Repetirnos estas palabras, “todo estará bien”, en momentos de dolor no es una huida de la realidad sino que es la realidad. Lo dice san Pablo en Romanos 8, 28: “Por otra parte, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien”
Incluso lo que parecen cosas malas, a los que amamos a Dios nos sirven para el bien: para ejercitar la fe, la esperanza, la confianza y el abandono en Dios, para perseverar en la oración, para practicar la humildad, para ser más comprensivos con los demás, para darnos a los demás…
Los que amamos a Dios sabemos sacar bien del mal porque Cristo nos enseñó a darle la vuelta a la tortilla, como decía hace 2 jueves.
En Apocalipsis 21, 5 leemos: “Y dijo el que está sentado en el trono: «Mira, hago nuevas todas las cosas». Y en Apocalipsis 21, 4: “Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido”.
Es decir, que Cristo no vino a la Tierra a erradicar el dolor, el sufrimiento ni la muerte sino a hacerlos nuevos, a darles un sentido, un significado: los transforma en instrumento de salvación. Él mismo se somete al dolor, al sufrimiento y a la muerte para que en su resurrección queden redimidos y sean para nosotros una promesa de vida eterna, una promesa de esperanza en Dios. Para que cuando nosotros suframos recordemos que después del dolor viene la vida, que todo lo malo pasa y que nos espera el gozo por toda la eternidad en el Cielo.
Todo esto sólo tiene sentido si tenemos fe, si no la tenemos nos pasará lo que escribe san Pablo en Corintios 1, 7: “y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido”; Corintios 1, 14-15: “Pero si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe; más todavía: resultamos unos falsos testigos de Dios”; Corintios 1, 19:” Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad”
Sería una tomadura de pelo cruel dejarnos creer que nuestro sufrimiento tiene un sentido si no lo tuviera, dejar que nos pasemos la vida tratando de ver el lado positivo de todo lo malo que nos pasa si no lo tuviera, mirar cómo nos esforzamos por seguir viviendo en medio del dolor sin amargarnos, levantando los ojos al Cielo para unir nuestro padecimiento al de Cristo y que todo fuera mentira.
“Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos “, Corintios 15, 20. Y esto le da sentido a todo, hace nuevas todas las cosas y nos permite sonreír en medio del dolor sin que nuestra sonrisa sea falsa porque sabemos que el dolor nos purifica de nuestros pecados, que es instrumento de Dios para acercar a otros a su amor, que nos da perspectiva para ver lo que de verdad importa.
La fe nos permite seguir viviendo cuando parece que la vida que nos ha tocado vivir no vale la pena. Imagínate, si los creyentes lo pasamos mal cuando sufrimos ¿cómo lo pasa la gente sin fe, sin poder darle sentido a su dolor? ¡Eso sí que es una tragedia griega!
Por otro lado, querer entenderlo todo nos hace mucho daño porque no podemos, nuestra lógica no es la lógica de Dios. Por eso es bueno ejercitarse en “renunciar a entender”, como decía Chiara Corbella. Renunciar a querer entenderlo todo, a saberlo todo, a controlarlo todo y dejar a Dios ser Dios.
Recuerda, cuando te dices “todo estará bien” no estás huyendo de la realidad: estás corriendo hacia el abrazo de tu Padre Dios, que te quiere tanto que te lleva tatuado en la palma de su mano (Isaías 49, 16)
Canta y camina, Aleteia
Gracias por este artículo, me reconfortó leer estos versículos. Bendiciones para aquellas personas que con mucho cariño publicaron este artículo.
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