Cuando era niño mi mamá y mi abuela me enseñaron a amar y confiar en la protección de la siempre Virgen María. Sabía que donde fuera, ella me cuidaba. A menudo me escriben hermanos separados para decirme que sólo Jesús salva, que sólo Jesús es intermediario ante su Padre.
No han comprendido que tenemos una madre en el cielo, al lado de Jesús, a quien tanto amamos.
Amar a María es honrar a Jesús. A todo hijo le agrada que amen a su madre y la traten con cariño. Y más a Jesús, el más perfecto de los hijos, el que ama como nadie a la Virgen santísima, inmaculada y hermosa.
En mi país, Panamá, mayo es el mes de la Virgen. Un tiempo en el que procuro cuidar mi alma con más esmero para ofrecerle a la virgen mi corazón como un ramillete de flores frescas. Por eso, si caigo, y lo hago con frecuencia, busco un confesionario para limpiar mi alma y seguir adelante. Si caigo, me levanto.
Los grandes santos de nuestra Iglesia católica han dejado muchos piropos a la Virgen María.
Yo que soy un simple pecador, quiero unirme a ellos y honrar a nuestra Madre, haciendo mis deberes cotidianos lo mejor posible, procurando hacer el bien a todos, rezando el santo rosario, oración que tanto le agrada y con el que recordamos la vida de Jesús.
“¡Oh, ¡María Inmaculada, estrella de la mañana que disipas las tinieblas de la noche oscura, a Ti acudimos con gran confianza!” (San Juan XXIII)
Amar a maría es amar a su hijo Jesús. La Madre Teresa de Calcuta tiene un pensamiento que define el sentir de todo católico.
“A María, nuestra Madre, le demostraremos nuestro amor trabajando por su Hijo Jesús, con Él y para Él.”
Te comparto una oración bellísima de san Alfonso María Ligorio:
“Virgen Santísima Inmaculada y Madre mía María, a Vos, que sois la Madre de mi Señor, la Reina del mundo, la abogada, la esperanza, el refugio de los pecadores, acudo en este día yo, que soy el más miserable de todos. Os venero, ¡oh gran Reina!, y os doy las gracias por todos los favores que hasta ahora me habéis hecho, especialmente por haberme librado del infierno, que tantas veces he merecido. Os amo, Señora amabilísima, y por el amor que os tengo prometo serviros siempre y hacer cuanto pueda para que también seáis amada de los demás. Pongo en vuestras manos toda mi esperanza, toda mi salvación; admitidme por siervo vuestro, y acogedme bajo vuestro manto, Vos, ¡oh Madre de misericordia! Y ya que sois tan poderosa ante Dios, libradme de todas las tentaciones o bien alcanzadme fuerzas para vencerlas hasta la muerte. Os pido un verdadero amor a Jesucristo. Espero de vos tener una buena muerte; Madre mía, por el amor que tenéis a Dios os ruego que siempre me ayudéis, pero más en el último instante de mi vida. No me dejéis hasta que me veáis salvo en el cielo para bendeciros y cantar vuestras misericordias por toda la eternidad. Así lo espero. Amén”.
¿Te animas a piropear a la Virgen en su mes?
¿Qué harás en mayo para honrar y amar más a María? ¡Cuéntanos!
Claudio de Castro, Aleteia
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