Los inesperados frutos de la oración en familia en la cuarentena por la pandemia de Covid
Uno de los frutos más grandes que ha dado esta cuarentena interminable es el descubrir la oración en familia.
Habíamos empezado a hacerla en Cuaresma como una tradición cristiana familiar, y terminó extendiéndose mucho más allá de lo planificado.
Con tantas historias dramáticas que veíamos alrededor del mundo y viendo cómo la enfermedad iba aproximándose a nuestro país y que el desastre era inevitable, continuamos con aquella promesa hecha a finales de febrero.
Cada noche nos uníamos en oración con mi esposo y mis tres hijos de 14, 12 y 4 años.
Al principio, las oraciones costaban, las intenciones eran escasas y superfluas. Conforme los días fueron pasando, empezamos a ver que cada uno se extendía cada vez más en sus peticiones, empezaban a interiorizarse las intenciones, imaginando las diferentes situaciones de aquellos que podían estar sufriendo.
Mi niña más pequeña empezaba a pensar en la soledad de los abuelos, de sus abuelos. Pensaba que sería bueno que tuvieran una mascota, una que no diera alergias decía.
Otro de mis hijos empezaba a descubrir sus debilidades y pedía fortaleza en cada una de ellas.
Algunas noches, las oraciones me producían lágrimas, porque a pesar del encierro y de las circunstancias, solo podía agradecer en silencio por la belleza de esos momentos, por el tesoro de cada uno de ellos y de sus voces, por la unidad de la familia y la bendición de tener a Dios en casa para poder interceder por aquellos que realmente necesitaban de oraciones.
Incluso los ue menos fe tenían en este círculo de oración empezaban a pedir fe y a agradecer por las oraciones respondidas.
En ocasiones, la más pequeña tenía arrebatos de ateísmo, y empezaba a debatir sobre si Dios existía o no existía. Y tocaba hacer pequeñas reflexiones.
Concluía pidiendo a María que cuide bien a su hijo, quizás pensando en que lo había visto tantas veces crucificado. Pero estas reflexiones eran maravillosas.
No siempre la atmósfera era la mejor. Había momentos en que los gritos abruptos entre los juegos y las peleas de los niños rompían la armonía del momento previo a la oración, y costaba mucho hacerla.
Sin embargo, creo que en muchos hogares cristianos la oración ha tenido un proceso de maduración intenso. Ha transformado los hogares, uniendo corazones, abriendo caminos, solidarizando los corazones con muchas situaciones al interior y al exterior de la familia.
Jamás pensé que una costumbre tan dejada de lado por muchas familias cristianas pudiera dar tantos frutos…
Estoy segura de que, al interior de este hogar, hay mucha más paz ahora que en 18 años de matrimonio, más bendiciones que en ningún otro momento.
La oración en familia, las reflexiones unidos, el rezo del Rosario y la bendición de las comidas son actividades que suponen un “estar” en presencia de Dios, de quien el alma de la familia se alimenta y se transforma.
Es al cobijo de Dios Padre como podemos encontrar la armonía, hacernos más humildes, más dóciles a la voluntad de Dios y más fuertes en nuestra fe. Aunque no lo veamos, lo podemos “reconocer” en los frutos producidos en cada una de nuestras almas.
Muchas cosas han cambiado en la vida y en el mundo, muchas situaciones nos han quebrado y nos han obligado a renacer, muchas más nos harán ver que somos vulnerables y débiles lejos de Dios.
Pero estamos con Él, aunque sobrevenga el dolor y la enfermedad.
El abrazo de Dios, de Su voluntad, es un bálsamo bien recibido pues tenemos fe en Su presencia, en Su entrega y en Su amor.
Hoy me pongo a pensar: cuánta riqueza inesperada tenemos hoy y que pobres éramos antes…
Lorena Moscoso, Aleteia
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