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domingo, 5 de enero de 2020

«No hay nada como tener el corazón enamorado». Así vive el celibato un sacerdote

No hay nada como tener el corazón enamorado. Lo dicen los poetas de todas las generaciones, lo repiten los psicólogos y los artistas. Es parte de todas las culturas. Haciendo una rápida búsqueda en Google te encuentras que estas palabras se repiten en la letra de muchas canciones románticas, es algo que todos buscan y que, cuando lo encuentran, les produce una gran felicidad.
Las personas que vivimos el celibato lo hacemos porque tenemos un corazón enamorado: esa es la fuente de serenidad, equilibrio y felicidad. Por eso es importante que quienes nos adentramos por esta senda, sepamos qué buscamos, y lo hagamos libremente, con coherencia y persuadidos de que este proyecto vale la pena y tiene pleno sentido.

No se trata de acostumbrase a la soledad

Al contrario, se trata de aprender a mantener nuestro corazón enamorado. No permitir que se vaya apagando ese amor, más bien estar atentos para que crezca. Por eso, para mí es importante pasar tiempo todos los días delante del Santísimo, cuidar la forma de celebrar la Misa, luchar por tener presencia de Dios a lo largo del día.
Pero también, me sirve hacer pequeñas locuras, como cuando voy de un sitio a otro, en mi auto, y me pongo a cantar en voz alta después de acabar mi rosario. Me gustan muchos géneros musicales (menos el reggaetón y sus secuaces), pero también saboreo las canciones melosas. Se las canto a Dios, porque ese es mi amor. Y en Él quiero que siempre esté mi corazón.

Es imprescindible purificar los afectos 

No soy tan iluso, sé que para seguir adelante y mantener el corazón enamorado es imprescindible ir purificando los afectos, no permitir que se cuelen cosas que nos separan del amor. Nos enseña el Señor: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios» y que el Papa sintetiza con estas palabras: «Mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor».
La pureza en los deseos y afectos lleva a salir de uno mismo hacia Dios y hacia los demás. Por eso, es preciso valorar positivamente la afectividad, y dirigirla hacia el Amor que realmente vale la pena: entregarse, complicarse la vida, porque he encontrado a alguien que me ama hasta entregar la vida por mí, y que me anima a dedicar mi propia vida a amar y servir a los demás.
Quien decide abrazar el celibato por amor al Reino de los Cielos aspira directamente a lo que Platón intuía en sus Diálogos, a la «belleza eterna, increada e imperecedera, exenta de incremento y de disminución».
Cuando existe amor, se nota en varias cosas, por ejemplo: siempre se habla bien de la persona amada, de su familia. En este sentido, una particularidad del amor del sacerdote debe ser que se note el cariño por el Santo Padre, el vice Cristo en la tierra y el amor por la Iglesia. Lo tomo de un gran santo de este siglo: ¡Qué alegría, poder decir con todas las veras de mi alma: amo a mi Madre la Iglesia Santa!

Juan Carlos Vásconez, catholic-link

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