De los diez países en los que los ciudadanos más tiempo pasan en las redes sociales e internet, cuatro son latinoamericanos (Brasil, Colombia, Argentina y México).
La mayor parte de nosotros, cuando activamos la función de “tiempo pasado en pantalla” en nuestros teléfonos móviles, la olvidamos por completo a la segunda o tercera semana. Nos incomoda comprobar a ciencia cierta la enorme cantidad de horas que gastamos frente a esa pantalla.
Lo mismo sucede con el tiempo de navegación en internet. Entramos a las redes o a los canales de video buscando una cuestión seria – pongamos por ejemplo una noticia –; y terminamos consultando el último escándalo de la artista de moda, del futbolista pillado por un paparazzi, o la crítica de un opositor al presidente de nuestro país.
No se trata de una bagatela, o de una advertencia antediluviana. Según la calculadora online de la empresa portuguesa Sortlist, el promedio anual que la personas de 16 a 64 años pasan conectados a sus dispositivos móviles y a las diferentes plataformas digitales es el equivalente a 36 días, 18 horas, 5 minutos.
En cuanto a la lista de países cuyos ciudadanos pasan mayor número de horas en internet y en las redes sociales, el liderazgo se los llevó en 2021 Filipinas (10 horas 58 minutos al día, el equivalente de 166 días al año), seguido de Brasil y Colombia (con 145 días al año). En el otro extremo está Japón cuyos ciudadanos pasan solamente 4 horas y 25 minutos diarios: ¡seis horas y media menos que Filipinas!
Por lo demás, y esto habría que considerarlo seriamente cuando se vean los pasos para enfrentar los desafíos de la dependencia digital, de los diez países en los que los ciudadanos más tiempo pasan en las redes sociales e internet, cuatro son latinoamericanos (Brasil, Colombia, Argentina y México).
Enfrentar lo que parece imposible
“Sabia virtud de conocer el tiempo” decía en un poema el mexicano Renato Leduc. En efecto, el tiempo es el mayor recurso del ser humano, un recurso no renovable; que sabiéndolo utilizar en función del desarrollo personal, interpersonal y comunitario, puede ser motivo de esperanza y de paz. Por el contrario, desperdiciandolo, corremos el peligro de caer en el aburrimiento. Y, como decía Dostoievski, un tipo que solo tiene por ocupación comer pasteles y mirar pasar a la gente, acaba haciendo locuras..
Estar conectados para un buen fin, usar la tecnología a nuestro favor («Someter la técnica al servicio del espíritu» fue el lema del fundador de la carrera de Ciencias y Técnica de la Información en la Universidad Iberoamericana de México, pionera en América Latina, el sacerdote jesuita José Sánchez Villaseñor) es, de acuerdo con el poema de Leduc, una «sabia virtud».
Así las cosas, el portal Family and Media ha propuesto «tres comportamientos que podemos esforzarnos por poner en práctica; relacionados con nuestro estar conectados, es decir, vinculados a nuestra vida virtual». Ojo, no se trata de echar al cubo de la basura el móvil; se trata de usarlo a favor del usuario (no de la empresa que ofrece los servicios digitales).
Primer desafío. Cada día, se puede dedicar más tiempo “ocioso” (o al menos igual) a leer libros que a consultar las redes sociales.
Segundo desafío Cada mes, al menos tener un día libre del teléfono móvil.
Tercer desafío Dialogar y discutir más cara a cara o por teléfono, en lugar de a través de comentarios/mensajes escritos. Buscar la mayor interacción posible con los demás.
En su último texto –su último best-seller– el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han haciendo un juego de palabras bastante certero; dice que en nuestra era digital (la era de las no-cosas), hemos pasado del homo sapiens al phono sapiens; del hombre que sabe al teléfono que sabe.
Y agregaba en una entrevista con el periódico español El País sobre las tesis que maneja en el libro No-cosas. Quiebras del mundo de hoy, algo muy doloroso para los católicos: que el teléfono celular ha sustituido al Rosario.
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