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miércoles, 21 de septiembre de 2016

La Santa Misa contada en Historietas 16




16. La Grandeza auténtica del Emperador.
(Acto penitencial)



Comienza la cuaresma del año 390. Los fieles de la ciudad episcopal de Milán acuden en tropel a la Santa Misa. No hay que olvidar que Milán en aquel entonces era el lugar de la residencia del emperador. Por eso también el emperador se pone en camino al templo. El emperador Teodosio mismo va a Misa. 

Las conversaciones de los milaneses no comentan otra cosa que de los últimos acontecimientos en Salónica (Tesalónica), la ciudad que dominaba el mediterráneo del este y el camino a Constantinopla. La población había entrado en franca rebeldía contra el emperador. Los militares dominan la situación. Pero el emperador trama venganza. Después de muchos años de caos él ha dado a su reino la unidad política y religiosa. Ha impuesto de nuevo la fe en la gloria divina de Jesús. Pero también ha crecido su orgullo y la conciencia de su poder. No soporta que haya rebeldías. Un día hace convocar a los ciudadanos de Tesalónica en el anfiteatro de la ciudad. Cuando todos están reunidos entran los militares y comienzan a matar a espada a diestra y a siniestra. Muchos, muchísimos mueren violentamente en este día.

También el obispo de Milán, Ambrosio, ha oído de los hechos nefastos y crueles. Ante Dios ha examinado su deber. Cuando entró el emperador al atrio del templo episcopal Ambrosio se le enfrenta. Le recuerda a Teodosio la matanza de los tesalonicenses. Luego le dice: "Tú no puedes entrar en la casa de Dios. Tú no puedes estar ante el altar de Dios. Tus manos están manchadas de sangre. Primero tienes que hacer penitencia como lo prescribe la Iglesia. Revestido de costal, cubiertas de ceniza debes quedarte aquí en el atrio y pedir la oración de los que entran al templo". El rostro del emperador empalidece. Los generales empuñan la espada. Los cortesanos protestan vociferando. Pero el emperador muestra su verdadera grandeza. Hace que le traigan un vestido penitencial hecho de costal. Cubre su cabeza de ceniza. Esto se repite durante todas las celebraciones de esa cuaresma. Recién el día de Pascua de Resurrección el perdón de la Iglesia lo ha admitido nuevamente a la celebración ante el altar.

Los milaneses están orgullosos de su emperador: Es un gran político y estratégico, pero lo que es más, es un cristiano de cuerpo entero. Los milaneses también están orgullosos de su obispo, San Ambrosio, que llevó al emperador a la penitencia. 

Hemos llegado al umbral de la Santa Misa. Tomaremos parte en el altar. Venimos revestidos de la dignidad de los hijos de Dios, venimos como amigos de Cristo y quizás podemos decir que hemos trabajo fielmente por Jesucristo. 

Sin embargo, el umbral tiene mucho significado. El santuario de la Iglesia nos llama al respeto y la reverencia. Recordemos que somos pecadores. En los países griegos el diácono dice al momento de la comunión: "Lo Santo para los Santos". Aunque nos hayamos esforzado honradamente, no somos santos. Tenemos que confesar "que hemos hecho el mal y omitido el bien, que hemos pecado en pensamientos, palabras, obras y omisión, por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa". Así decimos en el "yo pecador". Aunque no hayamos hecho un gran mal, siempre tenemos que confesar que hemos dejado de hacer mucho bien. Aunque, a Dios gracias, no se ha transparentado mucho mal hacia afuera, queda siempre el mundo confuso de los pensamiento, la vida egoísta centrada en el propio yo. 

Así nos quedamos en el umbral del santuario de la Santa Misa: "Confesamos que somos pobres pecadores". Sin esta penitencia, sin el cambio interior no estaríamos en la Eucaristía como verdaderos cristianos. Porque Cristo ha comenzado su anuncio reclamando: "Haced penitencia".


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