Las monjas y monjes de vida contemplativas son mujeres y hombres que han consagrado su vida a Dios en el silencio, la oración y la clausura. Sin embargo, esto no significa que lleven una vida ociosa o inútil. Al contrario, realizan una gran variedad de tareas que contribuyen al bien de la Iglesia y de la sociedad
Las comunidades contemplativas están formadas por mujeres y hombres que han respondido con generosidad a la llamada de Dios.
Lo han dejado todo por seguir a Cristo y han encontrado en Él el sentido de su vida. Han elegido la mejor parte, que no les será quitada.
Son un don para la Iglesia y para el mundo. Con su oración, su trabajo y su servicio, contribuyen al bien común y a la salvación de las almas.
Con su testimonio, inspiran a muchos a buscar a Dios y a entregarse a Él. Son una esperanza para el futuro.
Estas comunidades nos muestran que es posible vivir en este mundo sin ser del mundo, que es posible ser felices sin tenerlo todo, que es posible ser santos sin hacer ruido.
La oración, corazón de la vida contemplativa
La oración es la razón de ser de las comunidades contemplativas. Ellas dedican gran parte de su día a la alabanza de Dios, a la intercesión por las necesidades del mundo y a la contemplación de los misterios de la fe.
La oración es el motor que impulsa su vida y su misión.
Su oración se expresa de diversas formas: la liturgia de las horas, la eucaristía, la adoración eucarística, el rosario, la lectio divina, la meditación, el silencio…
Cada orden religiosa tiene su propia espiritualidad y carisma que enriquecen la oración con matices propios.
La oración de los contemplativos no es egoísta ni aislada, rezan por toda la Iglesia, por el Papa, por los obispos, por los sacerdotes, por los religiosos, por los fieles laicos, por los enfermos, por los pobres, por los pecadores, por los que sufren…
También rezan por las intenciones que les hacen llegar personas de todo el mundo que confían en su poder intercesor.
La oración de la vida contemplativa es una forma de evangelización silenciosa pero eficaz.
Son testigos de que Dios existe, de que es amor y de que vale la pena entregarle todo, son nuestros faros de luz en medio de las tinieblas del mundo.
El trabajo: una expresión de amor y creatividad
Las monjas y monjes no solo rezan, sino que también trabajan. El trabajo es una dimensión esencial de la vida humana y cristiana.
El trabajo dignifica a la persona, la permite desarrollar sus capacidades y colaborar con Dios en la obra de la creación.
Realizan diversos tipos de trabajo según sus habilidades y las necesidades del monasterio.
Se dedican a la limpieza, al cuidado del huerto, al mantenimiento de las instalaciones…
También se ocupan de la cocina, de la lavandería, de la enfermería, o se especializan en algún oficio artesanal o artístico: bordado, cerámica, repostería, música…
Su trabajo tiene un doble fin: el sustento económico del monasterio y el servicio a los demás.
Venden algunos productos, que elaboran con sus manos, en sus monasterios y conventos o en fundaciones como la Fundación DeClausura.
Estos productos son apreciados por su calidad y por su valor espiritual. Muchas personas compran estos productos para apoyarlos o para regalarlos a sus seres queridos.
Este trabajo también tiene un valor apostólico. A través del trabajo, transmiten el mensaje del Evangelio con su ejemplo y con su arte.
Muchas personas se acercan al monasterio para comprar sus productos o para solicitar sus servicios y se encuentran con una sonrisa, una palabra amable o una bendición.
El servicio: una manifestación de comunión y caridad
Las comunidades contemplativas no viven solas sino en comunidad. La comunidad es una escuela de amor donde aprenden a convivir con sus hermanas y hermanos, a compartir lo que tienen y lo que son, a perdonar y a pedir perdón, a ayudarse mutuamente.
La comunidad es también una familia donde se sienten acogidos, queridos y respetados.
La comunidad es un lugar donde celebrar las alegrías y llorar las penas, donde reír y llorar juntos, donde crecer en la fe y en la amistad.
La comunidad es también una expresión de la Iglesia universal. Se sienten unidos a todos los miembros del cuerpo de Cristo, especialmente a los más necesitados.
Se interesan por lo que pasa en el mundo y se comprometen con las causas justas. A pesar de su precariedad económica colaboran con otras comunidades religiosas y con otras instituciones eclesiales y sociales.
La comunidad es también una anticipación del cielo. Las monjas viven en la esperanza de la vida eterna, donde verán a Dios cara a cara y gozarán de su presencia para siempre. Viven en la alegría de saberse hijas e hijos de Dios y herederos de su reino.
Un don para la Iglesia y para el mundo
Son una invitación a todos los cristianos a vivir con más intensidad nuestra relación con Dios, a ponerlo en el centro de nuestra vida, a confiar en su providencia, a amarlo con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas.
Una bendición para todos los que las conocen, las visitan o se comunican con ellas y ellos.
Nos ofrecen su amistad, su escucha, su consejo, su oración. Nos hacen sentir que no estamos solos, que hay alguien que nos quiere y que reza por nosotros.
Las monjas contemplativas son un regalo de Dios. Demos gracias al Señor por ellas y pidámosle que suscite muchas vocaciones a esta forma de vida tan bella y tan necesaria.
Matilde Latorre, Aleteia Vea también Vida Consagrada: Espiritualidad y Realidad de los Consagrados en la Vida Religiosa
(abundante información)
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