Los Pérez Gutiérrez son una familia muy especial. Aún sin pretenderlo llaman la atención. Con sus quince hijos llevan de familia en misión en Finlandia desde hace más de 20 años, buena parte de ellos en Oulu, una pequeña ciudad cercana al círculo polar ártico.
De origen vasco y catalán, este matrimonio vivía su fe en una comunidad del Camino Neocatecumenal de la parroquia de Santa Joaquina Vedruna en Barcelona. Al sentir la llamada a anunciar el Evangelio, esta familia (entonces conformada por ocho hijos) dejó todo para llegar a una zona donde no había ningún templo ni apenas católicos. Allí los Pérez siguieron creciendo en número y en Finlandia nacieron los otros siete hijos.
Aquellos niños son en algunos casos ya adultos. Unos se han casado, otros siguen estudiando y Dios también ha llamado a otros a seguirle. De los Pérez han salido hijos que al formar su familia han partido a la misión y otros dos siguieron la vocación a la vida sacerdotal siendo ambos recientemente ordenados diáconos.
La Diócesis de San Sebastián ha entrevistado a través de Betania, su canal de televisión, a Pablo, Pedro y Teresa, tres de los hijos de la familia Pérez, que han relatado su experiencia como misioneros en un país socialmente avanzado, pero sin apenas católicos y con una cultura postmoderna.
Pedro es con sus 30 años el mayor de los 15 hermanos. Hace apenas unas semanas que fue ordenado diácono por la diócesis de Helsinki, y en unos meses previsiblemente será ordenado sacerdote. En su caso, la misión le ha unido para siempre a Finlandia. Su hermano Pablo, con 27 años y tercero en el orden familiar, ha sido también recientemente ordenado diácono pero en este caso en Rumania, pues como es habitual en el Camino Neocatecumenal el destino del seminario se produjo por sorteo.
El clima extremo de Finlandia ha sido uno de los mayores problemas para los Pérez
De este modo, Pedro recordó que su familia está en misión desde el año 2000 cuando fue enviada por San Juan Pablo II. “Entonces dejamos Barcelona, donde residíamos, y nos fuimos a vivir a Oulu, cerca del círculo polar ártico, en el centro-norte de Finlandia”, relata.
En esta pequeña ciudad han vivido los Pérez 13 años. Este joven diácono explica que “una vez que la misión se asentó allí pidieron a mis padres transferirse a una misión que empezaba de cero cerca de la frontera con Rusia, en Joensuu, en la parte oriental de Finlandia. Allí partieron con los hijos que aún están en casa”.
Cuando llegaron a Oulu no había ninguna iglesia católica en cientos de kilómetros. En Finlandia, la presencia católica es prácticamente testimonial. Representan el 0,2% de la población. Son algo más de 15.000 repartidos por todo el país, donde apenas la mitad es de origen finlandés. Hay siete parroquias en todo el país y hace unos años se construyó y se encomendó en Oulu esta iglesia al Camino Neocatecumenal.
Pedro incidió en esta vocación familiar y explicó que “uno no se levanta y dice: ‘me voy de misión’. Mi madre proviene de Zumaia, de una familia estable y acomodada. Estudió Química en San Sebastián y empezó allí un itinerario de fe. En la parroquia de María Reina de la capital guipuzcoana escuchó las catequesis del Camino Neocatecumenal y "cuando fue a terminar sus estudios a Barcelona conoció a mi padre, y mi padre no dejó pasar la oportunidad. Decidieron casarse y vivir la fe en esta modalidad de fe en la Iglesia”.
Fue en ese contexto y viviendo su fe en una comunidad como surgió –explica el hijo primogénito- “la vocación a la misión”.
Tras un tiempo de discernimiento y después de que un obispo pidiese a Kiko Argüello y Carmen Hernández el envío de misioneros, los Pérez fueron enviados tras un sorteo a Oulu junto a un sacerdote y otras tres familias misioneras, en este caso italianas.
Ahora en la nueva ciudad, sus padres son los responsables junto a un sacerdote de esta pequeña comunidad. Pero aunque sean misioneros deben sustentarse por sí mismos, aunque puedan ser ayudados en ocasiones por su comunidad de origen en Barcelona. “Toda familia en misión tiene que ser autosuficiente. Mi padre es electricista y después de 13 años trabajando en Oulu en esta nueva ciudad no le han dado este trabajo, y ahora limpia casas desde las 4 de la mañana”, cuenta. Todo sea por la misión y por anunciar el Evangelio.
Sus padres se dedican a preparar a otros a prepararse para los sacramentos, a catequizar y anunciar el Evangelio, teniendo que recorrer en muchas ocasiones cientos de kilómetros en coche para ello. Y además cada sábado salen a la plaza a predicar el Kerigma.
Teresa, la octava hija y la última que nació en España, explica que también van “por las casas y si nos abren les intentamos dar una palabra”. De hecho, asegura haber tenido la experiencia “de que hay gente que estando desesperada nos ha escuchado y se ha echado a llorar”.
Sin embargo, su verdadera misión pasa por estar, por permanecer, por vivir como una familia cristiana en su vida ordinaria. Teresa, que actualmente estudia Enfermería en Finlandia, señala que no ha sido fácil siempre vivir en el país por la dificultad para dominar la lengua. “Tengo la suerte, el Señor me lo ha dado, de no tener problemas en hacer amigos. Un buen tema pasa por decir que soy española. Muchos han estado en España y surge el tema y nos hacemos amigos. Les resulta raro y surge el tema de la misión. Les digo que mi familia ha venido voluntariamente y servimos a la Iglesia. Así surgen más temas. Yo, sinceramente, me siento misionera en Finlandia”, explica esta joven.
Ordenación diaconal en Helsinki de Pedro Gutiérrez
Pero además Teresa confiesa que “la misión es una gracia. Somos espectadores, pues a mí me pone en situaciones donde yo misma no sé qué decir y de repente el Señor me pone palabras en la boca. Mis amigas finlandesas me cuentan sus problemas y me pregunto por qué a mí si saben que les voy a dar una opinión que no quieren oír. Por algo me preguntan. ¿Por qué sufren? El Señor me pone donde Él quiere y aunque me cuesta el don de hablar, Dios me ayuda en esto”.
Por su parte, su hermano Pablo confirma que el comienzo de la misión en Finlandia fue difícil. “La llegada al colegio nos daba miedo por el idioma. Pero me acuerdo que el primer día que fuimos íbamos llorando pero volvimos contentísimos. Esta es nuestra experiencia. Hay que acostumbrarse al lugar, al clima, a la cultura. Y te llama la tierra natal. Hoy por hoy veo una gracia el periodo de misión en la iglesia, pero en el fondo vives las mismas dificultades que cualquier familia en cualquier lugar”.
Este diácono afirma que en este país escandinavo chocaba mucho que dijeran que eran misioneros pues allí se relaciona la misión con cuestiones humanitarias y sociales en África, Asía o Latinoamérica. “La idea de que hubiera una familia con hijos de todas las edades en un país socialmente muy avanzado chocaba. Nosotros hemos vivido ahí, no hemos hecho grandes cosas, hemos vivido lo ordinario, con nuestros amigos en el instituto… pero siempre con una línea clara de que estamos en misión”.
Por último, Pedro insiste igualmente es que estando en la misión han sido “objetos de la gracia de Dios, privilegiados de ver las obras del Señor. Somos mimados de Dios”. En su opinión, “lo más bonito de la misión es la cercanía con Cristo, ser uno con Él. Y no hay lugar más propicio para esto que la misión”.
Javier Lozano / ReL
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