El papa Francisco de 84 años reflexionó sobre el misterio de la muerte y la gracia de mirar la adversidad desde los ojos de la fe.
“Así es como nos preparamos para la última y mayor prueba de la vida, la muerte”. El papa Francisco de 84 años reflexionó hoy sobre el misterio de la muerte y la gracia de mirar la adversidad desde los ojos de la fe. A pesar del “pesimismo” ante el dolor, la enfermedad o la vejez.
“Pedimos la fuerza para saber vivir en el silencio manso y confiado que espera la salvación del Señor, sin quejarse, sin refunfuñar, sin dejarse entristecer”.
Lo dijo durante su homilía en la misa de sufragio por los cardenales y obispos difuntos durante el año, este jueves, 4 de noviembre, en el Altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro.
191 son los arzobispos y obispos muertos en el último año. 17 fueron los cardenales y patriarcas fallecidos. En esta lista hay altos prelados que murieron tras padecer el covid-19.
“Pedimos – sostuvo el Papa- la fuerza para saber vivir en el silencio manso y confiado que espera la salvación del Señor, sin quejarse, sin refunfuñar, sin dejarse entristecer.
Lo que parece un castigo resultará ser una gracia, una nueva demostración del amor de Dios por nosotros. Saber esperar en silencio -sin parlotear (chismorrear), en silencio- la salvación del Señor es un arte, en el camino de la santidad. Cultivémosla.”.
Francisco habla de lo feo que es una vida sin esperanza, especialmente con la vejez. Y explica la “belleza de confiar en el Señor, que nunca deja de cumplir sus promesas”.
«Es bueno esperar en silencio la salvación del Señor» (Lam 3,26)”. El Papa aprovechó la primera lectura para indicar que “esta actitud no es un punto de partida, sino un punto de llegada”. Por ello, «es bueno esperar en silencio la salvación del Señor» (Lam 3,26)”.
“La confianza en Dios no nace de un entusiasmo momentáneo, no es una emoción ni siquiera un simple sentimiento. Por el contrario, surge de la experiencia y madura en la paciencia”, determinó.
Un silencio lleno de esperanza
El Papa invita a vivir una “larga transformación interior que, a través del crisol del sufrimiento, lleva a saber esperar en silencio, es decir, con paciencia confiada, con un corazón manso”.
“Esta paciencia no es resignación”, afirmó. “Queridos hermanos, ¡qué importante es aprender el arte de esperar al Señor! Esto es “desterrando fantasmas, fanatismos y clamores; conservando, sobre todo en tiempos de prueba, un silencio lleno de esperanza.”.
Prepararse a morir
“Así es como nos preparamos para la última y mayor prueba de la vida, la muerte. Pero antes están las pruebas del momento, está la cruz que tenemos ahora, y para la que pedimos al Señor la gracia de saber esperar allí, justo allí, su salvación venidera.
Cada uno de nosotros necesita madurar en esto. Ante las dificultades y problemas de la vida, es difícil tener paciencia y mantener la calma.
La irritación se instala y el desánimo suele aparecer. Puede ocurrir que nos sintamos fuertemente tentados por el pesimismo y la resignación, que lo veamos todo negro, que nos acostumbremos a un tono desanimado y quejoso.”.
“Los recuerdos del pasado no pueden consolarnos”. Y esto aumenta “la amargura, parece que la vida es una cadena continua de desgracias”.
La angustia del abismo
“En el abismo, en la angustia del sinsentido, Dios se acerca para salvar. Y cuando la amargura alcanza su punto álgido, la esperanza vuelve a florecer de repente”.
Es malo llegar a la vejez con un corazón amargado, con un corazón decepcionado, con un corazón crítico con las cosas nuevas, es muy duro.
Esto es lo que pretendo llamar a mi corazón», dice el orante del Libro de las Lamentaciones, «y por eso quiero recuperar la esperanza» (v. 21). Retomar la esperanza en el momento de la amargura.
En medio del dolor, los que se aferran al Señor ven que él desbloquea el sufrimiento, lo abre, lo transforma en una puerta por la que entra la esperanza.
Es una experiencia pascual, un pasaje doloroso que se abre a la vida, una especie de trabajo espiritual que en la oscuridad nos hace volver a la luz.
Este giro no se debe a que los problemas hayan desaparecido, no, sino a que la crisis se ha convertido en una misteriosa oportunidad de purificación interior.
La prosperidad, de hecho, a menudo nos vuelve ciegos, superficiales, orgullosos. Este es el camino al que nos lleva la prosperidad. En cambio, el paso por la prueba, si se vive al calor de la fe, a pesar de su dureza y sus lágrimas, nos hace renacer, y nos encontramos diferentes al pasado.
Dios llora antes que nosotros
”Nada más que el sufrimiento conduce al descubrimiento de cosas nuevas”, dijo el Papa al citar un padre de la Iglesia (S. GREGORIO DI NAZIANZO, Ep. 34).
“Las pruebas nos renuevan, porque eliminan muchas de las escorias y nos enseñan a mirar más allá de la oscuridad, a ver con nuestras propias manos que el Señor realmente salva y que tiene el poder de transformarlo todo, incluso la muerte.”
Nos deja pasar por los cuellos de botella no para abandonarnos, sino para acompañarnos. Sí, porque Dios nos acompaña, sobre todo en el dolor, como un padre que ayuda a su hijo a crecer bien estando cerca de él en las dificultades sin ocupar su lugar.
Y antes de que las lágrimas aparezcan en nuestros rostros, la emoción ya ha enrojecido los ojos de Dios Padre. Primero llora Él, diría yo.
El dolor sigue siendo un misterio, pero en este misterio podemos descubrir de manera nueva la paternidad de Dios que nos visita en la prueba.”.
Silencio manso y esperanzador
El Papa asegura que vivir en el silencio manso y confiado que espera es una actitud “preciosa en el tiempo en que vivimos: ahora más que nunca no es necesario gritar, suscitar clamores, amargarse; lo que hace falta es que cada uno de nosotros dé testimonio con su vida de su fe, que es una espera dócil y esperanzada”.
La fe- dijo- es esto: una expectativa dócil y esperanzada. Los cristianos no disminuyen la gravedad del sufrimiento, no, pero levantan la mirada al Señor y bajo los golpes de la prueba confían en Él y rezan: rezan por los que sufren.
Mantiene sus ojos en el Cielo, pero sus manos están siempre extendidas hacia la tierra, para servir concretamente al prójimo. Incluso en tiempos de tristeza, de oscuridad, de servicio.
Con este espíritu, rezamos por los cardenales y obispos que nos han dejado en el último año. Algunos de ellos murieron a consecuencia de Covid-19, en situaciones difíciles que agravaron su sufrimiento.
Que estos hermanos nuestros saboreen ahora la alegría de la invitación evangélica que el Señor dirige a sus siervos fieles: «Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo» (Mt 25,34)”, concluyó.
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