10. La Luz de Jerusalén
(La Misa - Presencia)
El cruzado estaba arrodillado en la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén para despedirse. Le entregó al sacerdote su linterna. Este la encendió con la luz de la lámpara del Santo Sepulcro, la bendijo y bendijo al cruzado. El cruzado montó su caballo y con alegría emprendió el camino a casa. El caballero había hecho un voto. Quería llevar por tierra la luz del Santo Sepulcro del Resucitado hasta la Iglesia de su ciudad natal para hacer penitencia por una culpa muy grave. No se imaginaba qué difícil iba a ser llevar adelante el cumplimiento de su voto.
Le atacaban grupos enemigos. Puso la lámpara bajo su brazo izquierdo. Con la derecha empuñaba la espada y se enfrentó a sus enemigos. Estos vieron la llama rutilante debajo del brazo del caballero y pensaron que era un arma secreta. Se dispersaron en una huida desembocada.
El cruzado llegó a un río profundo. No había puente ni nadie que lo podría llevar al otro lado. Le dijo a su caballo unas palabras de aliento, le dio unos granos de trigo. Luego se arriesgó a cruzar montado el caballo a nado. La lámpara la sostenía sobre su cabeza. No podía apagarse. El caballo luchó con valentía contra la corriente y alcanzó la otra ribera. La lámpara seguía encendida. De esta manera pasaba muchos peligros.
Un mediodía llegó a una casucha solitaria. Se acercó con la esperanza de encontrar un pozo de agua para él y para su caballo.
Al entrar encontró a una anciana pobre y enferma. Deliraba de fiebre y temblaba de frío sobre el camastro destrozado. El cruzado le habló cariñosamente y le dio de comer. Ella le describía su sufrimiento. Se había apagado la lumbre de su hogar. Ella era demasiado débil para buscar fuego. Por eso, durante las noches heladas se había enfermado de neumonía. Ni siquiera era capaz de levantarse para preparar un té. El cruzado le contó del fuego sagrado que llevaba y con el encendió el hogar de la enferma. Cuando ella se encontraba mejor continuaba su camino.
Una noche se echó a dormir al borde de un bosque profundo. En la oscuridad pasó una ave nocturna y tumbó su linterna. Se apagó el fuego del Santo Sepulcro. Cuando el caballero despertó en la mañana, dirigió la primera mirada hacia la lámpara. Estaba oscura. Le invadió un terrible temor. ¿Acaso todo estaba perdido?
Entonces recordó a la enferma que había dejado atarás con la lumbre sagrada en su hogar. No le quedó otra cosa que volver allá. ¿Y si la mujer había dejado que se apagara la llama? En la tarde llegó a la casucha solitaria: La mujer le saludó con alegría y le mostró su hogar encendido:"El hogar sigue encendido". Al caballero tenía los ojos arrasados de lágrimas. Había ayudado a su prójimo. Allí seguía encendida la luz sagrada. Con sumo cuidado encendió su lámpara con el fuego del Santo Sepulcro del hogar de la casucha solitaria.
Muchas veces el caballero vivió escenas alegres. De una ciudad le vinieron al encuentro los sacerdotes, en otra los fieles pidiéndole que encendiese su la luz sagrada las velas de su Iglesia. Así dejó detrás de él una cadena de luz de la lumbre sagrada de Jerusalén. Cuando arribó a su tierra lo recogieron a la entrada de la ciudad en solemne procesión. El caballero llevó en las manos elevadas el fuego sagrado del Santo Sepulcro de Jesús hasta el altar.
Los astronautas algún día tendrán unos aparatos tan precisos que puedan abarcar con una mirada las casas y ventanas de la tierra. Observarán también las luces de las iglesias y constatarán: Cuando las lámparas de apagan en el este se encienden las lámparas en el oeste. Estas luces anuncian: Aquí comienzan las celebraciones, allí están llegando a su término. Cuando concluye la Santa Misa en los países del este, ahí mismo comienzan las Misas en las regiones del oeste. Un profeta del Antiguo Testamento lo ha profetizado: "Desde la salida hasta el ocaso se ofrecerá a mi nombre un sacrificio puro". Así como el caballero llevaba la luz de Jerusalén de una estación de su camino hasta la siguiente, así pasa la luz de Cristo de lugar a lugar y enciende las lámparas de la Santa Misa. En 24 horas la Santa Misa da la vuelta al mundo y crea una presencia permanente de la luz del amor del Señor.
A veces uno encuentra imágenes del crucificado en las cuales se ha hecho visible el corazón, un corazón en medio de llamas. ¿Qué quiere decir esta imagen del corazón abrasado en llamas? No existe una tal cosa. - Quiere recordarnos algo muy importante. El Viernes Santo se contemplan los dolores y la pasión de Jesús como algo pasajero. Lo permanente e imperecedero es y será su amor hacia nosotros - su corazón ardiente. Cada vez cuando se celebra la Santa Misa, Jesús está presente con su amor. El corazón ardiente de amor está presente - en el centro del Viernes Santo, la cumbre del sacrificio de Cristo, su amor permanente, eterno por nosotros.
En la Misa da vuelta al mundo, igual como la luz del caballero atravesó a los países. El sacrificio de la cruz permanece porque permanece el amor de Cristo y pasa de altar en altar. ¿Y si una ave nocturna hace caer la lámpara y apaga la luz? La ave nocturna puede ser una persecución que ataca religión y altar. Aves nocturnas podemos ser nosotros mismos. La culpa y el pecado pueden apagar la luz y el amor de Cristo dentro de nosotros cuando dejamos de luchar por ello, cuando ya no tiene valor para nosotros. Pero ninguna ave nocturna podrá apagar la luz de Cristo en todo el mundo. Su amor permanece como en el cielo así en la tierra en la Santa Misa.
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