Un pastor para momentos de crisis que defendió la fe ante los que la atacaban
San Léon I el Magno (que significa grande) nació en la actual Toscana italiana. Fue elegido Papa en el año 440 y falleció en el 461.
Vivió una época convulsa y tuvo que luchar heroicamente contra enemigos tanto internos como externos de la Iglesia.
Protegió la doctrina en torno a Cristo
En cuanto al enemigo interno más feroz, san León aplastó la herejía monofisita, que afirmaba que Jesús era Dios pero no Hombre. También la nestoriana, que aseguraba que en Cristo había dos personas.
Convocó el concilio ecuménico de Calcedonia en el año 451 y quedaron condenadas ambas.
Los padres conciliares aprobaron el texto que definía la doctrina cristológica con un rotundo «Pedro ha hablado a través del León».
Combatió igualmente con vigor el pelagianismo, el maniqueísmo y el priscilianismo. Y es que luchó por la integridad de la fe y la unidad de la Iglesia.
Frente a frente con Atila
Entre los enemigos externos se encontraban las constantes invasiones bárbaras: san León I logró convencer a Atila, rey de los hunos, de que no marchara sobre Roma en el 452.
Sin embargo, los vándalos saquearían la Ciudad Eterna tres años después. El Papa logró que al menos se respetara la vida de los habitantes de Roma y que no la incendiaran.
OraciónOh, Dios, que nunca permites que las puertas del infierno prevalezcan contra tu Iglesia,
asentada sobre la firmeza de la roca apostólica:
te pedimos, por intercesión del papa san León Magno,
que permaneciendo firme en tu verdad disfrute una paz continua.
Por nuestro Señor Jesucristo. Amén
Palabras de San León
No te rindas nunca,
ni cuando la fatiga se haga sentir,
tampoco cuando tu pies tropiecen,
ni cuando tus ojos se quemen,
tampoco cuando tus esfuerzos sean ignorados,
ni cuando la desilusión te humille,
ni cuando el error te desanime,
tampoco cuando la traición te hiera,
ni cuando el éxito te abandone,
tampoco cuando la ingratitud te desaliente
ni cuando la incomprensión te rodee,
tampoco cuando el aburrimiento te derribe,
ni cuando el peso del pecado te aplaste.
Invoca a Dios, aprieta los puños, sonríe
¡y recomienza!
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