
Al final de su itinerario espiritual, santa Teresa de Ávila compara nuestra alma, donde habita Dios, con un castillo. Surge así el "Castillo Interior" o "Las Moradas", libro redactado en 1577, en el que describe la experiencia del "matrimonio espiritual", que ella misma vivió en 1572.
Ahí, describe, con precisión, cada una de las etapas del crecimiento en la vida espiritual para llegar a la unión con Dios. Ofrece más detalles sobre las últimas etapas, pues corresponden a realidades más difíciles de comprender por las lectoras de su libro, que eran las monjas carmelitas.
1Primeras moradas: entrar en la vida espiritual

Las primeras moradas son el atrio de la vida espiritual y el fundamento de todo lo que sigue. Son los cimientos: las primeras moradas marcan un camino en el que profundizamos en la conciencia diaria de lo que somos, de nuestra dignidad, de nuestra gloria, que es ser la morada de otro: la morada de Dios.
La puerta de entrada a la vida espiritual consiste, por tanto, en empezar a reconocerse a uno mismo como obra de Dios, como morada de Dios. La santa basa todo el camino espiritual del que va a hablar en cuatro citas bíblicas.
En primer lugar, Teresa utiliza esta conocida cita bíblica: "En la casa de mi Padre hay muchas moradas" (Juan 14,2). Podríamos pensar que se refiere a las muchas moradas del cielo, pero para Teresa estas muchas moradas están en cada persona. Las moradas de la casa del Padre están en cada persona.
Los cuatro frutos de las primeras moradas madurarán a lo largo de nuestro camino espiritual. Los frutos de esta entrada en el Castillo Interior, de esta entrada en la relación con Dios, en su presencia en nuestra vida cotidiana, los encontramos descritos en el segundo capítulo de las primeras moradas. Son cuatro: la libertad, la humildad, el desapego y la caridad. Teresa los describe al principio: estos frutos madurarán según avanzamos por las siete moradas del Castillo.
2Segundas moradas: la purificación
En las segundas moradas, nos embarcamos en este viaje de la vida espiritual que inevitablemente revelará en nosotros muchos apegos, muchos compromisos, muchas debilidades. Esperábamos recibir muchos consuelos y nos damos cuenta de que somos un campo de batalla.
Lo que nos ayudará a avanzar es Cristo, que en su humanidad asumió todo lo que estamos viviendo. Asumió toda la realidad humana, por lo que el secreto consiste en creer en su fuerza, en el poder del misterio pascual de Cristo, de su cruz y su resurrección. La cruz de Cristo nos hace libres.
"Esta es la libertad que nos ha dado Cristo", dice san Pablo en Gálatas (5,1). La lucha consiste en creer que no estamos luchando solos y que es sobre todo la lucha de Cristo en nosotros. Debemos confiar en Él, porque solo él puede salir victorioso de esta lucha. Lo que depende de nosotros es acudir a Él lo más a menudo posible y elegir confiar en él.
3Terceras moradas: aprender a ser humilde
A menudo tenemos una imagen de nosotros mismos y sobre todo una relación con lo que hacemos que no es correcta. El Señor nos ha llevado a las terceras moradas. Ya hemos empezado a poner nuestra fe en Dios, lo hemos hecho de forma perseverante, mientras experimentábamos nuestras debilidades, y esto ya ha producido frutos en nuestras vidas, aunque obviamente todo está lejos de cumplirse.
Corremos el riesgo de comportarnos como el joven rico: empezamos a hacerlo bien, nos esforzamos, pero corremos el riesgo, tanto externa como internamente, de desalentarnos, especialmente en la oración. Nos cuesta aceptar la sequedad, las tentaciones, las distracciones.
Aquí debemos reconocer que somos "simples servidores" (Lucas 17,7-10) y que todo lo que el Señor ha hecho ya en nosotros es una gran gracia que nos ha concedido. Desde luego, no es un mérito nuestro por el que se nos deba recompensar. Y no hablemos ya del riesgo de compararnos con los demás, a los que podemos mirar con altanería diciéndoles lo que deben hacer.
En resumen, corremos el riesgo de convertirnos en jueces insatisfechos. Esta tercera morada, que saca a la luz algunos defectos bastante clásicos entre los cristianos, e incluso entre los religiosos, consiste en salir del orgullo espiritual y de una relación equivocada con uno mismo y con los demás.
4Las cuartas moradas: Dios ensancha el corazón
Las cuartas moradas se basan en los hermosos frutos que cosechamos en las terceras moradas, es decir, en el hecho de que nos consideremos mucho más como un servidor del Amor. Amar por amar es la única y verdadera recompensa.
