Tres jóvenes españoles nos atienden a pocos días de convertirse en sacerdotes para explicarnos el por qué, el para qué y el cómo de esa decisión que un día tomaron. Vea también Primer Testimonio y Segundo Testimonio
Tercer Testimonio
Mikel Ormazabal: “Haz que nuestro principal alimento sea hacer siempre tu voluntad”
Mikel Ormazabal es el más jovial de los tres. Quedamos con él una tarde de lluvia en Lourdes Txiki: “Yo soy del antiguo de toda la vida, así que Lourdes Txiki es un lugar muy cercano a mi, vengo mucho”
También tiene 25 años y, aun con barba y todo, parece un chaval mucho más joven. Así a lo lejos, en zapatillas y bajo la capucha de su chubasquero nadie diría que está a punto de ordenarse sacerdote. Sonríe sin parar y los ojos le brillan todo el tiempo… mientras nos cuenta cómo ha sido su historia.
“En mi familia somos tres hermanos, yo soy el mediano. Tengo unos padres que nos han querido siempre mucho y que nos han querido dar lo mejor y dentro de ese lo mejor nos han dado a Cristo y nos han transmitido la fe, además muy bien. Siempre en medio de una vida sencilla, ¿eh?, haciendo las cosas normales pero rezando en familia sobre todo los domingos por la mañana. Partiendo de esta familia que , como digo, nos ha transmitido la fe yo siempre he tenido como una obsesión que ha sido saber cuál era el plan de Dios para mí, saber para qué estoy aquí.
Esto me viene de que en casa mi padre bendice siempre la mesa y suele dar las gracias por el día, por los alimentos… lo habitual. Al final siempre repite la misma frase: “Haz que nuestro principal alimento sea hacer siempre tu voluntad”. Y claro, yo creo que de tanto oír esto cada día durante tantos años pues se me quedó muy grabado y desde pequeño he sabido que lo importante en esta vida es cumplir esa voluntad. Así que siempre he intentado buscar cuál es esa voluntad”.
Hay que buscar porque supongo que no viene Dios y te lo dice clarito…
“Bueno… Lo dice bastante claro, pero lo que pasa es que tenemos que aprender a escucharle. Esta ha sido mi tarea en la vida, y aun hoy, estoy aprendiendo el lenguaje de Dios”
Pero cuéntame cómo llegas a pensar en el seminario.
“En el colegio había un padre marianista que nos solía hablar de África. Nos contaba que allí los niños llegaban a morir de sed y a mi aquello me impresionaba muchísimo. Pensaba que yo debía ir allí, como misionero, y hacer un pozo y darles de beber. En fin… los deseos de un niño. Me impresionaba tanto el tema que yo a veces dejaba de beber agua para saber que era sentir sed, para saber cómo se sentían aquellos niños. Así que se puede decir que desde pequeño tuve el deseo de ser misionero y este deseo me ha acompañado siempre”.
Sin menospreciar esto que me cuentas no deja de ser un deseo infantil como el que quiere ser bombero o astronauta. De eso a querer ser cura hay un trecho muy largo…
Sí, eso es verdad, pero yo tenía ese deseo en el corazón. El momento decisivo vino después. Cuando terminé la eso, ya en otro colegio, mis padres me enviaron un verano a un internado inglés para que aprendiera el idioma. Tengo que decir que yo en esa época ya tenía una vida de fe activa, iba a Misa, frecuentaba los sacramentos y rezaba diariamente. Para mí no era lo mismo un día con Eucaristía que un día sin ella.
Con quince años, me reconocerás que eso no es muy frecuente…
Sí, bueno… La fe me la habían transmitido muy bien en casa como te he dicho y la realidad es que siempre he creído y he practicado mi fe. Nunca he dejado de lado a Dios. Pero, verás, el caso es que el internado era anglicano así que no tenía la posibilidad de ir a misa cada día y muchos domingos tampoco. Para mí era un inconveniente, una dificultad… pero se me ocurrió que cada noche rezaría un rato con una Biblia que me había llevado en la maleta. Ya que no podía alimentarme de la Eucaristía, al menos podría alimentarme de la palabra de Dios.
Y así, cada noche, de rodillas, rezaba a los pies de mi cama y el Señor me regaló momentos preciosos. Afortunadamente, o más bien, providencialmente, tenía una habitación para mí solo porque si hubiera tenido un compañero, me hubiera dado tanta vergüenza que estoy seguro que no lo hubiera hecho
¿Y qué pasó? ¿Por qué este hecho es determinante en tu vocación?
Pues pasó que esa sed, que tanto me llamaba la atención de pequeño, la redescubrí de nuevo. Sentía en mi propia carne la sed de la Eucaristía y de los sacramentos, y me di cuenta de que no solo yo tenía sed. Vi que toda Inglaterra, toda Europa, padecía una sed espiritual grandísima.
Y me parecía que esa sed espiritual era todavía peor que la sed física. La sed física mata el cuerpo, pero la sed espiritual mata el alma. Entonces pensé que, aquello que yo deseaba de pequeño de ser misionero para ir a trabajar por los sedientos, no era una tontería de niño, no era un sentimiento que había salido de mí, sino que era el Señor que me hablaba…y me sentí llamado a saciar esa sed espiritual que asedia al mundo. Tenemos tantas personas conocidas, también aquí en San Sebastián, que se están muriendo de tristeza, de depresión, de angustia… que hay que poner a Dios ahí, porque Dios sana, Dios cura las heridas.
Volví a casa y lo hablé con un sacerdote y un par de amigos, entre ellos Juan, y no dije nada mas a nadie, durante mucho tiempo. Con la ayuda de este sacerdote fui viendo que este era el camino. Pasaba el tiempo y yo iba contento, y creo que esa es una forma que tiene el Señor de hablar al corazón, una señal de que vas bien. Y a día de hoy sigo igual de contento o más… me duelen los mofletes de tanto sonreír invitando a unos y a otros a mi ordenación.
Y cuando ya por fin dijiste que te ibas al seminario cómo reaccionó tu familia, tus amigos…?
“En mi casa muy bien, muy contentos, yo sabía que para mis padres era una buena noticia. Los amigos también muy bien, alguno se sorprendió un poco más pero muy bien todo el mundo. Yo mismo me quedé muy sorprendido de que nadie me dijera: pero qué haces…, vas a tirar tu vida a la basura…, piénsalo bien…
Nadie me ha dicho nada de eso, ni siquiera la gente de mi familia que no cree. Para mí ha sido una sorpresa no encontrar ni una sola reacción de ese tipo.
Como anécdota divertida, recuerdo en el colegio, que una vez estábamos en el comedor comentando que íbamos a estudiar al curso siguiente.
Entonces yo dije que pensaba ir al seminario y no a estudiar derecho y filosofía que era lo que todos creían. Hubo un momento de sorpresa, de felicitaciones y después le preguntaron a Juan que estaba justo a mi lado… y va y dice él que también se va al seminario.
Todos pensaron que estábamos de broma, hasta que se dieron cuenta que era de verdad. Había un compañero sentado al lado nuestro que rápidamente tuvo que aclarar que él no se iba al seminario, pues el resto no se atrevían ni a preguntar…fue muy divertido…”
Entrevista realizada por Marta León para Aleteia
Vea también El Sacerdocio y el Laicado - S. Juan Pablo II
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