Protégete del demonio de la manera más eficaz que existe, según el predicador del Papa, p. Cantalamessa
Entonces un hombre poseído por un espíritu inmundo se puso a gritar: ‘¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quien eres tu: el Santo de Dios’. Jesús, entonces, dijo: ‘Cállate y sal de él’. Y agitándose violentamente, el espíritu inmundo dio un fuerte grito y salió de él”.
¿Qué pensar de este episodio y de muchos otros acontecimientos análogos presentes en el Evangelio? ¿Existen aún los “espíritus inmundos”? ¿Existe el demonio?
Cuando se habla de la creencia en el demonio, debemos distinguir dos niveles: el nivel de las creencias populares y el nivel intelectual (literatura, filosofía y teología).
A nivel popular, o de las costumbres, nuestra situación el actual no es muy distinta de la Edad Media o de los siglos XIV-XVI, tristemente famosos por la importancia otorgada a los fenómenos diabólicos.
Ya no hay, es verdad, procesos de inquisición, hogueras para endemoniados, caza de brujas y cosas por el estilo; pero las prácticas que tienen en el centro al demonio están aun más difundidas que entonces, y no sólo entre las clases pobres y populares. Se ha transformado en un fenómeno social (¡y comercial!) de proporciones vastísimas.
Más aún, diría que cuanto más se intenta expulsar al demonio por la puerta, tanto más vuelve a entrar por la ventana; cuanto más se excluye la fe, tanto más prende la superstición.
Muy diferentes están las cosas en el nivel intelectual y cultural. Aquí reina ya el silencio más absoluto sobre el demonio. El enemigo ya no existe. El autor de la desmitificación, R. Bultmann, escribía: “No se puede recurrir en caso de enfermedad a medios médicos y clínicos, y al mismo tiempo creer en el mundo de los espíritus”.
Creo que uno de los motivos por los cuales muchos ven difícil creer en el demonio es porque se busca en los libros, mientras que al demonio no le interesan los libros, sino las almas, y no se le encuentra en los institutos universitarios, las bibliotecas y las academias, sino, precisamente, en las almas.
Pablo VI reafirmó con fuerza la doctrina bíblica y tradicional en torno de este “agente oscuro y enemigo que es el demonio”. Escribió, entre otras cosas: “El mal ya no es sólo una deficiencia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible realidad. Misteriosa y espantosa”.
También en este campo, con todo, la crisis no pasó en vano y sin traer incluso frutos positivos.En el pasado, con frecuencia se exageró al hablar del demonio, se le veía donde no estaba, se cometieron muchas ofensas e injusticias con el pretexto de combatirlo; se necesita mucha discreción y prudencia para no caer precisamente en el juego del enemigo.
Ver al demonio por todas partes no es menos erróneo que no verlo por ninguna.Decía Agustín: “Cuando es acusado, el diablo se pone contento. Es más, quiere que le acuses, acepta con gusto todas tus recriminaciones, ¡si esto sirve para disuadirte de hacer tu confesión!”.
Se entiende así la prudencia de la Iglesia al desalentar la práctica indiscriminada del exorcismo por parte de personas que no han recibido ningún mandato para ejercer este ministerio. Nuestras ciudades están llenas de personas que hacen del exorcismo una de las muchas formas de ganarse la vida, “deshaciendo” hechizos, males de ojo, mala suerte, negatividades malignas sobre personas, casas, empresas, actividades comerciales…
Sorprende que en una sociedad como la nuestra, tan atenta a los fraudes comerciales y dispuesta a denunciar casos de estafa y abusos en el ejercicio de una profesión, haya tantas personas dispuestas a creer en supersticiones como estas.
Un cristiano que vive su fe y se acerca a los sacramentos no necesita estas cosas. Muy al contrario:
Antes incluso que Jesús dijera algo ese día en la sinagoga de Cafarnaúm, el espíritu inmundo se sintió desalojado y obligado a salir descubierto. Era la “santidad” de Jesús que parecía “insoportable” al espíritu inmundo. El cristiano que vive en gracia y es templo del Espíritu Santo lleva en sí un poco de esta santidad de Cristo, y es precisamente así como actúa, en los ambientes donde vive, como un silencioso y eficaz exorcismo.
Por Raniero Cantalamessa, ofm
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