Hay momentos en que la vida se siente
pesada y desalentadora. Hoy en día, muchas personas viven silenciosamente
con depresión, luchando a diario contra una tristeza o un vacío que los
demás ni siquiera perciben. En esos momentos solemos ser muy conscientes
de nuestros defectos, nuestros fracasos y los problemas que parecen no
abandonarnos nunca. En Estados Unidos, más del 8% de los adultos (más de
21 millones de personas) experimentaron un episodio depresivo grave en el
último año. Mientras tanto, en el Reino Unido, aproximadamente uno de
cada seis adultos lucha actualmente con un problema de salud mental
común, como la depresión o la ansiedad, en una semana cualquiera (según
datos de la Biblioteca de la Cámara de los Comunes). Las críticas suelen
resonar más fuerte en nuestros oídos que las palabras de aliento, y
nuestra atención se fija más fácilmente en las malas hierbas que en el
trigo.
Sin embargo, la parábola del campo de
Jesús nos recuerda que la historia de nuestras vidas nunca es sólo
maleza. Dios ve lo bueno que ya está creciendo, por frágil que sea, y es
paciente con nosotros. No se apresura a arrancar de raíz nuestros
defectos a expensas de nuestro crecimiento, sino que los alimenta a
ambos, confiando en que, con el tiempo, lo bueno sobrevivirá a la cizaña.
Incluso en nuestros momentos más oscuros, hay dentro de cada uno de
nosotros algo hermoso, algo que merece la pena cuidar, algo en lo que
Dios se deleita.
En el Evangelio de hoy, Jesús señala
una forma práctica de hacer florecer el bien: compartiendo lo que
tenemos, incluso el dinero. Para algunos, los recursos financieros son
escasos, pero la generosidad nunca se mide sólo en dinero. Podemos dar
nuestro tiempo, nuestra atención, nuestros dones, nuestro aliento,
nuestras oraciones. Siempre hay algo que se puede dar. En este contexto,
Jesús dice: "No podéis servir a Dios y al dinero", porque sabe
que nuestros corazones no pueden estar divididos: si nos aferramos a la
riqueza como nuestra máxima seguridad, ésta ahogará la semilla de la fe,
pero si compartimos lo que tenemos, eso fertilizará la tierra del campo
de otro.
La obra de Winslow Homer el veterano en
un campo nuevo muestra una figura solitaria inclinada sobre una amplia
extensión de trigo maduro, cortándolo con una simple guadaña. La chaqueta
desechada del soldado, a un lado (abajo a la derecha), nos dice que ha
regresado a casa de la Guerra Civil estadounidense para empezar de nuevo
como agricultor. Para nosotros, los cristianos, la imagen de un campo en
flor siendo cosechado se convierte en un poderoso símbolo de nuestras
propias vidas. Un día, cuando llegue el momento de encontrarnos con
nuestro Creador, querremos tener una cosecha abundante que presentarle.
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