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miércoles, 23 de octubre de 2024

Tres consejos para adquirir el hábito de la oración diaria: «Te cambia la vida... y te da vida»

Una propuesta de Erin Mone, agente de pastoral juvenil

Nuestros gestos nos ayudan a entrar en oración








Muchos santos han escrito que la oración es, simplemente, hablar con Dios, y es célebre la frase de Santa Teresita de Lisieux: "Para mí, la oración es un impulso, una necesidad del corazón, una simple mirada lanzada hacia el cielo, un grito de gratitud y de amor tanto en el dolor como en la alegría".

“Así explicado, parece algo bastante simple”, afirma Erin Mone: “¿Por qué entonces rezar puede ser algo tan difícil para algunos de nosotros?”

Un itinerario en el Señor

Ella sabe algo de esas dificultades, pero también sabe de oración.

Actualmente forma parte del equipo de pastoral juvenil de la catedral de María Inmaculada en la diócesis de Tyler (Texas). Tiene 36 años y nació en California en una familia católica con ocho hijos. Se crió en Illinois en un ambiente protestante que cuestionaba continuamente su fe.

Tuvo necesidad de formarse bien, porque cada vez que sus cordiales adversarios le planteaban una dificultad, al llegar a casa, donde tenían una buena biblioteca, la estudiaba para volver al colegio con una respuesta. "Tal vez no tengas siempre una respuesta", le decía su padre, "pero sabes que la Iglesia católica sí la tiene, y que esa respuesta siempre es hermosa y siempre tiene sentido".

"Investigando, descubrí la belleza de la Iglesia católica. Creo que fue así como Cristo me sedujo", cuenta ella misma a Catholic East Texas. Efectivamente, se fue involucrando en la evangelización con la Comunidad de San Juan, estudió Teología y Catequética en la Universidad Franciscana de Steubenville y al cabo de un tiempo decidió ingresar en la congregación como religiosa. 

Erin, en su periodo como religiosa.

Erin, en su periodo como religiosa.

Estuvo ocho años en ella, con algunos momentos de 'noche oscura' porque los casos de abuso afectaron mucho a su percepción de la Iglesia. Superó ese periodo, pero con el paso del tiempo otras circunstancias le hicieron ver que esa vida no era para ella, y a punto de hacer los votos perpetuos abandonó los hábitos grises de su comunidad.

Así pues, aporta a la diócesis de Tyler no solo su formación teológica, sino su experiencia espiritual, que valora grandemente aunque su vocación no cuajase por ese camino.

Para rezar y hacerlo bien

Y esos buenos fundamentos se aprecian en un reciente artículo donde ofrece tres sencillas reglas para iniciar una vida de oración cotidiana realista y seria.

Si la oración es "vivir en relación con Dios", apunta recordando la definición del YouCat, exige dar y recibir, como todas las relaciones: "No solo debemos hablar y compartir nuestro corazón, debemos también ser capaces de escuchar y recibir el corazón del Señor". Ahora bien, como no tenemos para ello los oídos y los ojos como en una conversación normal,  "debemos aprender a escuchar con los oídos y los ojos de nuestro corazón, que es donde habla el Señor".

Erin Mone.

Erin trabaja con los jóvenes en una de las diócesis más evangelizadoras de Estados Unidos.

Propone tres pasos para lograrlo.

1. Establece un tiempo diario para la oración

Hacerlo nos hace proactivos en la decisión de rezar, pasando de una "idea bonita" a dar "pasos concretos para ponerla en práctica". Dar la vuelta al mundo no dejará de ser un hermoso propósito hasta que no saquemos el primer billete, sugiere como analogía.

"Establecer una hora concreta para la oración nos ayuda también a serle fieles" cuando el estrés, las preocupaciones o la sobrecarga de tareas nos alejen de ella: "Si tenemos ya un tiempo fijado para la oración, es más probable que lo respetemos". Y recuerda una frase de la Madre Teresa de Calcuta: "El Señor no me llamó a tener éxito. El Señor me llamó a ser fiel”.

¿Cuánto tiempo debemos dedicarle? "Recuerda no descuidar tus obligaciones", advierte Erin, "pero ponte retos: comienza con algo pequeño (2 minutos la primera semana, 5 la segunda, etc.) y arréglatelas para irlo ampliando hasta llegar al tiempo que te hayas marcado".

2. ¡Empieza!

Es fácil convencernos a nosotros mismos de que para empezar a rezar tenemos que conocer todos los métodos y memorizar o tener disponibles decenas de oraciones. "¡No caigas en esa trampa!", avisa: "Del mismo modo que no te conviertes en experto en amistad antes de hacer amigos, tampoco tienes que ser un experto en oración para rezar. Aprenderás a medida que lo hagas... pero solo si empiezas".

"Uno de los mejores consejos que recibí cuando empecé a rezar", continúa, "fue ser consciente de que Dios está presente. Él vive aquí, te está esperando, está mirándote y amándote. Cuando estás empezando a abrir tu corazón para compartir tus alegrías y tus penas, recordar que Él está presente y te escucha cambia tu forma de hablar. Del mismo modo que no siempre hablamos cuando salimos con los amigos, simplemente 'estar' en presencia del Señor es una oración".

Para ello es fundamental el silencio, al que es bueno dedicar al menos unos segundos antes de empezar a rezar, para "pisar el freno de nuestras aceleradas vidas cotidianas". Eso te ayudará a "estar presente para Dios, dado que Él ya está presente para ti".

3. Adopta una postura de oración

Las actitudes corporales también ayudan. Erin enumera algunas: de pie para alabar, de rodillas para adorar o pedir perdón, sentados para escuchar y meditar... O las manos elevadas para interceder y ofrecer, abiertas para recibir, juntas para pedir o escuchar...

Es lo que nos enseña la Iglesia para que nuestro cuerpo nos ayude a entrar en "la oración más grande, la misa": de pie durante el Evangelio en señal de respeto, de rodillas durante la consagración para expresar adoración, sentados durante la homilía para escuchar... "Encontrar una postura respetuosa y orante te ayudará a entrar en oración y a expresarla", insiste Erin.

* * *

"Llevar una vida diaria de oración te cambia la vida... y te da vida", concluye. Y como propina deja unas palabras de San Juan María Vianney que recomienda para arrancar en los primeros momentos. Decía así el Santo Cura de Ars: "¡Oh, mi Dios! Si mi lengua no puede decir cada instante que te amo, por lo menos quiero que mi corazón lo repita cada vez que respiro".





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