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viernes, 3 de mayo de 2019

Práctica de la humildad (V)


S.S. León XIII
Papa León XIII



50. El enfermo que desea vivamente la curación procura evitar todo lo que pueda retrasarla; toma con temor aun los alimentos más inofensivos y casi a cada bocado se para a pensar si le sentarán bien; también tú, si deseas de corazón curarte de la funesta enfermedad de la soberbia, si verdaderamente anhelas adquirir la preciosa virtud de la humildad, has de estar siempre en guardia para no decir o hacer lo que pueda impedírtelo; por esto, es bueno que pienses siempre si lo que vas a hacer te lleva o no a la humildad, para hacerlo inmediatamente o para rechazarlo con todas tus fuerzas.

51. Otro motivo bastante poderoso para que practiques la hermosa virtud de la humildad es el ejemplo de nuestro divino Salvador, que debemos imitar continuamente. Él nos ha dicho en el Sagrado Evangelio: Aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón (Mat. 11, 20). Y en efecto, como nota San Bernardo, ¿qué orgulloso podrá haber que se resista ante la humildad de este divino Maestro? Con toda verdad se puede decir que Él sólo se ha humillado y abatido, y que cuando nos parece que nos humillamos no nos humillamos de manera alguna, puesto que nos colocamos en el lugar que nos corresponde; porque siendo viles criaturas, culpables quizás de mil delitos, no podemos tener más derecho que a la nada y a la pena; pero nuestro salvador Jesucristo se abatió infinitamente poniéndose por debajo de la alteza que le corresponde. Él es el Dios Omnipotente, el Ser infinito e inmortal, el árbitro supremo de todo, y, sin embargo, se ha hecho hombre débil, pasible, mortal y obediente hasta la muerte. Él ha soportado en sumo grado la falta de las cosas temporales. Él, que es en el Cielo el gozo y la bienaventuranza de los ángeles y santos, ha querido ser el hombre de los dolores, y ha tomado sobre sus hombros todas las miserias de la Humanidad; la increada sabiduría y el principio de toda sabiduría ha soportado toda la vergüenza y oprobios de un insensato; el Santo de los santos y la Santidad por esencia ha sufrido que se le tenga por criminal y malhechor. Aquel a quien adoran en el Cielo los innumerables ejércitos de bienaventurados, ha deseado morir sobre una cruz; el Sumo Bien por naturaleza ha sufrido toda suerte de miserias temporales. Y después de este ejemplo de humildad, ¿qué deberemos hacer nosotros, polvo y cenizas? ¿Podrá parecemos dura alguna humillación a nosotros, miserables pecadores?

52. Considera también los ejemplos que nos han dejado los santos de la antigua y de la nueva Alianza. Isaías, aquel profeta tan virtuoso y celoso, se creía impuro ante Dios, y confesaba que toda su propia justicia, es decir sus buenas obras, eran como un paño lleno de suciedad (Is. 64, 6). Daniel, a quien el mismo Dios en Ezequiel llamó hombre santo, capaz de detener con sus oraciones la cólera divina, hablaba a Dios con la humildad de un pecador y como el que siempre debe estar cubierto de confusión y vergüenza. Santo Domingo, milagro de inocencia y sumidad, había llegado a tal grado de desprecio por sí mismo que creía atraer la maldición del cielo sobre las ciudades por las que pasaba. Y por eso, antes de entraren cualquiera de ellas, se postraba con el rostro en la tierra y decía llorando: Yo os conjuro. Señor, por vuestra amabilísima misericordia, que no miréis a mis pecados; para que esta ciudad que me va a servir de refugio no deba sufrir los efectos de vuestra justísima venganza. San Francisco, que por la pureza de su vida, mereció ser la imagen de Jesús Crucificado, se tenía por el más perverso pecador de la tierra, y este pensamiento estaba tan grabado en su corazón, que nadie se lo hubiera podido quitar, y argumentaba diciendo que si Dios le hubiese concedido aquellas gracias al último de los hombres, habría usado mejor que el y no le habría pagado con tanta ingratitud. Otros Santos se consideraban indignos del alimento que comían, del aire que respiraban y de los vestidos con que se cubrían; otros tenían por un gran milagro el que la misericordia divina los soportase sobre la tierra y no los precipitara en el infierno; otros se maravillaban de que los hombres los tolerasen y que las criaturas no los exterminaran y aniquilaran. Todos los santos han abominado las dignidades, las alabanzas y los honores, y, por el gran desprecio que sentían por sí mismos, no deseaban sino las humillaciones y los oprobios. ¿Eres tú quizá más santo que ellos? ¿Por qué, siguiendo su ejemplo, no te tienes por algo despreciable a tus ojos? ¿Por qué no buscas, como ellos, las delicias de la santa humildad?

