canta y camina, aleteia
Llevamos poco tiempo de este nuevo año pero ya dudamos si seremos capaces o no de cumplir los propósitos que hicimos a finales del pasado: ir al gimnasio, dedicar más tiempo a cónyuge y a los hijos, ver meno la tele y leer más…, lo que sea. Yo propongo algo más original: vivir la misa con más intensidad. Es una idea distinta, está al alcance de todos, ¡es gratis! Y, si la vivimos bien, recibimos regalos de Dios. Pero, ¿cómo se vive la misa “con intensidad”?
La liturgia es preciosa, basta con detenerse un momento y tener los ojos y los oídos bien abiertos para darse cuenta de que la Iglesia, Madre nuestra, ha previsto nuestras necesidades y las ha incluido en el acto más importante de la vida de un cristiano: la misa. Vamos a recorrerla de principio a fin con ojos de explorador, bien atentos para no perdernos nada y descubrir cosas nuevas.
Los encuentros eucarísticos son siempre iguales, pero el amor los hace nuevos, únicos, como cuando se encuentran dos enamorados. Así vamos a iniciar nosotros este recorrido: ilusionados porque vamos a encontrarnos con el Amor de los amores.
Cuando nos invitan a una celebración nos sentimos muy horados y nos vestimos lo más elegantemente que podemos. Las mujeres vamos a la peluquería, nos maquillamos, nos ponemos perfume y algunas joyas. Los hombres se afeitan y se peinan bien, comprueban que su traje está limpio planchado, que la corbata combina con la camisa y que los zapatos están lustrosos. Y llegamos al lugar de reunión con varios minutos de antelación porque está feo hacer esperar al anfitrión o entrar cuando el evento ya ha empezado.
Y a misa, ¿cómo vamos? ¿Llegamos unos minutos antes para recogernos en oración, o raspando la hora? ¿Y qué ropa nos ponemos: “la ropa de los domingos” –como dicen mis hijos pequeños- o vamos en chándal, en minifalda, con un escote que quita el hipo, en bermudas, en tirantes o en chancletas? Todo esto lo he visto, así que tú también. Una vez comprendido esto comencemos nuestra exploración.
Con procesión o sin ella, en una misa solemne en San Pedro del Vaticano o en la parroquia de tu barrio, ¡es la fiesta del Cordero! Siempre comienzo la misa cantando por dentro al Dios creador del universo, que me da la vida y es mi Padre. El sacerdote besa el altar, hace la señal de la cruz y nos saluda.
Para estar más presentables pedimos perdón a Dios por nuestras faltas –los pecados nos los perdonará Jesús cuando vayamos a confesarnos, durante la misa habrá sacerdotes disponibles- y acudimos a la Virgen, a los ángeles, a los santos y a los demás asistentes para que intercedan por nosotros.
El Gloria alabamos a Dios y después el sacerdote hace la oración colecta, es decir, recoge nuestras intenciones y las dirige a Dios Padre. Nos sentamos y escuchamos la Palabra de Dios, que en el Antigua Testamento nos habla a través de la historia de Israel y los Profetas, y en el Nuevo Testamento a través de los Apóstoles. Puestos en pie escuchamos las palabras y acciones de Jesús. El celebrante nos explica la Palabra de Dios y nos da indicaciones prácticas para que podamos vivirla en nuestro día a día. Confesamos nuestra fe diciendo el Credo y rezamos unos por otros en la oración de los fieles.
En el ofertorio presentamos el pan y el vino, hacemos una colecta en favor de la Iglesia y oramos sobre las ofrendas para que Dios Padre las acepte con agrado.
El sacerdote pronuncia una oración de acción de gracias y alabanza, extiende sus manos consagradas sobre las ofrendas e invoca al Espíritu Santo para que las transforme en cuerpo y sangre de Cristo. Repite las mismas palabras que dijo Jesús en la Última Cena y el pan y el vino, sin dejar de tener aspecto, tacto, forma, olor y sabor de pan y de vino, se convierten en el cuerpo y la sangre de Jesús.
