Pauline era hija de su tiempo: a nada decía que no y sentía un gran vacío
El potencial evangelizador del cine queda de manifiesto en la historia de la joven Pauline, recientemente relatada por ella misma al canal católico francés KTO.
Como niña y adolescente, ella misma explica que su forma de pensar iba con los tiempos: "Era fruto de mi época. El mundo me decía que todo era fruto del azar, que en última instancia nada tenía realmente sentido... ¡Solo tienes una vida, aprovéchala!".
Ella asumió esa visión de las cosas "como una especie de enseñanza: si es así... pues es así". Y lo tradujo en su vida cotidiana: "Hice lo que quise, hice tonterías..." Alguna de esas "tonterías" la llevaron hasta comisaría: "A nada decía que no, lo probaba todo hasta el final".
Todo eso tuvo sus consecuencias: "Caí en un estado de un vacío profundo, un mal profundo. De ahí nació en mí una búsqueda, porque mi vacío y mi mal eran tan profundos, que me dije: tiene que haber algo más". ¿Qué podía ser? "Dios, Jesús... no sabía qué era, porque no conocía nada, pero en todo caso me sentía impulsada a conocer ese algo más".
Entonces Pauline conoció al que hoy es su marido, Jean, quien le abrió un mundo nuevo donde entraba en juego la reflexión, y no una continua huida hacia adelante: "Me hablaba de filosofía, de pensar las cosas, de hablar de uno mismo, de cosas interesantes.... Cosas que yo nunca había hecho, porque yo estaba en lo de 'haz lo que quieras' y no sabía ni que se podía pensar".
Pauline y Jean son muy aficionados al cine, en particular al peplum (las películas "de romanos"). Un día se pusieron a ver Ben-Hur, la película dirigida en 1959 por William Wyler ganadora aquel año de once Oscar. Y le llamó la atención la célebre escena del encuentro de Ben Hur con Jesucristo, a quien no se le ve el rostro ni dice una palabra, pero da de beber a Charlton Heston y frena a un soldado solo con su presencia.
"Encontré muy hermosa esa imagen, y como soy una chica y a veces las chicas nos enamoramos de los personajes de las películas", comenta sonriendo, "me enamoré un poco de ese personaje tan misterioso, que además en la película no habla".
Le preguntó a su marido quién era.
-Es Jesús.
-¡Ah! ¿Y quién es Jesús?
-Lo mejor es que veas una película sobre Él y lo podrás saber por ti misma.
Pauline aceptó la propuesta, y al poco tiempo vieron Jesús de Nazaret, el film dirigido por Franco Zeffirelli en 1977, donde sí se oye su voz y se ve su rostro, el de Robert Powell.
"De golpe, cuando vi esta película, fue como si ese enorme y profundo agujero que yo había sentido durante toda mi vida... ¡zas!... se llenase de golpe", explica, reforzando la impresión que le causó con un suspiro de admiración: "Al terminar la película dije, 'Amo a Jesús'. Descubrí algo que daba sentido a toda mi vida, todo lo que yo siempre había buscado... Era eso, ¡era Jesús!"
"Ahora estaba dispuesta a seguir el bien", explica: "Él tenía la autoridad, él podía decirme 'No hagas esto, porque me duele'. Comprendí... ¡Por eso no se puede hacer el mal! ¡Porque le duele a Dios!"
"Me enamoré de Él", confiesa, "y cuando se ama a alguien no se le quiere hacer daño, sino agradarle. En mi relación con Él, quería agradarle, quería que Él fuese feliz, y al hacerle feliz a Él era feliz yo. Era el sueño que yo tenía, encontrar un día el Bien. Él me amaría, me diría por qué no actuar así, me diría de dónde vengo, me explicaría que tengo un alma, que ese alma es importante, que soy algo más que un cuerpo que hay que llenar de drogas, de comida, de diversiones. No, tengo un alma que espera algo más que todo eso".
"El sueño de mi vida era encontrar el sentido de mi vida y lo encontré cuando encontré a Jesús", concluye Pauline.
C.L. ReL
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