53. Para crecer más en esta virtud y para endulzar y familiarizarte con las humillaciones sería provechoso que te representarás a menudo en la imaginación las aírenlas que te pueden sobrevenir y te esforzaras en aceptarlas, aun a costa de la naturaleza recalcitrante, como prenda segura del amor que Dios te tiene y como medio seguro de santificación. Quizá para el lo tendrás que sostener muchos combates; pero sé valiente y esforzado en la pelea hasta que te sientas firme y decidido a sufrirlo todo con alegría por amor de Jesucristo.

54. Que no pase ni un solo día sin que te hagas reproches que te podrían dirigir tus enemigos no sólo para endulzártelos por anticipado, sino para humillarte y para despreciarte a ti mismo. Si luego, en medio de la tempestad de alguna violenta tentación, te impacientas y te lamentas interiormente al ver cómo te prueba Dios, reprime en seguida esos movimientos y di contigo mismo: ¿podrá quejarse un ruin y miserable pecador como yo de esta tribulación? ¿Por ventura no he merecido castigos infinitamente más duros? ¿No sabes, alma mía, que las humillaciones y los sufrimientos son el pan con que le ha socorrido el Señora fin de que te levantases de una vez de tu miseria e indigencia? Si lo rehúsas, le haces indigna de el y rechazas un rico tesoro, que quizá te será quitado para dárselo a otros que hagan mejor uso de él. El Señor quiere hacerte del número de sus amigos y discípulos del Calvario, y tú, por cobardía, ¿vas a rehuir el combate? ¿Cómo quieres ser coronado sin haber peleado? ¿Cómo pretendes el premio sin haber sostenido el peso del día y del calor? Estas y otras consideraciones semejantes encenderán tu fervor y excitarán en ti el deseo de llevar una vida de sufrimiento y de humillación como la de nuestro Salvador Jesucristo.

55. Por más que goces de mucha tranquilidad y paz entre desprecios y contradicciones, no por eso debes estar seguro de poseer pacífica y victoriosa humildad, porque a menudo la soberbia tan sólo duerme, y si se despierta comienza de nuevo a hacer sus estragos y presa en el al mu' El ejercicio del conocimiento de ti mismo, el huir de los honores y el amor de las humillaciones deben ser tus armas, de las cuales no debes despojarte ni un solo momento. Y si de este modo hubieres adquirido aquella rica herencia, ya no temerás perderla, porque es necesario humillarse siempre para conservar el precioso don de la humildad.

56. Pura que Dios se digne más fácil mente concederte tanto favor, toma por abogada y protectora a la Santísima Virgen. San Bernardo dice que María se ha humillado más que ninguna otra criatura, y que, siendo Ella la más grande de todas, se ha hecho la más pequeña por el profundísimo abismo de su humildad. Por tal razón, María ha recibido la plenitud de la gracia y ha sido digna de ser madre de Dios. María al mismo tiempo es Madre de misericordia y de ternura, a la cual nunca se recurre en vano. Entrégate lleno de confianza a su seno maternal; suplícale encarecidamente que quiera obtenerte la virtud que le fue de tanto aprecio, y no temas que no quiera cuidar de lodo. María pedirá por ti al Dios que cría al humilde y aniquila al soberbio; y ya que María es además omnipotente con su Hijo, será de Él ciertamente oída. Acude a El la en todas tus cruces, en todas tus necesidades, en todas tus tentaciones: María será tu apoyo, María será tu consuelo; pero la principal gracia que debes pedirle es la santa humildad. Jamás calles ni dejes de pedírsela hasta que la hayas conseguido; y no temas importunarla demasiado. ¡Oh; cuánto agrada a María esta importunidad por la salvación de tu alma y para hacerte más aceptable a su divino I lijo! finalmente, le rogarás por su humildad, que fue causa de su elevación a la dignidad de Madre de Dios, y por su divina Maternidad, que fue el fruto inefable de su humildad que te sea siempre más propicia.

57. Asimismo, acude a aquellos santos que más han destacado en esta virtud. A san Miguel, que fue el primer humilde, como Lucifer fue el primer soberbio; a san Juan Bautista, que, aunque llegó a tan alto grado de santidad, que le tomaron por el Mesías, tenía tan bajo concepto de sí mismo, que se juzgaba indigno de desatar la correa de sus zapatos; asan Pablo, el Apóstol privilegiado, que fue arrebatado al tercer cielo, y que, después de haber escuchado los arcanos de la divinidad, se tenía por el último de los apóstoles, hasta el punto de no merecer ni siquiera ese nombre ( 2 Cor. 12, 11); a san Gregorio Papa, que se esforzó, por escapar al Sumo Pontificado de la Iglesia, más que los ambiciosos por conseguir los mayores honores; a san Agustín, que, en la cima de la gloria que recibía de todos como santo Obispo y Doctor de la Iglesia Católica dejó en su libro admirable de las Confesiones y en el de las Retractaciones un monumento inmortal de su humildad; a san Alejo, que, en la casa paterna, prefirió los desprecios y los ultrajes de sus servidores a los honores y dignidades que fácilmente hubiera podido cosechar; a san Luis Gonzaga, que siendo señor de un rico marquesado renunció a él con alegría y cambió las grandezas del siglo poruña vida humilde y mortificada; en fin, recurrirás a tantos y tantos santos que resplandecen con luz muy viva por su humildad en las festividades de la Iglesia. Todos estos humildes siervos de Dios intercederán en el ciclo por ti, para que te cuentes en el número de los imitadores de su virtud.

