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sábado, 7 de mayo de 2016

Símbolos, colores y números en el Apocalipsis: mira su significado

Del trono al ángel degollado, del blanco al violeta, hasta los números como el 666 y el 144.000

Los cuatro jinetes apocalípticos

Gelsomino del Guercio, Aleteia Team
Misteriosos símbolos. Colores y números que no fueron escritos por casualidad. Habla de ello Ignacio Rojas Gálvez en “Los símbolos del Apocalipsis”(Editorial Verbo Divino).

Rojas sostiene que san Juan en el libro del Apocalipsis usa “el instrumento” de los símbolos para que captemos algunos aspectos de la Revelación divina. El autor del Apocalipsis presenta un mundo que escapa a la lógica y a la experiencia humana. Son numerosos los estudios de los exegetas que han intentado “traducir” los mensajes “crípticos” del apóstol.

Símbolos
Entre los símbolos evocados por Juan la dicotomía Cielo – Tierra indica espacios donde se desarrolla la liturgia y se lucha entre el bien y el mal; el trono representa a Dios; el ángel en pie, degollado es Cristo, muerto y resucitado; los veinticuatro ancianos son la totalidad que alaba a Dios; un pergamino con siete sellos es el proyecto de Dios sobre la historia y la humanidad: el lago es un símbolo negativo: el lugar del rechazo a Dios.

Animales
En el Apocalipsis 4,6-8 Juan cita “cuatro Vivientes llenos de ojos por delante y por detrás. El primer Viviente, como un león; el segundo Viviente, como un novillo; el tercer Viviente tiene un rostro como de hombre; el cuarto viviente es como un águila en vuelo. Los cuatro Vivientes tienen cada uno seis alas, están llenos de ojos todo alrededor y por dentro”.

Estos seres vivientes representan la Creación, la vida que emana de Dios. Cada animal simboliza la propia calidad fundamental: el león, la realeza; el toro, la fuerza; el águila, la velocidad y la altura; en cambio un animal negativo como el dragón es el poder tremendo del mal.


Colores que no son casualidad
Juan, además, no ve la realidad en blanco y negro, y no es casualidad el uso de un color u otro. La acentuación y el detalle cromático en las descripciones revelan el deseo del autor de expresar por medio de los colores una fuerte carga emotiva.

Colores positivos
El autor describe un universo caracterizado principalmente por cinco colores. La clave interpretativa de los colores está el uso dentro de la complejidad de la obra. Los atributos que acompañan a los personajes y su relación con el bien y el mal nos proponen la interpretación de los mismos. Las tonalidades positivas son: el blanco, que simboliza la trascendencia y la victoria del Resucitado y de aquellos que triunfan con él (por ejemplo el vestido de Cristo y sus discípulos), y el dorado, el oro puro, que es el color reservado por Juan a la liturgia y simboliza la cercanía al misterio divino (la mayor parte de los elementos litúrgicos son de color dorado).

Colores negativos
Por el contrario, otros tres colores representan el rostro negativo de la historia: el rojo escarlata, que simboliza lo demoniaco y la violencia (por ejemplo el dragón); el verde amarillento, que representa la fragilidad de la vida; y el negro, que indica la miseria, las amenazas y la injusticia social.

Los números
El número más presentes en todo el libro, el preferido del autor, es el siete, que simboliza la totalidad, la plenitud, en las huellas de las tradiciones religiosas ancestrales. Es, por lo tanto, suficientemente lógico que el tres y medio, la mitad del siete, indique la parcialidad y la transitoriedad. Entonces, un periodo de tres años y medio es un tiempo definido y concreto, que tiene un fin seguro. El número cuatro, que indica a los cuatro vivientes, es el número de la totalidad cósmica y la acción universal de Dios, realizada por medio de los ángeles provenientes de los cuatro vientos.

666
El número 6 ha sido el que ha suscitado el mayor debate desde sus orígenes. Su relación con el número de la bestia y la invitación enigmática que sugiere al profeta que lo descifre, han dado lugar a las más disparatadas interpretaciones. Recordemos el siguiente texto: “¡Aquí está la sabiduría! Que el inteligente calcule la cifra de la Bestia; pues es la cifra de un hombre. Su cifra es 666” (Ap 13,18).

La interpretación más antigua sobre este número es conocida con el nombre de “gematría”. La gematría es un arte antiguo con el que, a través del análisis numérico de un texto o una simple palabra, se intenta deducir leyes y correspondencias. A cada letra corresponde un valor numérico establecido; por ejemplo la A tiene como valor 1 y la Z vale 900. Aplicar la gematría al número 666 significa descubrir un nombre cuya suma de letras – judías, griegas o latinas – corresponda al número 666. Con la gematría, por lo tanto, han sido “calculados” nombres y se ha identificado a la bestia con personajes históricos. Durante los siglos, las interpretaciones del simbolismo numérico 666 han gastado ríos de tinta y han sugerido personajes históricos de todo tipo, desde Nerón a Stalin, pasando por Domiciano, Hitler, el pontífice de turno o Martín Lutero, sólo por citar algunos.

Actualmente la interpretación más aceptada es la que interpreta el número 6 con un nombre defectivo, “una imperfección clamorosa” y, por lo tanto, este simbolismo es una manera de manifestar que la bestia es vulnerable.

12 y 1000
El número doce indica plenitud, pero con un cierto matiz social: señala al pueblo de Dios representado en el pasado de las doce tribus de Israel y en el presente por los doce apóstoles del Cordero. La suma simboliza la plenitud de la revelación de Dios en la historia y, por lo tanto, el Antiguo y el Nuevo Testamento juntos están significados por el número veinticuatro. Por su parte, el número mil indica la totalidad divina y la plenitud de la acción de Dios. El tiempo está sacralizado gracias a la presencia y a la acción de Cristo.

144.000
También las operaciones matemáticas son importantes para comprender algunas cifras. Por ejemplo, 144.000, el famoso número de los salvados, presupone la siguiente operación: 12 × 12 × 1000, es decir, el pueblo de Dios en su totalidad (doce por doce) guiado en el tiempo (1000) por la plenitud de la acción salvífica de Cristo.

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