León XIV cita a San Agustín para comentar el evangelio de Lázaro y Epulón y recuerda a un mártir del comunismo

El Papa león XIV entrega una cruz a una catequista en el Jubileo de los Catequistas
El Papa León XIV ha presidido este domingo la misa del Jubileo de los Catequistas en la Plaza de San Pedro, en la que han participado unas 35.000 personas.
En el marco de este Jubileo, el Papa instituyó a 39 nuevos catequistas procedentes de diversos países, a quienes entregó personalmente un crucifijo como signo de su misión. Los candidatos, llamados uno a uno por su nombre, respondieron con un “Aquí estoy” a la llamada del Pontífice. Tras la homilía, cada uno recibió en sus manos una cruz, signo de su vocación particular.
San John Henry Newman, doctor de la Iglesia para Todos los Santos
Antes de rezar el Ángelus de este domingo, el Papa León XIV anunció que el próximo 1 de noviembre, día en que la Iglesia celebra la festividad de Todos los Santos, conferirá a San John Henry Newman el título de Doctor de la Iglesia.
“Tengo la alegría de anunciar que el próximo 1 de noviembre, en el Jubileo del mundo educativo, conferiré el título de Doctor de la Iglesia a San John Henry Newman, el cual contribuyó al renacimiento de la teología y a la comprensión de la doctrina cristiana en su desarrollo”, expresó el Pontífice en italiano durante su intervención.
La ceremonia solemne de proclamación se enmarcará en las celebraciones del Jubileo dedicadas al ámbito de la educación (Newman fue un académico y fundador de centros educativos y universitarios).
San John Newman (1801-1890), teólogo inglés convertido del anglicanismo al catolicismo, destaca por sus reflexiones sobre el desarrollo de la doctrina, la conciencia personal y la relación entre fe y razón, y fue citado con frecuencia en el Concilio Vaticano II. Fue beatificado en 2010 por Benedicto XVI en su viaje a Inglaterra, y canonizado en 2019 por el Papa Francisco.
Un nuevo beato, mártir del comunismo en Ucrania
El Papa León XIV también pidió la intercesión de Peter Pavel Oros, sacerdote grecocatólico beatificado el sábado en Bilky, Transcarpatia, Ucrania, en una ceremonia presidida por el cardenal polaco Grzegorz Ryś, Arzobispo de Łódź, en representación del Papa.
El padre Oros (sacerdote e hijo de sacerdote) fue asesinado por el régimen comunista en 1953. "Cuando la Iglesia grecocatólica fue declarada ilegal, él permaneció fiel al Sucesor de Pedro y continuó con valentía ejerciendo su ministerio de forma clandestina, consciente de los riesgos”.
“Invocamos la intercesión de este nuevo Beato, para que obtenga para el querido pueblo ucraniano la fortaleza de perseverar en la fe y en la esperanza, a pesar del drama de la guerra”, oró el Pontífice.
Con las víctimas del tifón de Asia
León XIV manifestó este domingo su cercanía a las poblaciones de Asia golpeadas en los últimos días por un violento tifón. “En estos días un tifón se ha abatido sobre diversos territorios asiáticos, en particular las Filipinas, la isla de Taiwán, la ciudad de Hong Kong, la región de Guangdong y Vietnam. Estoy cercano a las poblaciones afectadas, especialmente a las más pobres”, afirmó el Pontífice en la plaza de San Pedro.
El tifón ha causado cortes de electricidad, evacuaciones masivas y cuantiosas pérdidas materiales en áreas urbanas y rurales. Las autoridades locales informaron de víctimas mortales y de miles de desplazados, mientras equipos de emergencia y voluntarios trabajan en las labores de rescate.
El Papa pidió a los fieles orar por quienes han perdido a sus seres queridos y por quienes se enfrentan a esta devastación, atendiendo en especial a las poblaciones más vulnerables.

El Papa León con casi 40 catequistas de distintos países, para una ceremonia de envío
Catequistas y familia, juntos para transmitir la fe
Durante la Misa en el marco del Jubileo de los Catequistas, el Papa destacó la capacidad del catecismo para formar cristianos. “El Catecismo es el instrumento de viaje que nos protege del individualismo y las discordias, porque confirma la fe de toda la Iglesia católica”, señaló durante la homilía.
