No hay nada más complicado... o tal vez nada más sencillo
Carlos Padilla Esteban, aleteia
No hay nada más complicado que la conversión, o tal vez, nada más sencillo, si me dejo hacer por Dios. Es difícil cuando me empeño en que sea todo fruto de mi esfuerzo. Lo sujeto a mi voluntad. Y exijo la perfección a mis actos sin alegrarme de mi situación actual, de mi sí de ahora a Dios. Es fácil cuando simplemente me dejo hacer y llevar por Él. Cuando dejo crecer en mí el deseo de estar con Él para siempre.
Importa el presente. El aquí y el ahora. La conversión no significa que a partir de ahora el converso no se vaya a equivocar de nuevo. Es una alegría en presente, no en futuro.
Jesús me muestra a un Dios que me ama y me espera tal como estoy ahora. A un Dios que me va a buscar donde me encuentre. Dios lo deja todo por buscarme a mí, que no lo busco tantas veces, que me alejo voluntariamente. Y cuando me encuentra hace una fiesta y se alegra de estar conmigo.
Me desborda esta manera de vivir y de amar. ¡Cuánto me cuesta creerme que Dios me ama como soy y se alegra al abrazarme!¡Cuánto me cuesta creer en su misericordia al contemplar mi historia, llena de luces y de sombras!
Él me conoce, ve la verdad y la mentira de mi vida y quiere vivir conmigo sabiendo cuántas contradicciones hay en mí.Él me conoce en profundidad y me llama tiernamente tal como soy ahora, no como yo creo que debería ser. Y me acompaña, y me enseña con paciencia.
Comenta el Papa Francisco en la exhortación Amoris Laetitia: “Sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día”.
Jesús me muestra lo que puedo llegar a ser y me acompaña con paciencia. Me mira con misericordia, me abraza como soy y sueña con lo que puedo llegar a ser si me dejo hacer.
Me gustaría creer de verdad en su misericordia para poder calmar mi sed. Y me gustaría vivir el camino con Él, aprendiendo de Él.
Así aprenderé a dejar que cualquiera se acerque a mí. Viviré con el alma abierta a lo que Dios me regale. Me gustaría convertirme de verdad para poder ser camino de conversión para otros. Me gustaría volver siempre a buscar a mi padre. A colgarme en sus hombros, a hundirme en su pecho.
Quiero ese amor que es capaz de mover el mundo. Creo en eso. Lo creo profundamente. Pero, ¡qué pequeño es mi amor! Tal vez no acabo de convertirme.
Quiero aprender a mirar como mira Jesús. Con su mirada misericordiosa. Cada hombre tiene un valor sagrado. Eso lo aprendo de Jesús. Quiero ser su amigo, vivir con Él.
Quiero sentirme amado en lo que soy para que muchos se sientan amados en lo que son. Más allá de su pecado. Amados como hijos. Todos somos pecadores, todos necesitamos que Jesús nos busque, nos acoja y sane nuestras heridas.Necesitamos que se alegre porque he vuelto, porque estoy con Él.
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