Invitamos a los matrimonios y a personas interesadas en una familia feliz, a leer y asimilar pasajes de la Exhortación pontifical 'Amoris laetitia' del Papa Francisco.
Amor de Padre y Madre II - Gracias a las Mamás...
173. El sentimiento de orfandad que viven hoy muchos niños y
jóvenes es más profundo de lo que pensamos. Hoy reconocemos como muy legítimo,
e incluso deseable, que las mujeres quieran estudiar, trabajar, desarrollar sus
capacidades y tener objetivos personales. Pero, al mismo tiempo, no podemos
ignorar la necesidad que tienen los niños de la presencia materna,
especialmente en los primeros meses de vida. La realidad es que «la mujer está
ante el hombre como madre, sujeto de la nueva vida humana que se concibe y se
desarrolla en ella, y de ella nace al mundo»[190]. El debilitamiento de la presencia materna
con sus cualidades femeninas es un riesgo grave para nuestra tierra. Valoro el
feminismo cuando no pretende la uniformidad ni la negación de la maternidad.
Porque la grandeza de la mujer implica todos los derechos que emanan de su
inalienable dignidad humana, pero también de su genio femenino, indispensable
para la sociedad[191]. Sus capacidades específicamente femeninas
—en particular la maternidad— le otorgan también deberes, porque su ser mujer
implica también una misión peculiar en esta tierra, que la sociedad necesita
proteger y preservar para bien de todos.
174. De hecho, «las madres son el antídoto más fuerte ante
la difusión del individualismo egoísta [...] Son ellas quienes testimonian la
belleza de la vida»[192]. Sin duda, «una sociedad sin madres sería
una sociedad inhumana, porque las madres saben testimoniar siempre, incluso en
los peores momentos, la ternura, la entrega, la fuerza moral. Las madres
transmiten a menudo también el sentido más profundo de la práctica religiosa:
en las primeras oraciones, en los primeros gestos de devoción que aprende un
niño[...] Sin las madres, no sólo no habría nuevos fieles, sino que la fe perdería
buena parte de su calor sencillo y profundo. [...] Queridísimas mamás, gracias,
gracias por lo que sois en la familia y por lo que dais a la Iglesia y al
mundo»[193].
175. La madre, que ampara al niño con su ternura y su
compasión, le ayuda a despertar la confianza, a experimentar que el mundo es un
lugar bueno que lo recibe, y esto permite desarrollar una autoestima que
favorece la capacidad de intimidad y la empatía. La figura paterna, por otra
parte, ayuda a percibir los límites de la realidad, y se caracteriza más por la
orientación, por la salida hacia el mundo más amplio y desafiante, por la
invitación al esfuerzo y a la lucha. Un padre con una clara y feliz identidad
masculina, que a su vez combine en su trato con la mujer el afecto y la
protección, es tan necesario como los cuidados maternos. Hay roles y tareas
flexibles, que se adaptan a las circunstancias concretas de cada familia, pero
la presencia clara y bien definida de las dos figuras, femenina y masculina,
crea el ámbito más adecuado para la maduración del niño.
De la Exhortación ‘Sobre el Amor en la Familia’ (Capítulo V: El Amor se
vuelve fecundo)
Rece también Ábrenos, Señor...
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