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miércoles, 28 de agosto de 2024

Evangelio del día


 

Segunda Carta de San Pablo a los Tesalonicenses 3,6-10.16-18.

Les ordenamos, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que se aparten de todo hermano que lleve una vida ociosa, contrariamente a la enseñanza que recibieron de nosotros.
Porque ustedes ya saben cómo deben seguir nuestro ejemplo. Cuando estábamos entre ustedes, no vivíamos como holgazanes,
y nadie nos regalaba el pan que comíamos. Al contrario, trabajábamos duramente, día y noche, hasta cansarnos, con tal de no ser una carga para ninguno de ustedes.
Aunque teníamos el derecho de proceder de otra manera, queríamos darles un ejemplo para imitar.
En aquella ocasión les impusimos esta regla: el que no quiera trabajar, que no coma.
Que el Señor de la paz les conceda la paz, siempre y en toda forma. El Señor esté con todos ustedes.
El saludo es de mi puño y letra. Esta es la señal característica de todas mis cartas: así escribo yo, Pablo.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos ustedes.


Salmo 128(127),1-2.4-5.

¡Feliz el que teme al Señor
y sigue sus caminos!
Comerás del fruto de tu trabajo,

serás feliz y todo te irá bien.
¡Así será bendecido
el hombre que teme al Señor!

¡Que el Señor te bendiga desde Sión
todos los días de tu vida:
que contemples la paz de Jerusalén.


Evangelio según San Mateo 23,27-32.

¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre!
Así también son ustedes: por fuera parecen justos delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad.
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que construyen los sepulcros de los profetas y adornan las tumbas de los justos,
diciendo: 'Si hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no nos hubiéramos unido a ellos para derramar la sangre de los profetas'!
De esa manera atestiguan contra ustedes mismos que son hijos de los que mataron a los profetas.
¡Colmen entonces la medida de sus padres!


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.


Bulle

San Gregorio de Nisa (c. 335-395)
monje, obispo
Homilía 6 sobre las Bienaventuranzas; PG 44,1269


«Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8)

La salud del cuerpo es un bien para la vida humana. Ahora bien, se es dichoso no sólo por conocer la definición de salud, sino por vivir en buena salud... El Señor Jesús no dice que se es dichoso por saber alguna cosa referente a Dios, sino que se es feliz por la posesión de él dentro de sí. En efecto, «dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8). No dice que Dios se deja ver por cualquiera que haya purificado la mirada de su alma...; en otra parte lo dice más claramente: «El Reino de Dios está dentro de vosotros» (Lc 17,21). Esto es lo que nos enseña: el que ha purificado su corazón de toda criatura y de toda atadura desordenada, ve la imagen de la naturaleza divina en su propia belleza...
Hay en ti, en cierta medida, una capacidad para ver a Dios. El que te ha formado ha depositado en tu ser una inmensa fuerza. Dios, al crearte, ha encerrado en ti la sombra de su propia bondad de manera semejante a cuando se imprime el dibujo de un sello en la cera. Pero el pecado ha escondido esta huella de Dios; ha quedado escondida bajo unas manchas. Si a través de una vida perfecta purificas las manchas fijadas en tu corazón, la belleza divina brillará de nuevo en ti. De la misma manera que un pedazo de hierro del que se ha quitado su herrumbre brilla bajo la luz del sol, igualmente ocurre en el hombre interior: en lo que el Señor llama «corazón», encontrará de nuevo la semejanza con su modelo cuando haya quitado las manchas de herrumbre que estropeaban su belleza. (EDD)

Oración

Señor, he pecado.
Con el corazón hecho pedazos vengo a pedirte perdón.
Sé que no hay maldad tan mala capaz de impedirte amarme.
Me da vergüenza verte crucificado y encima pedirte favores,
pero, te necesito, Señor:
por tu inmensa compasión ¡borra mi culpa!

Mírame, soy débil, vulnerable, pecador.
Yo, miseria. Tú, misericordia.
Tú que puedes sacar bien del mal, levántame, Señor.
Sáname. Restáurame. Hazme un hombre nuevo.
Desde la altura del cielo nos viste sufrir
y con el estandarte del amor
viniste al encuentro del hombre que sufre.

Una y otra vez he comprobado que lo que atrae tu mirada misericordiosa sobre mí es mi estado de miseria.
No son mis méritos los que me hacen agradable a tus ojos, sino la omnipotencia de tu misericordia.
La incomprensible gratuidad de tu amor.
No debe haber pecado capaz de tenerme alejado de ti.
Por más vergüenza y dolor que sienta,
siento también la confianza de venir a pedirte perdón
con la certeza de que siempre, siempre, encontraré la mirada del Buen Pastor.
Tus ojos están puestos en los que esperan en tu misericordia (Sal 32)
Por eso estoy aquí, una vez más de rodillas ante ti, Cristo crucificado.
Vengo a declararme débil, miserable, pecador.
Vengo a pedirte perdón.

(Guarda silencio, escucha que te absuelve y que te dice: Te sigo amando igual. Déjate amar.)

Gracias, Jesús.
Cuando hago oración contemplándote en la cruz
te me revelas como Misericordia.
Tu amor crucificado es una invitación a la confianza.

Te lo suplico, Señor, que hoy y cuando tenga la desgracia de perder la gracia,
no olvide jamás que tú, Dios, moriste crucificado para salvarme;
que no pierda nunca la esperanza de tu misericordia.
Como el ladrón que paga sus culpas en el Calvario,
también yo te suplico: acuérdate de mí a la hora de mi muerte
y consérvame a tu lado para siempre.
Y luego, con el espíritu bien dispuesto, acudir al sacramento del perdón.

Una buena práctica que aprendí al entrar a la vida religiosa es el rezo del Salmo 50 todas las noches, de rodillas junto a la cama, ante Cristo crucificado, tratando de adoptar las actitudes del Rey David:

Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión, borra mi culpa,
lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado,
contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre.
Te gusta un corazón sincero, y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con hisopo: quedaré limpio, lávame, quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme,
no me arrojes de tu rostro, no me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso;
enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti.
Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios Salvador mío y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios y mi boca proclamará tu alabanza.
Los sacrificios no te satisfacen; si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén;
Entonces aceptarás los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos, sobre tu altar se inmolarán novillos.

 (catholicnet)


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