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viernes, 6 de enero de 2017

19 años en coma y despertó



 Jan Grzebski

Casi veinte años en coma. El polaco Jan Grzebski (en la imagen) ocupa un lugar destacado en los medios de comunicación de todo el mundo. Por un hecho extraordinario: despertó de su larga ausencia física, que no espiritual.
Sufrió un gravísimo accidente laboral y cayó en un profundo coma. Pero recuperó la conciencia por completo. Afirma que “durante estos años fui consciente de todo lo que pasaba a mi alrededor, aunque no podía moverme ni hablar”. Su mujer nunca lo abandonó. Su profunda fe en Dios le hacía confiar en un milagro; que su marido y padre de sus hijos, volviera a la vida. Ella nunca perdió la esperanza en Dios. Y se opuso rotundamente a la aplicación de la eutanasia. Para que Jan no sufriera le aconsejaban. “No lo acepto porque tengo fe y creo que mi marido sanará”.
Gran confusión para todos los eruditos que, cegados por su soberbia, creen estar en posesión de la verdad, del bien y del mal, de los destinos del ser humano. Jan afirmó que “le debe la vida a mi mujer, por la que profesaré un profundo agradecimiento el resto de toda mi vida”. Oía las conversaciones de los médicos y sus comentarios de que no sobreviviría. Y él lo único que quería era vivir. Deseaba ardientemente existir y los médicos planificaban su eliminación. Escuchaba todas las conversaciones de los facultativos. Jan estaba vivo y era consciente de todo lo que sucedía a su alrededor.
No es lícito matar a un ser humano para no verle sufrir o no hacerle sufrir. Nadie puede autorizar la muerte de un ser trascendental, aunque sea un enfermo incurable, agonizante o en estado de coma profundo. Los cuidados paliativos son el remedio para estas situaciones dolorosas.
La inducción a la eutanasia, atrapar a la muerte, de modo adelantado poniendo fin a la propia existencia, es perverso. Nos topamos con la cultura de la muerte que triunfa en las sociedades opulentas.
Vienen a mi mente las palabras de Juan Pablo II: “Confirmo que la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana”.
Clemente Ferrer 

Jan Grzebski

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