“Cuando educamos en la fe no hacemos un adiestramiento, sino que ponemos en el corazón la Palabra de Vida, para que produzca frutos en una vida buena”, remarcó. El catequista ayuda a la familia, pero la familia no puede delegar: la transmisión de la fe, dijo, “se realiza allí donde vivimos, principalmente en nuestras casas, alrededor de la mesa”. Pero los catequistas siempre están ahí enseñando. "Desde niños y adolescentes, siendo jóvenes, después adultos y también ancianos, los catequistas nos acompañan en la fe”, aseveró tras señalar que este es un proceso que involucra a toda la comunidad eclesial".
La enseñanza de Lázaro y Epulón
Comentando en su homilía el Evangelio del rico Epulón y de Lázaro (Lc 16,19-31), el Papa explicó que este relato quiere “despertar nuestra conciencia”. “El Señor mira el corazón de los hombres y, a través de sus ojos, nosotros reconocemos a una persona indigente y a una indiferente. Lázaro es olvidado por quien está frente a él, justo después de la puerta de su casa; sin embargo, Dios está cerca de él y recuerda su nombre”, reseñó.
"¡Cuántos Lázaros mueren frente a la avaricia que olvida la justicia, al beneficio que pisotea la caridad, a la riqueza ciega frente al dolor de los necesitados!”, insistió.
León XIV, que es agustino, suele citar a San Agustín, también en esta ocasión. “Si el rico del Evangelio hubiera tenido caridad hacia Lázaro, habría hecho el bien no solo al pobre, sino también a sí mismo”, dijo, remitiéndose al santo de Hipona.
Alertó a los cristianos del peligro de estar "tentados por la avaricia y la indiferencia". "Los muchos Lázaros de hoy nos recuerdan la palabra de Jesús, convirtiéndose para nosotros en una catequesis aún más eficaz", dijo.
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Texto completo de la homilía
Plaza de San Pedro, XXVI domingo del Tiempo Ordinario, 28 de septiembre de 2025
Queridos hermanos y hermanas:
Las palabras de Jesús nos comunican cómo Dios contempla el mundo, en cada tiempo y en cada lugar. En el Evangelio que hemos escuchado (Lc 16,19-31), sus ojos observan a un pobre y a un rico, el que muere de hambre y el que engulle frente a él; ven la vestimenta elegante de uno y las llagas del otro, lamidas por los perros (cf. Lc 16,19-21).
Pero no sólo eso: el Señor mira el corazón de los hombres y, a través de sus ojos, nosotros reconocemos a un indigente y a un indiferente. Lázaro es olvidado por quien está frente a él, justo después de la puerta de su casa; sin embargo, Dios está cerca suyo y recuerda su nombre. El hombre que vive en la abundancia, en cambio, no tiene nombre, porque se pierde a sí mismo, olvidándose del prójimo. Está disperso en los pensamientos de su corazón, lleno de cosas y vacío de amor. Sus bienes no lo hacen bueno.
El relato que Cristo nos confía es, lamentablemente, muy actual. A las puertas de la opulencia se encuentra hoy la miseria de pueblos enteros, azotados por la guerra y la explotación. Nada parece que haya cambiado a lo largo de los siglos, cuántos Lázaros mueren frente a la avaricia que olvida la justicia, al beneficio que pisotea la caridad, a la riqueza ciega frente al dolor de los necesitados.
Sin embargo, el Evangelio asegura que los sufrimientos de Lázaro tienen un final. Sus dolores terminan, así como terminan los banquetes del rico, y Dios hace justicia a ambos: «El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado» (v. 22). La Iglesia, sin cansarse, anuncia esta palabra del Señor, para que nuestros corazones se conviertan.
Queridos hermanos, por una singular coincidencia, este mismo pasaje evangélico fue proclamado precisamente durante el Jubileo de los Catequistas en el Año de la Misericordia. Dirigiéndose a los peregrinos venidos a Roma por esa circunstancia, el Papa Francisco destacó que Dios redime el mundo de todo mal, dando su vida por nuestra salvación. Su acción es el comienzo de nuestra misión, porque nos invita a darnos nosotros mismos por el bien de todos. Decía el Papa a los catequistas: «Este centro, alrededor del cual gira todo, este corazón que late y da vida a todo es el anuncio pascual, el primer anuncio: el Señor Jesús ha resucitado, el Señor Jesús te ama, ha dado su vida por ti; resucitado y vivo, está a tu lado y te espera todos los días» (Homilía, 26 septiembre 2016).
