Evangelio según San Lucas 18,1-8.
Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: |
"En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; |
y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: 'Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario'. |
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: 'Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, |
pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme'". |
Y el Señor dijo: "Oigan lo que dijo este juez injusto. |
Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? |
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?". |
Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.
San Juan Casiano (c. 360-435) |
¡Persistamos a toda costa en la plegaria!
Diré lo que la experiencia me ha revelado sobre las señales por las cuales se conoce que una oración ha sido acogida por el Señor. Si ninguna duda asalta nuestra oración, y ningún pensamiento de desconfianza se apodera de nosotros, antes, al contrario, tenemos el sentimiento íntimo de haber obtenido lo que solicitamos en la efusión misma de nuestra plegaria, entonces ésta - no lo dudemos - ha sido eficaz cerca de Dios. Porque lo que hace que seamos oídos y obtengamos lo que deseamos es la fe en la mirada de Dios sobre nosotros y la confianza de que tiene poder de concedernos lo que pedimos. Nuestro Señor no puede retractar el contenido de aquella sentencia suya: “Todo lo que pidáis al orar, creed que lo tendréis y se os dará” (Mc 11,24). (…) |
Rechacemos con firmeza las inútiles vacilaciones que pugnan contra la fe. Persistamos a toda costa en la plegaria. No dudemos que si perseveramos en nuestro empeño merecemos ser oídos en todo aquello que solicitamos según el espíritu de Dios. Porque es el mismo Señor quien, deseoso de otorgarnos los bienes celestiales, nos mueve en cierta manera a hacerle violencia con nuestra importunidad. Por eso, lejos de ahuyentar a los importunos, les infunde alientos y les encomia, alentándoles con la dulce promesa de concederles todo cuanto habrán esperado con constancia: “Pedid, y recibiréis; buscad, y encontraréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe, quien busca halla y al que llama se le abre”(Lc 11, 9-10); y aun: “Todo cuanto pidiereis en la oración, creyendo que vais a conseguirlo, lo recibiréis, y nada será imposible para vosotros” (Mt 21,22; 17,20). |
Oración
Señor, yo creo, yo quiero creer en Ti
Señor, haz que mi fe sea pura, sin reservas, y que penetre en mi pensamiento, en mi modo de juzgar las cosas divinas y las cosas humanas.
Señor, haz que mi fe sea libre, es decir, que cuente con la aportación personal de mi opción, que acepte las renuncias y los riesgos que comporta y que exprese el culmen decisivo de mi personalidad: creo en Ti, Señor.
Señor, haz que mi fe sea cierta: cierta por una congruencia exterior de pruebas y por un testimonio interior del Espíritu Santo, cierta por su luz confortadora, por su conclusión pacificadora, por su connaturalidad sosegante.
Señor, haz que mi fe sea fuerte, que no tema las contrariedades de los múltiples problemas que llena nuestra vida crepuscular, que no tema las adversidades de quien la discute, la impugna, la rechaza, la niega, sino que se robustezca en la prueba íntima de tu Verdad, se entrene en el roce de la crítica, se corrobore en la afirmación continua superando las dificultades dialécticas y espirituales entre las cuales se desenvuelve nuestra existencia temporal.
Señor, haz que mi fe sea gozosa y dé paz y alegría a mi espíritu, y lo capacite para la oración con Dios y para la conversación con los hombres, de manera que irradie en el coloquio sagrado y profano la bienaventuranza original de su afortunada posesión.
Señor, haz que mi fe sea activa y dé a la caridad las razones de su expansión moral de modo que sea verdadera amistad contigo y sea tuya en las obras, en los sufrimientos, en la espera de la revelación final, que sea una continua búsqueda, un testimonio continuo, una continua esperanza.
Señor, haz que mi fe sea humilde y no presuma de fundarse sobre la experiencia de mi pensamiento y de mi sentimiento, sino que se rinda al testimonio del Espíritu Santo, y no tenga otra garantía mejor que la docilidad a la autoridad del Magisterio de la Santa Iglesia. Amén.
(Pablo VI)
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