Invitamos a los matrimonios y a personas interesadas en una familia feliz, a leer y asimilar pasajes de la Exhortación pontifical 'Amoris laetitia' del Papa Francisco.
187. El pequeño núcleo familiar no debería aislarse de la
familia ampliada, donde están los padres, los tíos, los primos, e incluso los
vecinos. En esa familia grande puede haber algunos necesitados de ayuda, o al menos
de compañía y de gestos de afecto, o puede haber grandes sufrimientos que
necesitan un consuelo[208]. El individualismo de estos tiempos a veces
lleva a encerrarse en un pequeño nido de seguridad y a sentir a los otros como
un peligro molesto. Sin embargo, ese aislamiento no brinda más paz y felicidad,
sino que cierra el corazón de la familia y la priva de la amplitud de la
existencia.
188. En primer lugar, hablemos de los propios padres. Jesús
recordaba a los fariseos que el abandono de los padres está en contra de la Ley
de Dios (cf. Mc 7,8-13). A nadie le hace bien perder la
conciencia de ser hijo. En cada persona, «incluso cuando se llega a la edad de
adulto o anciano, también si se convierte en padre, si ocupa un sitio de
responsabilidad, por debajo de todo esto permanece la identidad de hijo. Todos
somos hijos. Y esto nos reconduce siempre al hecho de que la vida no nos la
hemos dado nosotros mismos sino que la hemos recibido. El gran don de la vida
es el primer regalo que nos ha sido dado»[209].
189. Por eso, «el cuarto mandamiento pide a los hijos [...]
que honren al padre y a la madre (cf. Ex 20,12). Este
mandamiento viene inmediatamente después de los que se refieren a Dios mismo.
En efecto, encierra algo sagrado, algo divino, algo que está en la raíz de
cualquier otro tipo de respeto entre los hombres. Y en la formulación bíblica
del cuarto mandamiento se añade: “para que se prolonguen tus días en la tierra
que el Señor, tu Dios, te va a dar”. El vínculo virtuoso entre las generaciones
es garantía de futuro, y es garantía de una historia verdaderamente humana. Una
sociedad de hijos que no honran a sus padres es una sociedad sin honor [...] Es
una sociedad destinada a poblarse de jóvenes desapacibles y ávidos»[210].
190. Pero la moneda tiene otra cara: «Abandonará el hombre a
su padre y a su madre» (Gn 2,24), dice la Palabra de Dios. Esto a
veces no se cumple, y el matrimonio no termina de asumirse porque no se ha
hecho esa renuncia y esa entrega. Los padres no deben ser abandonados ni
descuidados, pero para unirse en matrimonio hay que dejarlos, de manera que el
nuevo hogar sea la morada, la protección, la plataforma y el proyecto, y sea
posible convertirse de verdad en «una sola carne» (ibíd.). En algunos
matrimonios ocurre que se ocultan muchas cosas al propio cónyuge que, en cambio
se hablan con los propios padres, hasta el punto que importan más las opiniones
de los padres que los sentimientos y las opiniones del cónyuge. No es fácil
sostener esta situación por mucho tiempo, y sólo cabe de manera provisoria,
mientras se crean las condiciones para crecer en la confianza y en la
comunicación. El matrimonio desafía a encontrar una nueva manera de ser hijos.
De la Exhortación ‘Sobre el Amor en la Familia’ (Capítulo V: El Amor se
vuelve fecundo)
Vea también: Orar con los MSC: Unos por otros
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