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domingo, 22 de agosto de 2021

Evangelio del día

 

Juan 6:60-69
Y tú, ¿también quieres irte?


Después de escuchar su doctrina, muchos de los seguidores de Jesús dijeron: 'Este es un lenguaje intolerable. ¿Cómo puede alguien aceptarlo? Jesús, consciente de que sus seguidores se quejaban, les dijo: "¿Os molesta esto? ¿Y si vierais al Hijo del Hombre ascender a donde estaba antes?
'Es el espíritu el que da la vida,
la carne no tiene nada que ofrecer.
Las palabras que os he dicho son espíritu
y son vida.
Pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quiénes eran los que le iban a traicionar. Y continuó: "Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo permite". Después de esto, muchos de sus discípulos le abandonaron y dejaron de ir con él.
Entonces Jesús dijo a los Doce: "Y vosotros, ¿queréis iros también?". Simón Pedro respondió: "Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes el mensaje de la vida eterna, y nosotros creemos; sabemos que eres el Santo de Dios'.

Comentario

Bulle

San Juan Pablo II (1920-2005)
papa
Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, 18-19 (trad. © copyright Libreria Editrice Vaticana)


“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna” (Jn 6,54)

Quien se alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura, que abarcará al hombre en su totalidad. En efecto, en la Eucaristía recibimos también la garantía de la resurrección corporal al final del mundo: « El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día » (Jn 6, 54). Esta garantía de la resurrección futura proviene de que la carne del Hijo del hombre, entregada como comida, es su cuerpo en el estado glorioso del resucitado. Con la Eucaristía se asimila, por decirlo así, el « secreto » de la resurrección. Por eso san Ignacio de Antioquía definía con acierto el Pan eucarístico « fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte ».
La tensión escatológica suscitada por la Eucaristía expresa y consolida la comunión con la Iglesia celestial. No es casualidad que en las anáforas orientales y en las plegarias eucarísticas latinas se recuerde siempre con veneración a la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor, a los ángeles, a los santos apóstoles, a los gloriosos mártires y a todos los santos. Es un aspecto de la Eucaristía que merece ser resaltado: mientras nosotros celebramos el sacrificio del Cordero, nos unimos a la liturgia celestial, asociándonos con la multitud inmensa que grita: « La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero » (Ap 7, 10). La Eucaristía es verdaderamente un resquicio del cielo que se abre sobre la tierra. Es un rayo de gloria de la Jerusalén celestial, que penetra en las nubes de nuestra historia y proyecta luz sobre nuestro camino. (EDD)

Oración

Oh Dios, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo, inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría. Por nuestro Señor Jesucristo.



















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