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viernes, 10 de enero de 2020

Gracias 2019, hola 2020: Una reflexión necesaria

Acaba un tiempo sagrado, comienza otro, ¿qué es lo que sueño?
¿Qué desafíos me plantea la vida?
NEW YEAR

Tiene la vida algo extraño. Tras la muerte brota la vida. Tras la vida viene la muerte. En una cadena eterna. La vida de ahora, la vida de entonces. La muerte presente. La muerte de un día. Y un año se acaba.
Y lo despido nostálgico. Porque ha sido distinto, único. No como otros. Y duele el desgarro de idas y venidas. Y los secretos guardados en el alma.
Como hojas caídas del árbol al llegar el otoño. Sembrando nuevas esperanzas. Despertando amaneceres. Anochece, nace un nuevo día.
Quiero dar gracias por el año que ha concluido. Quiero alabar a Dios por todo lo que me ha regalado. Día a día, mes a mes. Tantos regalos ocultos.
Un año como otro cualquiera. O tan distinto. Miro el tiempo que ha pasado. Comencé el año abriendo hojas en blanco, rellenando sueños, despertando anhelos. Y el deseo de crecer en la piel. Bajo la bendición de Dios:
“El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre tu rostro y te conceda la paz”.
Dios me bendice. Habla bien de mí. Desea que crezca, que florezca mi alma, que sienta en mi corazón la alegría de los hijos. Y así comencé a recorrer los días y los meses.
¿Sería todo igual que siempre? ¿Vendrían sólo bienes a mi alma? El corazón teme el desgarro. Perder lo que ama. Se ilusiona y sueña. La desilusión duele en lo más profundo. No sé cómo se digiere la pérdida. No sé vivir el duelo. Duele el alma.
Quisiera comenzar todo de nuevo. ¡Qué manía la mía de volver la mirada al pasado! Como si pudiera cambiar los días de ayer. No es posible.
El corazón lo sabe. Pero se empeña, yo me empeño. En detener el reloj o en volver a algún punto en el tiempo ya pasado, casi olvidado.
El presente manda. Siempre se impone con la fuerza de los segundos que se deslizan monótonos por el reloj. No quiero cambiar el año que pasa. Pero lo miro perplejo. Tantas cosas en tan poco tiempo.
¿Es posible contener el dolor en una vasija de barro? ¿Y luego? ¿Dónde lo vierto? ¿El dolor tiene algún sentido? El dolor lo provoca mi corazón que ama, sueña y anhela.
Y el desgarro, el bendito desgarro. Y el tiempo que todo lo sana y eleva. O parece calmar los miedos y las ansias. Con una mano suave, la de Dios en forma de ángel.
Y me detengo ante el rostro de María al comenzar el año, al acabar el año. No tengo miedo. Acaba un tiempo sagrado. Comienza otro. No tengo nada que perder. No me queda nada.
El corazón vacío. Se lo entrego a Jesús en el pesebre. Mi alma inquieta. Soñadora. Me muestra su rostro Jesús. Me da la paz en medio de inquietudes.
Todo un año pasado por mi piel. El hogar que se hace allí donde pongo mi vida. Donde siembro mis esperanzas. Donde dejo crecer una vida inmensa entre los dedos.
Acabo el año dando gracias a Dios. Por el dolor, por la alegría. Por el desgarro, por las raíces. Miro mi año agradecido. Dios me ha sostenido en todos mis vértigos. Ha conducido mi barca por mares revueltos. Me ha dado su luz en su oscuridad.
Ha vertido en mi alma una esperanza nueva. Me ha abierto los ojos. Me los ha cerrado abriéndolos hacia dentro. Comienza un nuevo año y el corazón sueña. Nuevos desafíos, nuevas montañas, nuevos mares por recorrer, por surcar.
Quiero la gracia de agradecer. La gracia de luchar. Comenta el padre José Kentenich: “Sabemos que, cuando Dios quiere regalarnos una gracia especial, nos regala primero el correspondiente anhelo”.
La medida de mi anhelo. ¿Qué es lo que sueño al comenzar este año? ¿Qué desafíos me plantea la vida?
No puedo vivir oculto entre mis miedos. Dios puede darme un corazón muy grande. Si me dejo amar. Un año nuevo lleno de días, de horas, de minutos. Un año lleno de posibilidades.
Surgen los miedos ante lo que no conozco. El futuro está en mis manos. de mí depende vivirlo con paz y alegría. Quiero comenzar este año con la bendición de Dios.
Se la pido entre lágrimas, entre sonrisas. El amor duele en lo más hondo. Y la capacidad de dar la vida. Y el deseo profundo de que todo tenga sentido. No lo sé. Sólo Dios lo sabe. Y el deseo de vivir con el alma anclada. Con la paz pegada en mis entrañas.
Deseo que el cielo se haga vida en mi tierra. Y se cumplan todos mis anhelos. Y la verdad reluzca con fuerza en medio de la noche.
No sé bien lo que me espera, lo que Dios espera o me pide. Sólo que esté con paz y alegre. Paz y alegría al comenzar el año. Y la esperanza de seguir dando la vida.
¿Cuántas cosas quiero cambiar al comenzar un nuevo año? El deseo de abrazar un futuro que aún no me pertenece. El anhelo de lograr una vida plena cuando llegue el tiempo.
Y las estrellas que brillan dentro de mi noche. Y el amor que se hace más hondo para dar vida. No le tengo miedo a lo que aun no ha ocurrido. Lo entrego todo como un niño. Mi vida está en sus manos. Nada temo.
Carlos Padilla Esteban, Aleteia

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