entonces, todo comenzó a dar un giro. Tramitaron la nulidad –que solo les llegó cuando decidieron confiar en la Iglesia y empezar a vivir en castidad– y en 2015 pudieron celebrar válidamente el sacramento del matrimonio.
- Muchas personas se han beneficiado de vuestro testimonio. ¿Qué sentís al daros cuenta de esto?
- Ya sabíamos que lo que Dios hace trasciende nuestras expectativas, pero, aun así, lo hemos vivido con una gran sorpresa. Nos han escrito desde Colombia; una pareja nos paró por la calle para decirnos que estaban en nuestra misma situación y habían decidido fiarse de la Iglesia y vivir en castidad; una viuda escribió en Internet cómo le había ayudado nuestra historia; una mujer casada a punto de separarse nos dijo que, tras leer nuestro testimonio, ella y su amante, que también estaba casado, habían decidido dejar de verse para salvar sus matrimonios…
- ¿Por qué creéis que vuestro testimonio ayuda tanto a personas tan distintas?
- La sociedad nos vende relaciones de usar y tirar, que es lo que nos pasó en nuestro primer matrimonio, y plantearse un noviazgo y un matrimonio cristianos, en los que dar lo mejor al otro cuando toca, genera burlas y rechazo.
»De nosotros se han reído familiares y amigos, que pensaban que estábamos de broma. Pero, cuando muestras sin complejos que lo que haces da una felicidad plena y que cuando vivías como dice el mundo –y como viven los que se ríen de ti– eras un infeliz, a la gente le toca.
»Hemos estado cuarenta años sin Dios, y con la autoridad de conocer la vida sin Él y la vida con Él, podemos decir que todo cambia si tienes a Cristo. A nosotros, la gracia de Dios nos ayudó a vivir en castidad y a arreglar nuestra situación. Si lo contamos, no es porque ganemos nada, sino porque es la verdad.
- ¿En qué se nota ese cambio?
- En nuestras relaciones anteriores, pensábamos que lo normal era lo que hoy te dicen: debes buscar tu bienestar, que el otro tiene que garantizar tu felicidad, que no tienes que estar aguantando si hay problemas… Eso solo puede llevar al fracaso y a la infelicidad permanentes.
»Pero con Dios, eso da un giro: lo primero que buscas es la felicidad del otro, no tu bienestar, y eso es lo que de verdad te hace feliz. Querer y que te quieran para siempre es lo que todos buscamos, porque todos llevamos en el corazón un amor como el de Dios, que nos hizo a su imagen: incondicional.
- ¿Se esfuman los problemas?
- ¡Qué va! Nosotros somos una familia muy normal y los dos venimos de un fracaso previo, así que claro que hay problemas y fragilidades. Pero ahora trabajamos juntos para cuidar nuestro matrimonio. Y eso se contagia a toda la familia. De igual modo que las broncas afectan a los hijos, la unión también se traslada al resto.
- ¿Os ha ayudado vuestra fe a mejorar la relación con vuestras exparejas?
- Sí. Cuando ante Dios comprendes lo que has hecho y por qué, el daño que has causado a tus hijos, a tus padres, al otro… lo que más cuesta es perdonarte a ti mismo. Pero si ves que Dios te ha perdonado, ya no tienes excusa para no perdonarte. Puedes pedir perdón y perdonar.
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