Demasiadas oraciones son tristes: lista agotadora de preguntas, preocupaciones, lamentaciones … Nos miramos y tomamos a Dios como testigo. Haríamos mejor en mirarlo, a Él, y decirle que estamos maravillados por su presencia
A menudo oramos a partir de nuestros estados de ánimo, con los altibajos de nuestra vida psíquica, que confundimos con la vida espiritual. ¿Y si orásemos a partir de su corazón a Él? ¡Vamos! Pongamos un poco de objetividad en nuestra oración.
Él, “me ha amado y se ha entregado a sí mismo por mí“, dice san Pablo (Ga 2:20). “Dios es más grande que nuestro corazón“, dice san Juan (1 Jn 3:20). Dios está ahí, ¿qué efecto nos hace?
“¡Gracias Señor!”
“Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado y lo que han tocado nuestras manos” (1 Jn 1, 1): este es el verdadero punto de partida para la oración.
El pagano reza a un dios desconocido, improbable, más o menos amenazante. Tienes que atraer su atención y merecer sus gracias.
Pero en la escuela bíblica, oramos a este Dios amigo de los hombres, que nunca cesa de amar, de crear y de salvar. Antes incluso de pensar en Él, Él piensa en nosotros.
“No somos nosotros los que hemos amado a Dios, sino que fue Él que nos ha amado” (1 Jn 4:10).
La oración cristiana es un eco dado a la Palabra de Dios, una respuesta dada al Don de Dios. Es por eso que tiene siempre (o debería tener) un tono de adoración y de acción de gracias.
Este es el tono de las canciones del Nuevo Testamento: el Benedictus de Zacarías, el Magníficat de María, el Nunc dimittis de Simeón. Y podemos agregar las bendiciones que abren las Cartas de San Pablo y las aclamaciones que marcan el Apocalipsis.
También es el tono de la liturgia, desde las alabanzas de la mañana (laudes) hasta la bendición de la tarde, con, en el centro, el “Gracias” por excelencia, del griego la Eucaristía.
El Hijo le agradece al Padre, no solo con palabras, sino también con su vida dada. E invita a su Iglesia a casarse con este sacrificio de acción de gracias, expresión viva y perfecta de amor y de gratitud.
La alabanza en el corazón de toda oración
Nuestra oración no vuela alto porque le falta aire y le faltan alas. Tan pronto como oramos en el soplo del Espíritu, en la gracia de la Paloma, nos dejamos llevar, quizás no en éxtasis, sino en todo caso en la alegría espiritual.
No obstante es necesario comprender la naturaleza de esta alegría del alma. No es una ceguera a la miseria del mundo. No es una euforia imaginaria. No es un esfuerzo proactivo parar positivar a toda costa.
No, es el fruto de una fe contemplativa: una mirada nueva, sobrenatural, en uno mismo y sobre el mundo, percepción del Amor misericordioso que envuelve todas las cosas, grandes o pequeñas, que ilumina y salva la historia humana, desde el principio hasta el fin.
En otras palabras: una revelación (esto es lo que significa en griego apocalipsis, y es este mensaje el que se nos da en el último libro de la Biblia).
Sí: “¡Es verdaderamente justo y bueno, necesario y saludable, darle Gloria, ofrecerle nuestra acción de gracias, siempre y en todas partes!”.
La oración cristiana es naturalmente musical
¡No tengamos miedo de cantar durante nuestras oraciones! Si el corazón no está allí, el corazón se colocará allí. Tanto peor para los vecinos que pensarán que estamos un poco locos. ¡Sí, locos por Dios!
Con los niños, en particular, es bueno crear esta atmósfera de oración alegre, cantada e incluso gestual. Pero tampoco perjudica a los adultos: les ayuda a salir un poco de sus rumiaciones demasiado cerebrales. ¡Aleluya!
Por el padre Alain Bandelier Edifa, Aleteia
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