Mayo
1. Quando se pasa ante una imagen de la
Virgen hay que decir:
"Te saludo, María.
Saluda a Jesús
de mi parte".
2. Escucha, Madrecita: yo te quiero
mucho más que a todas las criaturas de la tierra y del cielo... después de
Jesús, naturalmente...; pero te quiero mucho.
3. Madrecita hermosa, Madrecita querida,
eres bella. Si no existiera la fe, los hombres te llamarían diosa. Tus ojos son
más resplandecientes que el sol; eres bella, Madrecita; yo me glorío de ello,
te amo, ¡ah!, ayúdame.
4. María sea la estrella que os ilumine
la senda, os muestre el camino seguro para llegar al Padre del cielo; sea como
el ancla a la que os debéis sujetar cada vez más estrechamente en el tiempo de
la prueba.
5. María sea la razón única de tu
existencia y te guíe al puerto seguro de la salvación eterna. Sea para ti dulce
modelo e inspiradora en la virtud de la santa humildad.
6. Si Jesús se manifiesta,
agradecédselo; y si se oculta, agradecédselo también; todo es broma de amor. La
Virgen clemente y piadosa continúe alcanzándoos de la inefable bondad del Señor
la fuerza para sobrellevar hasta el final tantas pruebas de amor como os
concede. Yo os deseo que lleguéis a morir con Jesús en la cruz y que podáis
exclamar en él dulcemente: "Se ha cumplido".
7. Oh María, madre dulcísima de los
sacerdotes, mediadora y dispensadora de todas las gracias: desde lo íntimo de
mi corazón te ruego y te suplico encarecidamente que hoy, mañana y siempre des
gracias a Jesús, el fruto bendito de tu vientre.
8. La humanidad quiere su parte. También
María, la Madre de Jesús, sabía que, por medio de la muerte de su Hijo, se
realizaba la redención del género humano, y sin embargo también ella ha llorado
y sufrido; y ¡cuánto ha sufrido!
9. María convierta en gozo todos los
dolores de tu vida.
10. No os entreguéis tan intensamente a
la actividad de Marta que olvidéis el silencio y el abandono de María. La
Virgen, que concilia tan perfectamente ambas cosas, os sirva de dulce modelo y
de inspiración.
11. María hermosee y perfume
continuamente tu alma con nuevas virtudes y te proteja con su amor maternal.
Manténte cada vez más unida a la Madre del cielo, porque ella es el mar a
través del cual se alcanzan las playas de los esplendores eternos en el reino
de la aurora.
12. Trae a tu memoria lo que sucedía en
el corazón de nuestra Madre del cielo al pie de la cruz. Es tan intenso su
dolor que permanece petrificada ante su Hijo crucificado, pero no puedes decir
que haya sido abandonada. Al contrario, ¿cuándo la amó más y mejor que cuando
sufría y ni siquiera le era posible llorar?
13. No te alejes del altar sin derramar
lágrimas de dolor y de amor por Jesús, crucificado por tu eterna salvación.
La Virgen Dolorosa te acompañará y te
servirá de dulce inspiración.
14. Hijo, tú no sabes qué produce la
obediencia. Mira: por un sí, por un solo sí, "fiat secundum verbum
tuum", por hacer la voluntad de Dios, María llega a ser Madre del
Altísimo, confesándose su esclava, pero conservando la virginidad que tan grata
era a Dios y a ella.
Por aquel sí pronunciado por María
Santísima, el mundo obtuvo la salvación, la humanidad fue redimida.
Hagamos también nosotros siempre la
voluntad de Dios y digamos siempre sí al Señor.
15. Correspondamos también nosotros, que
hemos sido regenerados en el santo bautismo, a la gracia de nuestra vocación a
imitación de la Inmaculada, Madre nuestra. Apliquémonos incesantemente al
estudio de Dios para conocerlo, servirlo y amarlo cada vez mejor.
16. Madre mía, infunde en mí aquel amor
que ardía en tu corazón por él; en mí, que, cubierto de miserias, admiro en ti
el misterio de tu inmaculada concepción y que ardientemente deseo que, por ese
misterio, purifiques mi corazón para amar a mi Dios y a tu Dios, mi mente para
elevarme hasta él y contemplarlo, adorarlo y servirlo en espíritu y verdad, el
cuerpo para que sea su tabernáculo menos indigno de poseerlo cuando se digne
venir a mí en la santa comunión.
17. Padre, hoy es la Dolorosa. Dígame
una palabra. Respuesta: La Virgen Dolorosa nos quiere bien, nos ha dado a luz
en el dolor y en el amor. No se aparte jamás de tu mente la Dolorosa y sus
dolores queden grabados en tu corazón; y lo encienda de amor a ella y a su
Hijo.