Esto lo lleva a cabo el Espíritu Santo en absoluto silencio y normalidad, sin rayos de luz, explosiones ni estruendos, por eso para creerlo hace falta fe.
Aclamamos este misterio, ofrecemos a Dios este sacrificio unidos a toda la Iglesia y pedimos por el Papa, los obispos, los difuntos y por nosotros mismos. El sacerdote ofrece a Dios Padre el cuerpo y la sangre de Dios Hijo en la unidad de Dios Espíritu santo. Y nos preparamos para comulgas, ¡por fin!, rezando al Padre como Jesús nos enseñó a hacerlo. Nos deseamos unos a otros que la paz de Dios esté con nosotros siempre y nos acercamos llenos de gozo a comulgar.
En la fila de la comunión podemos mirar el cogote o los zapatos del de delante o hacer comuniones espirituales, tardamos lo mismo pero no nos aprovecha igual. Tras unos minutos estando lo más cerca que podemos de Jesús, el sacerdote nos bendice “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” y se despide invitándonos a volver a nuestras actividades diarias llevando a Jesús en nosotros y viviendo esto que acabamos de celebrar.
Hemos ido a tantas misas que nos hemos acostumbrado y no la valoramos. ¡A ver, que Jesús nos ama y nos invita a su casa y espera vernos sentados a su mesa! A las personas generalmente nos gusta “salir en la foto” y estar en primera fila. Pues en la misa tenemos asientos reservados, todos de primera fila y todos salimos en la foto que Dios verá, así que ¡no podemos faltar! Y nosotros, ¿vamos por cumplir, porque hay que llevar a los niños a catequesis? ¿Nos quedamos esperando en el coche o directamente ni vamos?... ¿O queremos corresponder al amor de Cristo y procuramos no perdernos ninguna de sus invitaciones y nos acicalamos, llegamos con tiempo y participamos? ¡Yo quiero eso! Aunque siempre me distraigo no dejo de desearlo.
Catalina Emmerich dice que, durante el ofertorio, nuestros ángeles de la guarda van en procesión hacia el altar llevando nuestras ofrendas. Yo no sé si esto es verdad pero me gusta y me ayuda a tener más fe y más amor a Dios.
Cuando era pequeña, en mi colegio nos enseñaron una canción que dice: “La misa es una fiesta muy alegre, la misa es una fiesta con Jesús”. Yo tenía ocho o nueve años y conocía la misa solo a nivel de Primera Comunión, pero no estaba nada de acuerdo con esas frases. Vamos a ver, ¿cómo puede ser la misa “una fiesta muy alegre”? ¡Si es el sacrifico de Jesús, su muerte en la cruz! No me gustaba nada la canción, me daba repelús y me parecía cruel, así que nunca la cantaba. Ni la he cantado hasta hace unas semanas, y ya tengo 43 años.
Durante un retiro espiritual el sacerdote dijo algo, no recuerdo qué, que me hizo descubrir el quid de la cuestión: podemos vivir la misa como un auténtico fiestón. Cristo instituyó la Eucaristía, entre otras cosas, porque sabía que muchos amigos suyos de tiempos futuros habríamos querido estar con él en el Gólgota, y como la misa no es un mero recuerdo de ese momento sino el sacrificio único del Calvario, realmente podemos estar allí y de hecho estamos. Además, en la misa no hay derramamiento -¡qué palabra más visual!- de la preciosa sangre del Señor, así que si me paro a pensar en todo esto, tengo que darle la razón a Cesáreo Gabaráin, autor de la canción:
“La misa es una fiesta muy alegre, la misa es una fiesta con Jesús.
La misa es una fiesta que nos une, la misa es una fiesta con Jesús.
Cada domingo celebramos que nuestro amigo nos salvó,
Que por amarnos dio su vida y resucitó.
Con su palabra nos enseña, nos alimenta con su pan,
Nos compromete a ser amigos ya caminar.”
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