Tal vez lo has notado en tu país. El mundo nos hace olvidar con sus atractivos que somos hijos de Dios, hermanos TODOS y que tenemos un alma inmortal.
Cuidamos del cuerpo y sus necesidades, pero olvidamos nuestra alma y la llevamos raquítica, desnutrida espiritualmente, y en ocasiones muerta por el pecado mortal, mientras el cuerpo rebosa de salud y disfrutamos todo tipo de bienes materiales.
Es trágico. Olvidamos que tenemos un alma inmortal, que la vida verdadera no está aquí, sino en el Paraíso. Nos inculcan que debemos ser exitosos, pero pocos nos recuerdan que estamos llamados por Dios a ser santos.
Somos cuerpo y alma. Y “descuidamos” nuestra alma.
Me encanta recordar aquella hermosa canción que de niños cantábamos:
Somos los peregrinos,
que vamos hacia el cielo,
la fe nos Ilumina,
nuestro destino no se halla aquí.
La meta está en lo eterno,
nuestra patria es el Cielo.
que vamos hacia el cielo,
la fe nos Ilumina,
nuestro destino no se halla aquí.
La meta está en lo eterno,
nuestra patria es el Cielo.
Suelo decir: “Hay que ser menos carne y más espíritu”. Es a lo que aspiraron los grandes santos de nuestra Iglesia católica, héroes de Dios, como san Francisco de Asís, san Martin de Porres y otros.
Esfuérzate. Reza. Perdona aquella persona que te hizo daño. Tú haz el bien. Ama a todos.
Dios espera mucho de ti. ¿Lo sabías?
Tengo un amigo que se ilusiona pensando en el cielo, vivir una gozosa eternidad en la presencia de Dios, nuestro Padre. Su mayor ilusión es salvar almas, empezando por la suya y llenar el cielo.
Solemos hablar de Dios cada vez que nos reunimos. Y las charlas se extienden por horas. Nos encanta hablar de aquello con lo que soñamos. Desde que lo conozco aspira a la gloria del martirio, morir por Jesús. Una mañana recuerdo que me dijo: “El día que muera hagan una gran fiesta”. Me recordó el bello poema de santa Teresa de Jesús que anhelaba el cielo, viviendo en esta tierra temporal:
Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.
Vivo ya fuera de mí
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí
cuando el corazón le di.
Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero porque no muero.
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.
Vivo ya fuera de mí
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí
cuando el corazón le di.
Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero porque no muero.
En una reunión de amigos hablé de él y comenté sus palabras: “El día que muera hagan una gran fiesta”. Una de las chicas presentes me miró confundida y preguntó con curiosidad: “¿Por qué? ¿Tan mal le va?” Sonreí por sus palabras. No había comprendido y le expliqué: “Al contrario. Tiene un salario estupendo, un trabajo estable y es feliz. Lo que le pasa es que anhela el cielo”.
Ojala querido lector cultives el amor en tu vida y alimentes tu alma para que lleguemos todos, algún día, al Paraíso.
Seamos santos para Dios.
¡Ánimo! Tú puedes lograrlo.
Claudio de Castro, Aleteia
Vea también: Quiero ir al cielo
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