18. El alma bienaventurada de María,
como paloma a la que se libera de los lazos, se separó de su santo cuerpo y
voló al seno de su Amado.
19. Después de la ascensión de
Jesucristo al cielo, María ardía continuamente en el más vivo deseo de reunirse
con él. En ausencia de su divino Hijo, le parecía encontrarse en el más duro
destierro.
Aquellos años en los que tuvo que estar
separada de él, fueron para ella el más lento y doloroso martirio, martirio de
amor que la consumía lentamente.
20. Jesús, que reinaba en el cielo con
la humanidad santísima que había tomado en las entrañas de la Virgen, quiso que
también su Madre, no sólo con el alma sino también con el cuerpo, se reuniera
con él y compartiera plenamente su gloria.
Y esto era totalmente justo y merecido.
Aquel cuerpo, que no fue ni por un sólo instante esclavo del demonio y del
pecado, no debía serlo tampoco de la corrupción.
21. Procura conformarte siempre y en todo
a la voluntad de Dios en todos los acontecimientos, y no tengas miedo. Esta
conformidad es el camino seguro para llegar al cielo.
22. Yo deseo, y no lo ignoráis, morir o
amar a Dios, es decir, la muerte o el amor, ya que la vida sin este amor es
peor que la muerte. ¡Hijas mías, ayudadme! Yo muero y agonizo en cada momento.
Todo me parece un sueño y no sé dónde me
muevo.
¡Dios mío!, ¿cuándo llegará la hora en
que también yo pueda cantar: "éste es mi descanso, oh Dios, para
siempre"?
23. Practica la penitencia de pensar con
dolor en las ofensas hechas a Dios; la penitencia de ser constante en el bien,
la penitencia de luchar contra tus defectos.
24. Confieso ante todo la gran desgracia
que supone para mí el no saber expresar y sacar fuera este gran volcán siempre
encendido que me abrasa y que Jesús ha metido dentro de este corazón tan
pequeño. Todo se resume en esto: vivo devorado por el amor de Dios y por el
amor del prójimo.
25. La ciencia, hijo mío, por muy grande
que sea, es siempre algo muy pobre; y es menos que nada en comparación con el
formidable misterio de la divinidad. Debes encontrar otros caminos. ¡Limpia tu
corazón de toda pasión terrena, humíllate en el polvo y ora! De ese modo
encontrarás con certeza a Dios, que te dará la serenidad y la paz en esta vida
y la beatitud eterna en la otra.
26. ¿Has visto algún campo de trigo en
plena madurez? Podrás observar que algunas espigas son altas y vigorosas;
otras, en cambio, están dobladas hacia el suelo.
Prueba a coger las altas, las más
vanidosas, y verás que están vacías; si, por el contrario, coges las que están
más bajas, las más humildes, verás que están cargadas de granos.
De esto podrás concluir que la vanidad
es algo vacío.
27. Nos conviene esforzarnos mucho para
llegar a ser santos y servir intensamente a Dios y al prójimo.
28. Hagámonos santos; de este modo,
después de haber vivido juntos en la tierra, estaremos juntos para siempre en
el cielo.
29. ¡Oh Dios!, hazte sentir cada vez más
en mi pobre corazón y realiza en mí la obra que has comenzado. Siento en lo
íntimo una voz que me dice insistentemente: santifícate y santifica. Pues bien,
queridísima mía, es esto lo que yo quiero, pero no sé por dónde comenzar.
Ayúdame, pues; sé que Jesús te quiere muchísimo y lo mereces. Háblale, pues, de
mí que me conceda la gracia de ser un hijo menos indigno de san Francisco, que
pueda servir de ejemplo a mis hermanos de modo que el fervor continúe siempre y
crezca siempre más en mí de forma que haga de mí un perfecto capuchino.
30. Sé, pues, siempre fiel a Dios en el
cumplimiento de las promesas que le has hecho y no te preocupes de las burlas
de los ignorantes. Debes saber que los santos jamás se han preocupado del mundo
y de los mundanos y han puesto bajos sus pies al mundo con sus máximas.
31. El campo de batalla entre Dios y
Satanás es el alma humana. En ella se desarrolla en todos los momentos de la
vida. Es necesario que el alma deje acceso libre al Señor y que sea fortalecida
por él en todas partes con toda clase de armas; que sea iluminada por su luz
para combatir las tinieblas del error; que sea revestida de Jesucristo, de su
verdad y justicia, del escudo de la fe, de la palabra de Dios, para vencer a
enemigos tan poderosos. Para ser revestidos de Jesucristo es necesario morir a
sí mismos.
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