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miércoles, 8 de octubre de 2025

Evangelio del día


 

Libro de Jonás 3,10.4,1-11.

Al ver todo lo que los ninivitas hacían para convertirse de su mala conducta, Dios se arrepintió de las amenazas que les había hecho y no las cumplió.
Jonás se disgustó mucho y quedó muy enojado.
Entonces oró al Señor, diciendo: "¡Ah, Señor! ¿No ocurrió acaso lo que yo decía cuando aún estaba en mi país? Por eso traté de huir a Tarsis lo antes posible. Yo sabía que tú eres un Dios bondadoso y compasivo, lento para enojarte y de gran misericordia, y que te arrepientes del mal con que amenazas.
Ahora, Señor, quítame la vida, porque prefiero morir antes que seguir viviendo".
El Señor le respondió: "¿Te parece que tienes razón para enojarte?".
Jonás salió de Nínive y se sentó al este de la ciudad: allí levantó una choza y se sentó a la sombra de ella, para ver qué iba a suceder en la ciudad.
Entonces el Señor hizo crecer allí una planta de ricino, que se levantó por encima de Jonás para darle sombra y librarlo de su disgusto. Jonás se puso muy contento al ver esa planta.
Pero al amanecer del día siguiente, Dios hizo que un gusano picara el ricino y este se secó.
Cuando salió el sol, Dios hizo soplar un sofocante viento del este. El sol golpeó la cabeza de Jonás, y este se sintió desvanecer. Entonces se deseó la muerte, diciendo: "Prefiero morir antes que seguir viviendo".
Dios le dijo a Jonás: "¿Te parece que tienes razón de enojarte por ese ricino?". Y él respondió: "Sí, tengo razón para estar enojado hasta la muerte".
El Señor le replicó: "Tú te conmueves por ese ricino que no te ha costado ningún trabajo y que tú no has hecho crecer, que ha brotado en una noche y en una noche se secó,
y yo, ¿no me voy a conmover por Nínive, la gran ciudad, donde habitan más de ciento veinte mil seres humanos que no saben distinguir el bien del mal, y donde hay además una gran cantidad de animales?".


Salmo 86(85),3-4.5-6.9-10.

¡Tú eres rico en misericordia, Señor!

Tú eres mi Dios: ten piedad de mí, Señor,
porque te invoco todo el día;
reconforta el ánimo de tu servidor,
porque a ti, Señor, elevo mi alma.

Tú, Señor, eres bueno e indulgente,
rico en misericordia con aquellos que te invocan:
¡atiende, Señor, a mi plegaria,
escucha la voz de mi súplica!

Todas las naciones que has creado
vendrán a postrarse delante de ti,
y glorificarán tu Nombre, Señor,
porque tú eres grande, Dios mío,

y eres el único que hace maravillas.


Evangelio según San Lucas 11,1-4.

Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos".
El les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino;
danos cada día nuestro pan cotidiano;
perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación".

Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.

Bulle

Tertuliano (c. 155-c. 220)
teólogo
Sobre la oración, 1-10 (Le Pater expliqué par les Pères, Franciscaines, 1951), trad. sc©evangelizo.org


“Padre, ¡santificado sea tu Nombre!”

La expresión “Dios Padre” no había sido revelada. Cuando Moisés pregunta a Dios quién era él, escuchó otro nombre. El nombre ha sido revelado a nosotros por el Hijo. Ese nombre implica el nombre nuevo “Padre”. “He venido en nombre de mi Padre” (Jn 5,43), “Padre, glorifica tu nombre” (Jn 12,28) y aún más explícitamente “He manifestado tu nombre a los hombres (Jn17,6). Por eso le pedimos “Que tu nombre sea santificado”.
No significa que el hombre debe hacer votos a Dios como si necesitara nuestros augurios. Sino que tenemos que bendecir a Dios en todo tiempo y lugar, para rendirle el homenaje de reconocimiento que todo hombre debe a su benevolencia. La bendición cumple con ello. El nombre de Dios es siempre santo y santificado, ya que santifica a los otros nombres. La armada de ángeles que lo rodea, no cesa de cantar “¡Santo, Santo, Santo!”. Nosotros, que aspiramos a compartir la bienaventuranza de los ángeles, nos asociamos desde ahora a sus voces, cantando ya nuestra dignidad futura. Por la gloria de Dios.
En cuanto a la oración, cuando decimos “Que tu nombre sea santificado”, demandamos que sea santificado en nosotros. Nosotros, que estamos en él, y también en los otros, en los que la gracia de Dios todavía espera ser recibida. Así nos conformamos al precepto de rezar por todos, mismo por nuestros enemigos. Por eso decir “Que tu nombre sea santificado”, es pedir que lo sea en todos los hombres. (EDD)

Reflexión sobre el cuadro

En el Evangelio de Lucas, el pasaje de hoy sigue directamente a la visita de Jesús a casa de María y Marta, sobre la que reflexionamos ayer. Allí, María prestó toda su atención a la palabra del Señor; ahora, esa escucha atenta da paso a la oración del propio Jesús. A la escucha sigue la oración. Este es también el ritmo de la Misa: primero escuchamos la Palabra de Dios, y después nos volvemos a la meditación (la homilía) y a la oración (las Plegarias), dejando que esa Palabra arraigue en nuestros corazones.

Y la oración puede adoptar muchas formas diferentes para todos nosotros. A veces nuestra oración es bastante informal. Hablamos con el Señor como con un amigo que está constantemente con nosotros, expresándole espontáneamente lo que hay en nuestro corazón. Damos gracias a Dios por el buen tiempo que hace al levantarnos, por la comida que tenemos en la nevera, por un encuentro agradable que hemos tenido con un desconocido, etc. .... Hay muchas cosas por las que dar gracias a Dios y hablar con él. Esa oración puede ser profundamente personal y es hermosa. Sin embargo, hay otros momentos en los que rezamos de una manera mucho más formal. Es menos espontánea, pero en ella nos unimos a la familia cristiana en el mundo. Esta forma de oración es igualmente hermosa. Y ésta es la oración que se nos ha dado en la lectura de hoy: un regalo de Jesús para nosotros, para unirnos a todos los demás cristianos del mundo y expresar juntos nuestra alabanza a Dios.

En nuestro cuadro de 1707, obra de Willem Van Mieris, vemos a un ermitaño rezando. La expresión de su rostro transmite que está sumido en la meditación. Se encuentra en una cueva rocosa que se abre a un paisaje montañoso. El espacio personal de la roca da paso al mundo abierto del paisaje. Está inclinado sobre dos libros, una calavera y un crucifijo. Sus ojos están prácticamente cerrados mientras se concentra en el significado profundo del texto. Muchos pintores de finales del siglo XVII y principios del XVIII se especializaron en escenas protagonizadas por ermitaños. Estos cuadros promovían la vida contemplativa y la necesidad del silencio en la oración. Los libros indican que el ermitaño habría leído primero la Palabra de Dios, y ahora reza, dejando que la Palabra arraigue en su corazón.

by Padre Patrick van der Vorst

Oración

(Recemos la oración del Evangelio)

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