Psiquiatras expertos alertan de las consecuencias negativas asociadas al consumo de pornografía entre los jóvenes como conductas sexuales de riesgo, agresividad sexual, distorsión de los roles de género y cosificación de la mujer entre otros.
(ZENIT Noticias – Observatorio de Bioética de la Universidad Católica de Valencia / Roma-Valencia, 26.03.2022).- Uno de los grandes problemas y por tanto también uno de los retos a los que se enfrenta la sociedad actual, es el alarmante consumo de pornografía por parte de niños y jóvenes que se ha visto incrementado ante la irrupción de internet y las redes sociales en nuestras vidas, aumentando considerablemente durante el confinamiento provocado por la covid-19.
En un informe realizado en junio de 2020 por Save the Children, se alertaba de este consumo de pornografía en adolescentes y el impacto en su desarrollo y las relaciones con sus iguales, advirtiendo que casi 7 de cada 10 adolescentes consumen pornografía, a la que acceden por primera vez a los 12 años. De estos, el 30 % reconoce que internet es su única fuente de información sobre sexualidad.
A estas cifras habría que añadir que este consumo se produce casi exclusivamente en la intimidad (93,9%), a través del teléfono móvil, y se centra en contenidos gratuitos online (98,5%), basados de manera mayoritaria en la violencia y la desigualdad. El hecho de que el 99% de los adolescentes mayores de 14 años tenga móvil con conexión a internet, constituye una ventana abierta y sin control a la pornografía.
Estas alarmantes cifras han hecho que psiquiatras expertos alcen su voz alertando de las consecuencias negativas asociadas consumo de pornografía entre los jóvenes, como conductas sexuales de riesgo, agresividad sexual, distorsión de los roles de género y cosificación de la mujer entre otros.
Un drama oculto
En este sentido, el Dr. Enrique Rojas, reconocido psiquiatra, afirma que la adicción a la pornografía es «una epidemia mundial que arruina vidas, matrimonios, familias, una desgracia que cae sobre gente atrapada en estas redes de este drama oculto y enmascarado que degrada al ser humano, lo rebaja, lo convierte en alguien que solo ve en la mujer la posibilidad de tener algún tipo de contacto sexual, desdibujándose otras muchas posibilidades en la relación hombre-mujer. La pornografía es una mentira sobre el sexo. Es maestra en ofrecer una imagen de la sexualidad utópica, irreal, delirante, absurda… que se convierte en una obsesión en distintos grados. Hoy sabemos por investigaciones recientes, que la adicción a la pornografía es más grave que la de la cocaína, pues afecta a circuitos cerebrales concretos, en donde una sustancia llamada dopamina asoma, y, después de un tiempo sin ver ese tipo de imágenes, uno se ve empujado a buscarlas, es como un imán que arrastra en esa dirección”.
Esta afirmación es respaldada por un estudio publicado en JAMA en 2014, en el que se establecía una correlación entre ciertas alteraciones en la conectividad y funcionalidad cerebral y el consumo de pornografía, advirtiendo de la asociación negativa entre el consumo de pornografía y el volumen de materia gris de ciertas áreas de la corteza cerebral.
Teniendo en cuenta que este negocio mueve en internet alrededor de 4.000 millones de euros al año, no parece fácil revertir, por parte de sus promotores, la curva ascendente del consumo de pornografía.
Es más, estos negocios disponen de mecanismos publicitarios que incitan a entrar en sus páginas a niños y jóvenes como potenciales consumidores de sus productos. Por tanto, parece que el cambio de rumbo tiene que venir de la mano de las familias, la escuela, las universidades y de la promoción de políticas educativas y de protección al menor que se anticipen en la formación y prevención, a la intoxicación informativa sobre sexualidad desintegradora y pornografía que hoy inunda los medios de comunicación social: televisión, internet y redes sociales.
Dada la naturaleza adictiva del consumo de pornografía, equiparable a la de las drogas de abuso, la recuperación de las personas atrapadas en él es muy compleja y necesitada de asistencia especializada. Por lo general, son procesos lentos, difíciles y con una alta probabilidad de recaída, no desprovistos de secuelas. La labor preventiva precoz, que incluya una correcta formación afectivo-sexual a los jóvenes, formadores, familias y centros educativos, parece la opción más eficaz para reducir los estragos que esta epidemia del siglo XXI extiende en las sociedades modernas.
Es necesario, también, denunciar los abusos que desde los medios de comunicación social son perpetrados con impunidad mediante la difusión de contenidos pornográficos, al igual que ocurre con otras conductas susceptibles de convertirse en adictivas como el juego, las apuestas, la violencia, la anorexia o el consumo de algunas drogas de abuso, entre otras.
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