Estas palabras nos hacen reflexionar sobre el diálogo entre el hombre rico y Abraham, que hemos escuchado en el Evangelio. Se trata de una súplica que el rico expresa para salvar a sus hermanos y que se vuelve un desafío para nosotros.
Hablando con Abraham, en efecto, él exclama: «Si alguno de los muertos va a verlos, se convertirán» (Lc 16,30). Abraham responde de este modo: «Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán» (v. 31). Ahora bien, uno resucitó de entre los muertos: Jesucristo. Las palabras de la Escritura, pues, no quieren decepcionarnos o desanimarnos, sino despertar nuestra conciencia. Escuchar a Moisés y a los Profetas significa hacer memoria de los mandamientos y las promesas de Dios, cuya providencia no abandona nunca a nadie. El Evangelio nos anuncia que la vida de todos puede cambiar, porque Cristo ha resucitado de entre los muertos. Este acontecimiento es la verdad que nos salva; por eso debe conocerse y anunciarse, pero no es suficiente. Debe amarse, y es este amor el que nos lleva a comprender el Evangelio, porque nos transforma abriendo el corazón a la palabra de Dios y al rostro del prójimo.
En este sentido, ustedes catequistas son esos discípulos de Jesús que se convierten en sus testigos. El nombre del ministerio que llevan adelante proviene del verbo griego katēchein, que significa instruir de viva voz, hacer resonar. Eso quiere decir que el catequista es una persona de palabra, una palabra que pronuncia con su propia vida. Por eso los primeros catequistas son nuestros padres, aquellos que hablaron con nosotros primero y nos enseñaron a hablar. Así como aprendimos nuestra lengua materna, del mismo modo el anuncio de la fe no puede delegarse a otros, sino que se realiza allí donde vivimos, principalmente en nuestras casas, alrededor de la mesa. Cuando hay una voz, un gesto, un rostro que lleva a Cristo, la familia experimenta la belleza del Evangelio.
Todos hemos sido educados a creer mediante el testimonio de quien ha creído antes de nosotros. Desde niños y adolescentes, siendo jóvenes, después adultos y también ancianos, los catequistas nos acompañan en la fe compartiendo un camino constante, como han hecho ustedes en estos días, en la peregrinación jubilar. Esta dinámica involucra a toda la Iglesia; en efecto, mientras en Pueblo de Dios genera hombres y mujeres en la fe, «va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón y, ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad» (Const. dogm. Dei Verbum, 8). En esa comunión, el Catecismo es el “instrumento de viaje” que nos protege del individualismo y las discordias, porque confirma la fe de toda la Iglesia católica. Cada fiel colabora en su obra pastoral escuchando las preguntas, compartiendo las pruebas, sirviendo al deseo de justicia y de verdad que reside en la conciencia humana.
De esa manera los catequistas enseñan, es decir, dejan un signo interior; cuando educamos en la fe no hacemos un adiestramiento, sino que ponemos en el corazón la palabra de vida, para que produzca frutos de vida buena. Al diácono Deogracias, que le preguntó cómo ser un buen catequista, san Agustín le respondió: «Explica cuanto expliques de modo que la persona a la que te diriges, al escucharte crea, creyendo espere y esperando ame» (De catechizandis rudibus, 4, 8).
Queridos hermanos y hermanas, hagamos nuestra esta invitación. Recordemos que nadie da lo que no tiene. Si el rico del Evangelio hubiera tenido caridad con Lázaro, habría hecho el bien, no sólo al pobre, sino también a sí mismo. Si ese hombre sin nombre hubiera tenido fe, Dios lo habría salvado de todo tormento; fue el apego a las riquezas mundanas lo que le quitó la esperanza del bien verdadero y eterno. Cuando también nosotros estamos tentados por la avaricia y la indiferencia, los muchos Lázaros de hoy nos recuerdan la palabra de Jesús, convirtiéndose para nosotros en una catequesis aún más eficaz en este Jubileo, que es para todos un tiempo de conversión y de perdón, de compromiso por la justicia y de búsqueda sincera de la paz.
ReL
Vea también Muestras y ejemplos de catequesis para adultos, jóvenes y niños
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