La esposa de G.K. Chesteron era una pareja muy necesaria, tanto espiritual como profesionalmente
Stephanie A. Mann, aleteia
Hay un adagio que dice: “Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”. Bueno, si Frances Chesterton se hubiera puesto detrás de su marido, nunca la habríamos visto. Gilbert Keith Chesterton era un gigante, tanto en estatura como en personalidad. Así que Frances se colocaba junto a él, a veces incluso delante, y por tanto podíamos verla tanto a ella como a la influencia que tenía sobre él, gracias especialmente a los esfuerzos de Nancy Carpentier Brown por su trabajo en la biografía de 2015: The Woman Who Was Chesterton [La mujer que fue Chesterton].
Hay un adagio que dice: “Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”. Bueno, si Frances Chesterton se hubiera puesto detrás de su marido, nunca la habríamos visto. Gilbert Keith Chesterton era un gigante, tanto en estatura como en personalidad. Así que Frances se colocaba junto a él, a veces incluso delante, y por tanto podíamos verla tanto a ella como a la influencia que tenía sobre él, gracias especialmente a los esfuerzos de Nancy Carpentier Brown por su trabajo en la biografía de 2015: The Woman Who Was Chesterton [La mujer que fue Chesterton].
Frances Blogg nació un 28 de junio de 1869. Su padre George era comerciante de diamantes, y su madre, Blanche, escritora y editora. Blanche padecía episodios de depresión, al igual que sus hijos, y George falleció de un paro cardíaco cuando Frances tenía 14 años.
La familia era católica, miembros de la Iglesia de Inglaterra, aunque no muy devotos, pero después de que Frances asistiera al instituto anglicano católico St. Stephen’s College, en Windsor, su fe y devoción aumentaron.
Era una persona culta y poseía magníficas habilidades lingüísticas, de hecho a veces escribía poemas en alemán y luego los traducía al inglés.
Frances y G.K. Chesterton se conocieron en 1896 en una asociación de tertulia literaria.
La inmediata admiración y el creciente amor que Gilbert sintió por Frances supusieron su acercamiento a una mayor fe en Jesucristo y a una mayor participación en los servicios de la Iglesia de Inglaterra.
En 1911, Chesterton dedicó a Frances su poema épico La balada del caballo blanco: “Por lo que traigo estas rimas / a quien me trajo la cruz”. Le devolvería el favor a su amada cuando, 26 años más tarde, en 1922, se convertiría al catolicismo y la animó a seguirle cuatro años más tarde.
Se comprometieron en 1898 y se casaron el 28 de junio de 1901. Frances permaneció al lado de Chesterton en su vida profesional, pero también le guió hacia un estilo de vida más saludable, mudándose fuera de Londres y de sus bares para vivir en el campo.
Deseaban una casa repleta de niños —deseaban “siete hermosos hijos” —, pero tuvieron que cargar con las cruces de la infertilidad y una salud frágil.
Frances era la representante, coordinadora y planificadora del trabajo de Gilbert. En la anécdota más famosa sobre cuánta ayuda necesitaba el señor Chesterton para seguir el hilo de sus propios planes, Gilbert le envió un telegrama a su esposa: “Estoy en Market Harborough. ¿Dónde debería estar?”. Frances tenía que ser tan paciente como firme, puesto que él dependía de ella.
Frances también era poeta y dramaturga por méritos propios. Escribía obras navideñas todos los años para representarlas en su hogar y los villancicos y poemas que enviaban como mensajes de felicitación navideños fueron musicados; por ejemplo, la canción Here is the little door, con arreglos del compositor Herbert Howells.
La biógrafa de Frances, Nancy Carpentier Brown, también ha reunido y editado esas producciones de Navidad en el libro How Far Is It to Bethlehem: The Plays and Poetry of Frances Chesterton, editado por Chesterton & Brown Publishing, 2012 [El camino hacia Belén: Obras y poesías de Frances Chesterton].
Frances estuvo al lado de Gilbert Chesterton cuando viajó a Tierra Santa, a la Europa continental, a Irlanda y a los Estados Unidos.
Ella era la gran anfitriona de su hogar en Beaconsfield, la que recibía a invitados y viajeros, a familia y a amigos, la que cuidaba de la gran colección de mascotas y animales de granja, la que trabajaba con los asistentes de Gilbert y la que supervisaba a los empleados del hogar.
Al final, él la adelantó cuando falleció el primero el 14 de junio de 1936. Frances escribió en su calendario de citas: “Las Luces se apagaron a las 10:15 a.m.”.
Frances tenía problemas para vivir sin su marido, como demuestran los escritos que mandaba al padre John O’Connor, que sirvió de inspiración para el Padre Brown en las historias de misterio de Chesterton:“¿Cómo aman los amantes que no se tienen el uno al otro? Siempre fuimos amantes” (The Woman Who Was Chesterton, Brown, p. 190).
Durante el tiempo antes de su muerte, el 12 de diciembre de 1938, Frances escribió varios poemas sobre cuánto añoraba a Gilbert, viajó un poco, visitó su tumba y rezó por el descanso de su alma.
Aquellos que conocían bien a la pareja, según señala Brown, sabían exactamente de la importancia de Frances en los logros literarios de Gilbert Chesterton: en libros, ensayos, artículos, poesía, obras de teatro, radiodifusión, discursos y conferencias.
Frances Chesterton, esta gran mujer al lado —y no detrás— de un gran hombre, fue la compañera y amante de su marido, su musa y su amiga. Ella le ayudó a alcanzar la grandeza.
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