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martes, 23 de septiembre de 2025

Evangelio del día - Memoria del Padre San Pío de Pietrelcina


 

Libro de Esdras 6,7-8.12b.14-20.

Dejen trabajar en esa Casa de Dios al comisionado de Judea y a los ancianos de los judíos. Que se reconstruya esa Casa de Dios en el mismo sitio.
Estas son mis órdenes acerca de la conducta que ustedes deben observar frente a los ancianos de los judíos, para la reconstrucción de esa Casa de Dios: los gastos que ellos hagan serán pagados totalmente y sin interrupción de los fondos reales, utilizando los impuestos percibidos en la región del otro lado del Eufrates.
¡Que el Dios que ha establecido allí su Nombre destruya a cualquier rey o pueblo que intente transgredir esta orden, destruyendo esa Casa de Dios que está en Jerusalén! Yo, Darío, he promulgado este decreto. Que sea cumplido estrictamente".
Los ancianos de los judíos llevaron adelante la obra, bajo el impulso del profeta Ageo y de Zacarías, hijo de Idó. Así terminaron la construcción, conforme a la orden del Dios de Israel y a los decretos de Ciro y Darío.
La Casa fue concluida el día veintitrés del mes de Adar, en el sexto año del reinado de Darío.
Todos los israelitas - los sacerdotes, los levitas, y el resto de los repatriados - celebraron alegremente la Dedicación de esta Casa de Dios.
Para su Dedicación, ofrecieron cien novillos, doscientos carneros y cuatrocientos corderos. Además, ofrecieron doce chivos, según el número de tribus de Israel, como sacrificio por el pecado de todo el pueblo.
Después establecieron a los sacerdotes según sus categorías y a los levitas según sus clases, para el servicio de Dios en Jerusalén, como está escrito en el libro de Moisés.
Los repatriados celebraron la Pascua el día catorce del primer mes.
Como todos los levitas se habían purificado, estaban puros e inmolaron la víctima pascual para todos los que habían vuelto del destierro, para sus hermanos los sacerdotes y para ellos mismos.


Salmo 122(121),1-2.3-4a.4b-5.

¡Vamos con alegría a la Casa del Señor!

¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la Casa del Señor!»
Nuestros pies ya están pisando
tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén, que fuiste construida
como ciudad bien compacta y armoniosa.
Allí suben las tribus,
las tribus del Señor.

Porque allí está el trono de la justicia,
el trono de la casa de David.


Evangelio según San Lucas 8,19-21.

Su madre y sus hermanos fueron a verlo, pero no pudieron acercarse a causa de la multitud.
Entonces le anunciaron a Jesús: "Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte".
Pero él les respondió: "Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican".


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.

Bulle

Santa Teresa Benedicta de la Cruz
Edith Stein, (1891-1942), carmelita descalza, mártir, copatrona de Europa
La mujer y su destino


«Mi madre y mis hermanos»

A pesar de la unidad real existente entre la cabeza y el cuerpo, la Iglesia está al lado de Cristo como una persona independiente. Cristo, en tanto que Hijo del Padre eterno, vivía ya antes del comienzo del tiempo y es anterior a toda existencia humana. Después, por el acto de la creación, la humanidad vivía antes que Cristo tomara su naturaleza y se integrara a ella. Pero por su encarnación, le trajo su vida divina; por su obra de redención la hizo capaz de recibir la gracia de tal manera que la recreó una segunda vez... La Iglesia es la humanidad rescatada, creada nuevamente de la misma sustancia de Cristo.
La célula primitiva de esta humanidad rescatada es María; es en ella que se llevó a cabo por primera vez la purificación y la santificación por Cristo, ella es la primera que quedó llena del Espíritu Santo. Antes que el Hijo de Dios naciera de la Virgen Santa, creó esta Virgen llena de gracia y, en ella y con ella, a la Iglesia...
Toda alma purificada por el bautismo y elevada al estado de gracia es, por esta misma razón, creada por Cristo y nacida para Cristo. Pero es creada en la Iglesia y nace por la Iglesia... Así la Iglesia es la madre de todos aquellos a quienes está dirigida la redención. Y lo es por su unión íntima con Cristo, y porque permanece a su lado en calidad de Esposa de Cristo para colaborar a su obra de redención. (EDD)

Reflexión sobre la fotografía

Hoy celebramos a uno de los santos más queridos y venerados de los tiempos modernos: Padre Pío de Pietrelcina. Nacido Francesco Forgione en 1887 en el sur de Italia, desde muy joven mostró un extraordinario amor a Dios. A los 15 años ingresó en los Capuchinos y fue ordenado sacerdote en 1910, a los 23 años. A lo largo de su vida soportó grandes pruebas espirituales y físicas, la más famosa de las cuales fue recibir los estigmas en 1918 (las llagas de la Pasión de Cristo), que llevó durante 50 años. La noticia de este humilde fraile se difundió rápidamente, y gente de todo el mundo viajaba para verle, confesarse con él y pedirle oraciones. Muchos daban testimonio de sus dones de curación, bilocación y, sobre todo, de su capacidad para leer los corazones en el confesionario. A pesar de las multitudes y la fama, el Padre Pío permaneció arraigado en la humildad y la obediencia, pasando la mayor parte de su vida en San Giovanni Rotondo, donde también fundó un hospital para atender a los enfermos. Murió allí en 1968, a los 81 años, y fue canonizado por el Papa Juan Pablo II en 2002.

 Uno de los aspectos más llamativos del ministerio del Padre Pío fue su trabajo en el confesionario. A veces, la gente esperaba días para confesarse con él. Tenía una extraordinaria capacidad para ver en el interior de las almas, y a menudo revelaba a los penitentes pecados que habían olvidado o que tenían demasiado miedo de admitir. Se cuenta la historia de un hombre que acudió al Padre Pío más por curiosidad que por fe. Mientras se arrodillaba en el confesionario, el Padre Pío le miró fijamente y le dijo: "Ha olvidado algo". El hombre lo negó, pero el Padre Pío le nombró un pecado del pasado que había ocultado durante años. Sobrecogido, el hombre rompió a llorar, se arrepintió sinceramente y salió del confesionario convertido en una persona nueva. Historias como ésta demuestran por qué tanta gente acudía al Padre Pío: no por curiosidad, sino porque les ponía cara a cara con la misericordia de Dios.

 Algunas estadísticas interesantes para compartir: en 1962, 83.035 mujeres y 19.837 hombres se inscribieron para confesarse con el Padre Pío: una media de unas 273 al día, pero sólo pudo atender una cuarta parte de las peticiones. En 1967, el Padre Pío confesó a unas 15.000 mujeres y 10.000 hombres. Una media de 70 personas al día. La confesión media al Padre Pío duraba sólo tres minutos. Nuestra foto coloreada a mano muestra al santo en el confesionario en 1963. Una de las frases que solía decir en el confesionario era: "No os detengáis en los pecados ya confesados. Jesús los ha perdonado" y "La confesión es el baño del alma. Incluso una habitación limpia y desocupada acumula polvo, vuelve al cabo de una semana y verás que hay que quitarle el polvo de nuevo." 

by Padre Patrick van der Vorst

Oración




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