Un equipo investigador descubrió que las embarazadas africanas y asiáticas no estarían mejor con más aborto... y sus patrocinadores abortistas lo censuraron |
Manuel Alfonseca ha sido catedrático de Sistemas Informáticos, experto en simulaciones informáticas y profesor en tres universidades de Madrid (la Politécnica, la Complutense y la Autónoma). Es un entusiasta de la divulgación científica, y a eso dedica su popular blog Divulciencia, señalando a veces los titulares exagerados o absurdos de la prensa (incluso la especializada) en temas científicos. Muchos lectores de ReL lo conocen por sus análisis sobre ciencia y fe.
En su blog ha comentado ahora un caso novedoso y emblemático que le saca los colores a los grupos abortistas en el campo de la investigación científica... y muestra lo vulnerable que puede ser la investigación médica y social a presiones económicas.
En su blog ha comentado ahora un caso novedoso y emblemático que le saca los colores a los grupos abortistas en el campo de la investigación científica... y muestra lo vulnerable que puede ser la investigación médica y social a presiones económicas.
En la prestigiosa revista médica inglesa The Lancet, dos autoras, Katerini T Storeng y Jennifer Palmer, explican que unas empresas favorables al aborto contrataron a su equipo para investigar -con otras palabras, se entiende- cómo legalizar y facilitar el aborto evitaría muchas muertes de embarazadas en países de Asia y África. Pero, al parecer, los resultados de su investigación descubrieron más bien lo contrario.
Katerini Storeng y Jennifer Palmer investigaron,
y a las entidades abortistas que las contrataron no
le gustaron los resultados y quisieron censurarlas
y a las entidades abortistas que las contrataron no
le gustaron los resultados y quisieron censurarlas
Las entidades abortistas prohibieron a las científicas difundir sus hallazgos. Pero ellas decidieron explicar lo que pudieran en The Lancet, en su artículo "When ethics and politics collide in donor-funded global health research" ("Cuando la ética y la política choca en la investigación sobre salud mundial financiada por donantes"), publicado el 22 de marzo.
Para Alfonseca, este caso muestra que "se ha dado un paso más hacia el control ideológico de la investigación científica". Como en regímenes autoritarios de otros tiempos, el poder político e ideológico intenta bloquear la investigación y sus resultados cuando no les interesa por ideología.
Republicamos el artículo por su interés.
La ideología dominante se atreve a censurar la ciencia
por Manuel Alfonseca, en Divulciencia
En uno de los artículos más leídos y polémicos de este blog, Lo que dice la ciencia sobre la vida humana, que tuvo 92 comentarios (hasta ahora el récord del blog), expliqué cómo, por razones puramente ideológicas, los partidarios del aborto cierran los ojos a lo que dice la ciencia, que no duda en afirmar (y lo hace desde hace siglo y medio) que la vida de cada ser humano comienza en la fecundación del óvulo por el espermatozoide.
Frente a esto, los abortistas se empeñan en hacer afirmaciones falsas como estas: un feto no es más que una parte del cuerpo de la madre; un feto no es un ser humano; un feto no es más que un conjunto de células (¿pues qué son los abortistas?)
Denunciando que se ha dado un paso más hacia el control ideológico de la investigación científica, la revista británica The Lancet, segunda en factor de impacto en el campo de la Medicina, ha publicado un artículo que acusa de injerencia en la investigación científica a ciertas ONG abortistas y al gobierno del Reino Unido.
Los científicos firmantes del artículo forman parte de un equipo perteneciente a la London School of Hygiene and Tropical Medicine (www.lshtm.ac.uk), que realizó la evaluación de un proyecto destinado a reducir las muertes por embarazos no deseados en 14 países de África y Asia (o sea, el número de muertes causadas por abortos provocados).
Los científicos firmantes del artículo forman parte de un equipo perteneciente a la London School of Hygiene and Tropical Medicine (www.lshtm.ac.uk), que realizó la evaluación de un proyecto destinado a reducir las muertes por embarazos no deseados en 14 países de África y Asia (o sea, el número de muertes causadas por abortos provocados).
El proyecto, que tenía asignada una financiación de 140 millones de libras esterlinas, estaba patrocinado por el Departamento para el Desarrollo Internacional del reino Unido (DFID por sus siglas en inglés) y llevado a cabo por dos importantes ONG dedicadas a la salud reproductiva internacional (un eufemismo para ocultar la palabra aborto, aunque esas organizaciones no la ocultan en sus webs).
El problema surgió cuando los resultados de la evaluación realizada por el equipo universitario no fueron del agrado de las dos ONG abortistas, que a base de presiones y amenazas consiguieron impedir la publicación de una serie de artículos científicos que detallaban los resultados de la evaluación y que ya estaban aceptados por revistas del ramo.
Ante las protestas y acusaciones de las ONG, la universidad abrió una investigación sobre el trabajo del equipo evaluador, llegando a la conclusión de que dicho equipo había trabajado correctamente, aunque le ordenó dejar en el anonimato la participación de las dos grandes ONG abortistas y los países donde habían trabajado, lo que en la práctica concedía a dichas empresas la facultad de decidir qué resultados de la investigación podían publicarse y cuáles no.
El equipo investigador recurrió la decisión, porque equivalía a instaurar la censura de las ONG abortistas sobre los resultados de su investigación, pero el departamento gubernamental DFID del Reino Unido desestimó su recurso.
Posteriormente se les permitió publicar un solo artículo, pero quedan muchos resultados que no han podido hacerse públicos, lo que ha inducido a dos de los investigadores a escribir el artículo de denuncia para The Lancet.
Los autores señalan que no se trata sólo de su caso, sino que muchos otros investigadores se encuentran en la misma situación que ellos, cuando los resultados de sus trabajos chocan con la ideología dominante. Veámoslo con sus palabras:
«Numerosos colegas han descrito formas similares de interferencia, en diferentes etapas del proceso de investigación, que dan como resultado una "evaluación..." diseñada para complacer a los donantes; informes "archivados" o "embargados"; y un "regateo" sobre qué resultados pueden publicarse. A menudo, tal interferencia se expresa en el lenguaje de la ética; otras veces los donantes y sus socios atacan el rigor de los métodos de investigación o tratan de desacreditar las interpretaciones de los investigadores llamándolas "ingenuas", para presionarlos y obligarlos a suprimir hallazgos y análisis que arrojan una luz desfavorable sobre sus estrategias o resultados programáticos».
En otro sitio dicen esto:
«“Censura” es una palabra fuerte. ¿Pero qué otra cosa se puede llamar, cuando un donante que encarga una investigación basada en la evaluación de uno de sus principales programas globales de salud ordena a los investigadores que omitan resultados importantes en su informe final? ¿O cuando les presiona para que cambien sus conclusiones? ¿O cuando un miembro del personal de un socio que está siendo evaluado amenaza la reputación de los investigadores y su Universidad si publican resultados negativos?»
ReL
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