Invitamos a los matrimonios y a personas interesadas en una familia feliz, a leer y asimilar pasajes de la Exhortación pontifical 'Amoris laetitia' del Papa Francisco.
178. Muchas parejas de esposos no pueden tener hijos.
Sabemos lo mucho que se sufre por ello. Por otro lado, sabemos también que «el
matrimonio no ha sido instituido solamente para la procreación [...] Por ello,
aunque la prole, tan deseada, muchas veces falte, el matrimonio, como amistad y
comunión de la vida toda, sigue existiendo y conserva su valor e
indisolubilidad»[199]. Además, «la maternidad no es una realidad
exclusivamente biológica, sino que se expresa de diversas maneras»[200].
179. La adopción es un camino para realizar la maternidad y
la paternidad de una manera muy generosa, y quiero alentar a quienes no pueden
tener hijos a que sean magnánimos y abran su amor matrimonial para recibir a
quienes están privados de un adecuado contexto familiar. Nunca se arrepentirán
de haber sido generosos. Adoptar es el acto de amor de regalar una familia a
quien no la tiene. Es importante insistir en que la legislación pueda facilitar
los trámites de adopción, sobre todo en los casos de hijos no deseados, en
orden a prevenir el aborto o el abandono. Los que asumen el desafío de adoptar
y acogen a una persona de manera incondicional y gratuita, se convierten en
mediaciones de ese amor de Dios que dice: «Aunque tu madre te olvidase, yo
jamás te olvidaría» (Is 49,15).
180. «La opción de la adopción y de la acogida expresa una fecundidad particular de la experiencia conyugal, no sólo en los casos de esposos con problemas de fertilidad [...] Frente a situaciones en las que el hijo es querido a cualquier precio, como un derecho a la propia autoafirmación, la adopción y la acogida, entendidas correctamente, muestran un aspecto importante del ser padres y del ser hijos, en cuanto ayudan a reconocer que los hijos, tanto naturales como adoptados o acogidos, son otros sujetos en sí mismos y que hace falta recibirlos, amarlos, hacerse cargo de ellos y no sólo traerlos al mundo. El interés superior del niño debe primar en los procesos de adopción y acogida»[201]. Por otra parte, «se debe frenar el tráfico de niños entre países y continentes mediante oportunas medidas legislativas y el control estatal»[202].
181. Conviene también recordar que la procreación o la
adopción no son las únicas maneras de vivir la fecundidad del amor. Aun la
familia con muchos hijos está llamada a dejar su huella en la sociedad donde
está inserta, para desarrollar otras formas de fecundidad que son como la
prolongación del amor que la sustenta. No olviden las familias cristianas que
«la fe no nos aleja del mundo, sino que nos introduce más profundamente en él
[...] Cada uno de nosotros tiene un papel especial que desempeñar en la
preparación de la venida del Reino de Dios»[203]. La familia no debe pensar a sí misma como
un recinto llamado a protegerse de la sociedad. No se queda a la espera, sino
que sale de sí en la búsqueda solidaria. Así se convierte en un nexo de
integración de la persona con la sociedad y en un punto de unión entre lo
público y lo privado. Los matrimonios necesitan adquirir una clara y convencida
conciencia sobre sus deberes sociales. Cuando esto sucede, el afecto que los
une no disminuye, sino que se llena de nueva luz, como lo expresan los
siguientes versos:
«Tus
manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia.
Si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos».[204]
182. Ninguna familia puede ser fecunda si se concibe como
demasiado diferente o «separada». Para evitar este riesgo, recordemos que la
familia de Jesús, llena de gracia y de sabiduría, no era vista como una familia
«rara», como un hogar extraño y alejado del pueblo. Por eso mismo a la gente le
costaba reconocer la sabiduría de Jesús y decía: «¿De dónde saca todo eso?
[...] ¿No es este el carpintero, el hijo de María?» (Mc 6,2-3).
«¿No es el hijo del carpintero?» (Mc 6,2-3). «¿No es este el hijo
del carpintero?» (Mt 13,55). Esto confirma que era una familia
sencilla, cercana a todos, integrada con normalidad en el pueblo. Jesús tampoco
creció en una relación cerrada y absorbente con María y con José, sino que se
movía gustosamente en la familia ampliada, que incluía a los parientes y
amigos. Eso explica que, cuando volvían de Jerusalén, sus padres aceptaban que
el niño de doce años se perdiera en la caravana un día entero, escuchando las
narraciones y compartiendo las preocupaciones de todos: «Creyendo que estaba en
la caravana, anduvieron el camino de un día» (Lc 2,44). Sin embargo
a veces sucede que algunas familias cristianas, por el lenguaje que usan, por
el modo de decir las cosas, por el estilo de su trato, por la repetición
constante de dos o tres temas, son vistas como lejanas, como separadas de la
sociedad, y hasta sus propios parientes se sienten despreciados o juzgados por
ellas.
De la Exhortación ‘Sobre el Amor en la Familia’ (Capítulo V: El Amor se
vuelve fecundo)
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