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jueves, 2 de mayo de 2019

Práctica de la humildad (IV)


S.S. León XIII
Papa León XIII

40. Cuando oigas que difaman a tu prójimo, siente un verdadero dolor, y busca una excusa para el maledicente; pero tienes que salir en defensa de la persona que es blanco de la murmuración, y con tal destreza, que tu defensa no se convierta en una segunda acusación; así, ora insinuarás sus cualidades, ora pondrás de relieve la estima que merece a los otros y a ti mismo, ora cambiarás hábilmente de conversación o harás ostensible tu desagrado. Obrando de esta manera, harás un gran bien a ti mismo, al maledicente, a los oyentes y a aquel de quien se habla. Mas si tú, sin hacerte la más mínima violencia, te complaces en ver a tu prójimo humillado y te disgustas cuando lo ensalzan, ¡cuánto te falta todavía para alcanzar el tesoro incomparable de la humildad!

41.No habiendo cosa más provechosa para el progreso espiritual que el ser advertido de los propios defectos, es muy conveniente y necesario que los que te hayan hecho alguna vez esta caridad se sientan estimulados por ti a hacértela en cualquier ocasión. Luego que hayas recibido con muestras de alegría y de reconocimiento sus advertencias, imponte como un deber el seguirlas, no sólo por el beneficio que reporta el corregirse, sino también para hacerles ver que no han sido vanos sus desvelos y que tienes en mucho su benevolencia. El soberbio, aunque se corrija, no quiere aparentar que ha seguido los consejos que le han dado, antes bien los desprecia; el verdadero humilde tiene a honra someterse a todos por amor de Dios, y observa los sabios consejos que recibe como venidos de Dios mismo, cualquiera que sea el instrumento de que Él se haya servido.
42. Abandónate completamente a Dios para seguir lo que haya dispuesto su amable Providencia, como un tierno niño se entrega en brazos de su amado padre. Deja que Él haga cuanto quiera, sin turbarte ni inquietarte por lo que te pueda suceder; acepta con alegría, confianza y respeto todo lo que de Él proceda. Obrar de otro modo sería mostrarse ingrato a la bondad de su corazón y desconfiar de Él. La humildad nos abisma infinitamente bajo el ser infinito de Dios, pero al mismo tiempo nos enseña que en Dios está toda nuestra fortaleza y todo nuestro consuelo.

43. Es evidente que sin Dios no puedes hacer nada bueno, que sin Él caerías a cada paso, y la mínima tentación te vencería; reconoce tu debilidad e impotencia para practicar el bien, y no olvides que en tus acciones necesitas siempre del concurso divino. Que la consideración de estos pensamientos te mantenga inseparablemente unido a Él. como un niño que no conociendo otro refugio se aprieta contra el seno de su madre. Repite con el Profeta: Si el Señor no me hubiera ayudado, mi alma habitaría en la región del silencio, y: mírame y apiádate de mí, porque estoy solo y desvalido; oh Dios, ven en mi auxilio, apresúrate a ayudarme. No dejes nunca de dar gracias a Dios con todo tu corazón, y dale gracias, sobre todo, por los cuidados de que te rodea, y pídele en todo momento que no te falte la ayuda que sólo Él te puede dar.

44. Acude a la oración persuadido de tu indignidad y bajeza y lleno de un temor sagrado por la presencia de la suprema majestad, cuya protección te atreves a implorar. ¿Hablaré a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza? Si recibes algún favor extraordinario, júzgate indigno de él y piensa que Dios le lo ha concedido por su largueza y misericordia. No te complazcas vanamente atribuyéndolo a tus méritos. Si no recibes ningún don señalado, no le muestres descontento; considera que te queda mucho por hacer para merecerlo, y que Dios tiene harta bondad y paciencia permitiendo que estés a sus pies; como el mendigo que permanece durante horas enteras a la puerta del rico para alcanzar una pequeña limosna que remedie su miseria.

45. Da gloria a Dios por el feliz éxito de los asuntos que te han sido encomendados, y no te atribuyas a ti mismo más que los fallos que haya habido; sólo éstos le pertenecen: todo lo bueno es de Dios y a Él se debe la gloria y gratitud. Graba con tal fuerza en tu espíritu esta verdad, que nunca más se borre de él; piensa que cualquier otro que hubiera tenido la gracia que tú tuviste lo hubiera hecho mucho mejor y no habría cometido tantas imperfecciones. Rechaza las alabanzas que te hagan por el éxito obtenido, porque no se deben a un vil instrumento como tú, sino a Él, soberano Artífice, que, si así lo quiere, puede servirse de una vara para hacer brotar el agua de una roca, o de un poco de tierra para devolver la vista a los ciegos y operar infinidad de milagros.

46. Si, en cambio, van mal los asuntos confiados a tu cuidado, harto es de temer que el infeliz resultado haya de atribuirse a tu ineptitud y negligencia. Tu amor propio y tu soberbia, enemigas acérrimas de cualquier humillación, querrían echar la culpa a los demás, y si no lo consiguen, intentarán atenuarla. Más tú no secundes sus viciosas inclinaciones, examina tu conducta, en conciencia, y temiendo haber fallado en algo, cúlpate ante Dios y acepta la humillación como castigo merecido. Si tu conciencia no te acusa de culpa alguna, adora también en este caso las disposiciones divinas, y piensa que quizá tus faltas anteriores y tu excesiva presunción han alejado de li las bendiciones del cielo.

47. Si en la Comunión, tu corazón está inflamado de amor di vino, tu espíritu debe estar penetrado de sentimientos de verdadera humildad. ¿Cómo no asombrarte al considerar que un Dios infinitamente puro, infinitamente santo, llegue a esos extremos de amor por una miserable criatura como tú, y se te dé a Sí mismo en alimento? Abísmate en las profundidades de tu indignidad; acércate a la adorable santidad de Dios con suma reverencia, y cuando a este amable Señor, que es todo caridad, le plazca acariciarle, haciéndote partícipe de sus inefables dulzuras, no disminuyas en nada el respeto debido a su infinita majestad, no salgas nunca del lugar que te corresponde, y que es la sumisión, la abyección y lanada; pero que el sentimiento de tu pobreza y de tu miseria no te lleve a cerrar tu corazón y a menguar en nada esa santa confianza que debes tener en tal celestial banquete; antes, por el contrario, debe hacerte crecer en amor a tu Dios que se humilla hasta convertirse en alimento de tu alma.

48. Ten con tu prójimo entrañas de caridad y fuente perenne de afabilidad y de dulzura, y con santa avidez procurarás complacerle en todo; pero lo harás siempre por agradara! Señor. Medita bien los motivos que te inducen u obrar, y así descubrirás las emboscadas de la vanidad y del amor propio; atribuye sólo a Dios todo el bien que hagas, porque debes saber que si tienes oculta y secreta una buena obra de modo que sólo Dios la sepa, te produce inestimable ganancia; y si después por tu negligencia los hombres llegaran a saberla, pierde casi todo su valor, como un hermoso fruto que los pájaros han comenzado a picotear.

49. Ese saludable temor de desagradar a Dios que debes tener irá siempre acompañado de una continua súplica para que no te deje caer e impida con su infinita misericordia tan gran desastre. Este es el santo gemir del corazón recomendado por los santos, que lleva a estar en guardia en todas nuestras acciones, a meditaren las verdades divinas y a despreciar las cosas temporales, a practicar la oración interior y a mantenerse alejado de todo lo que no sea Dios. En una palabra, la fuente de la verdadera humildad y pobreza de espíritu, no la abandones nunca y, en lo posible, pídela constantemente.

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