58. La frecuencia en la Confesión y en la Comunión te proporcionará la ayuda más eficaz para perseverar en la práctica de la humildad. La Confesión, por medio de la cual revelamos a otro semejante nuestro todas las más secretas y vergonzosas miserias de nuestra alma, es el acto mayor de humillación mandado por Jesucristo a sus discípulos. La Sagrada Comunión, en la cual recibimos sustancialmente en nuestro pecho a Dios hecho hombre y anonadado por nuestro amor, es maravillosa escuela de humildad y poderosísimo medio de adquirirla. ¿Y cómo podrás dudar de que tu amabilísimo Jesús no quiere comunicártela, cuando su sagrado Corazón, aquel corazón tan manso y tan humilde, aquel homo de amor y de caridad descansa en cierto modo en tu corazón, que se lo pide con todo el fervor de su afecto? Acércate tantas veces como puedas a recibir aquel adorable Sacramento; y si a él te llegas con las disposiciones necesarias, siempre hallarás aquí el maná escondido reservado solamente a los que ansiosamente lo buscan.

59. Por lo demás, ten siempre valor contra las dificultades que sufrirás en la práctica de todo lo que te he enseñado hasta aquí, y contra la oposición que hallarás en ti mismo. Debes guardarte mucho de decir lo que los tímidos discípulos: Dura es esta doctrina: ¿quién podrá oírla y practicarla? (Juan. 6, 61). Porque en verdad te aseguro que todas las amarguras que sientas al principio se te convertirán muy pronto en dulzura inefable y en consuelos del Paraíso. La santa perseverancia en tal ejercicio te librará de mil angustias de espíritu e infundirá en tu pecho tanta paz y tranquilidad, que gustarás anticipadamente el eterno placer preparado por Dios en el Cielo a sus fieles servidores. Si por pereza dejas de poner los medios necesarios para alcanzar la humildad, te sentirás pesaroso, inquieto, descontento, y harás la vida imposible a ti mismo y quizá también a los demás, y, lo que más importa, correrás gran peligro de perderte eternamente; al menos se te cerrará la puerta de la perfección, ya que fuera de la humildad no hay otra puerta por la que se pueda entrar. Ármate, pues, de un santo atrevimiento para que nadie te pueda abatir; alza los ojos y mira allá arriba a Jesús Crucificado, que, cargado con su cruz, te enseña el camino de la humildad y de la paciencia, que han recorrido ya muchos santos que reinan con Él en el cielo; mira cómo te anima a seguir su camino y el de los verdaderos imitadores de su virtud. Mira a los santos ángeles cómo ansían tu salvación, mira cómo te animan a que tomes la senda angosta, la única segura, la única que conduce al cielo y que nos hace ocupar esos lugares del paraíso que dejó vacíos la soberbia de los ángeles rebeldes. ¿No oyes cómo los bienaventurados proclaman por todo el paraíso que la única vía que les ha permitido gozar de esa gloria inmensa es la de las humillaciones y sufrimientos? Contempla cómo gozan y se alegran contigo por esos primeros deseos que has concebido de imitarlos; mira cómo te animan a no perder el ánimo. Ármate, pues, de fuerza y de valor para comenzar sin tardanza esa gran obra. Son palabras de Cristo que el reino de los cielos sufre violencia (Mat. 11, 12). Dichoso tú y mil veces dichoso, si. con-vencido de esto, tu primer pensamiento fuere practicar la humildad para merecer la eterna grandeza del Paraíso.

60. Por último, reflexiona que nuestro divino Maestro recomendaba a sus discípulos que se confesaran inútiles siervos aun después de haber cumplido todo lo mandado (Luc. 17, 10). Así también tú, cuando con la mayor exactitud hayas practicado estas advertencias deberás tenerte por siervo inútil, y abriga firmemente la persuasión de que eres deudor de ello, no a tus fuerzas y a tus méritos, sino a la gratuita bondad e infinita misericordia de Dios, y dale siempre gracias de tan gran beneficio con todo el afecto y toda la efusión de tu corazón. Finalmente, ruégale todos los días que se digne conservarte este tesoro hasta el último momento en que tu alma, libre de todos los lazos que la tenían sujeta a las criaturas, pueda dirigir su vuelo al seno de su Creador para gozar eternamente de la Gloria preparada para los humildes.


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