Ahora aceptamos las arideces en la oración, consideramos que nuestras virtudes no son nuestras, que podemos ser ciertamente virtuosos, realmente virtuosos, pero que es realmente Dios la fuente de nuestras virtudes y así nos hemos vuelto mucho más libres en relación con nosotros mismos y en relación con las gracias de la oración recibidas en la vida de oración. El fruto de esto es una mayor dilatación del corazón. Nos encontramos en aguas más profundas, puestas al descubierto.
Una gran paz se establece gradualmente en las profundidades del alma. Estamos muy seguros de que no son nuestros esfuerzos los que traen esta paz, no hay técnicas de oración o de concentración que permitan obtener estas gracias. La confianza, la humildad y la gratitud son realidades que se viven cada vez más profundamente. Hemos experimentado la bondad liberadora de Dios, y ahí profundizamos nuestra aceptación agradecida, en alabanza y acción de gracias, de esta bondad de Dios.
5Las quintas moradas: la transformación por amor
La entrada en la quinta morada marca un cambio: no pasamos de la cuarta a la quinta morada como pasamos de la segunda a la siguiente. En las primeras moradas, experimentamos el camino, percibiéndolo sobre todo como un avance hacia Dios, pero a partir de ahora experimentaremos la vida de Dios en nosotros. Es una nueva vida que comienza. Seguimos en la tierra y no es necesariamente en el exterior donde se dan los cambios. Dios siempre ha estado vivo en nosotros desde el principio de nuestras vidas, pero ahora se está imponiendo una nueva realidad.
"Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gálatas 2,20).
Cada vez es más imposible dudar de Dios y de su amor: experimentamos esta profunda convicción que unifica nuestro ser. No es el resultado de nuestros esfuerzos. Recibimos de Dios una certeza completamente nueva. Cambia la vida radicalmente. Nuestra confianza en Dios está en su punto más maduro y Dios nos da la oportunidad de percibir su amor y de vivirlo más plenamente, de modo que ya no es posible dudar de este amor de Dios.
6Las sextas moradas: amar y dejarse amar

Para profundizar en nuestra relación con Cristo, Dios, como buen maestro, intensificará nuestro deseo por Él. Se caracteriza por la alternancia de periodos de gran aridez, sensación de pobreza, vacío y abandono, con periodos marcados por un ardiente deseo de amor.
Estas experiencias se alternan con los sufrimientos provocados por la sensación de la ausencia de Dios, que despierta el deseo de Dios. Si no tuviéramos el deseo de Dios, el sufrimiento de Su ausencia sería nulo, pero cuanto más avanzamos, la sensación de la ausencia de Dios más se parece al infierno. El Señor nos permite experimentar el sufrimiento de Su ausencia para ampliar aún más nuestro deseo de recibir su amor y de amarlo.
Este tiempo de "desposorio espiritual" es similar en los Evangelios a los tiempos de apariciones y desapariciones del Resucitado antes de la Ascensión. El Resucitado está siempre presente, pero los discípulos perciben esta presencia de forma muy diferente. Hay momentos en los que sienten la alegría del encuentro, luego viene el sufrimiento de su ausencia: es Jesús quien decide aparecer como quiere, a quien quiere como quiere, para despertar y hacer crecer la confianza y el amor de sus discípulos, pase lo que pase.
7Las séptimas moradas: el matrimonio espiritual
Este matrimonio espiritual, que Teresa experimentó el 18 de noviembre de 1572, es la alianza con Dios hasta donde es posible vivirla en la vida terrenal. Teresa utilizó la imagen del matrimonio, que sigue siendo una imagen limitada, pero que expresa algo de la profundidad de la comunión y también del aspecto definitivo de esta unión. Ese día recibió una visión en la que Cristo le entregaba un clavo de su Pasión, diciéndole que, a partir de entonces, su honor era el de Teresa y que el honor de Teresa era el suyo.
El amor es concreto, universal, divino. Dios ama a todos. La buena noticia: Dios ama a los pecadores
Cuando se nos lleva al final del viaje, podemos pensar que queremos dejar la vida terrenal lo antes posible. No es así.. En la sexta morada, Teresa experimentó: "Muero porque no muero", pero en la séptima morada recibe un nuevo deseo de vivir y esto la sorprende. Experimenta una profunda reconciliación entre su compromiso con Dios y sus tareas terrenales. El cielo y la tierra están como unidos a través de todo. Todas las realidades de la vida se transforman y todo se percibe en Dios: uno mismo, los demás, las tareas concretas, etc. No se descuida nada.
Todo esto no significa que ya no tengamos problemas en la vida concreta. Teresa sigue viviendo una vida humana: tiene problemas de salud, y otros en muchos ámbitos. Cuando observamos la vida de Teresa desde 1572 hasta 1582, nos damos cuenta de que no fue un descanso. Afrontó muchos desafíos concretos, como la fundación de monasterios, problemas de relación... Pero recibió la fuerza para afrontarlos: nada puede turbarla, nada puede espantarla, porque experimenta en todo que "solo Dios basta".
P. Denis Marie Ghesquières, Aleteia
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