Estos 3 pasos pueden ayudarte a ser una persona con integridad y fortalecer tus relaciones
Empiezo con esta humilde confesión porque no quiero sonar demasiado arrogante –la arrogancia es uno de mis principales defectos, por cierto– al asegurar que se me da bastante bien responder a los insultos.
Muy poco de lo que cualquiera pueda decirme me afecta ya, suscita una réplica o me hace hacer o decir algo que lamente. La triste verdad es que a la mayoría de los sacerdotes se les da bien encajar insultos, y yo he aprendido a mantener el optimismo a lo largo de los años observando a sacerdotes mayores a los que admiro.
La gente nos dice cosas de lo más estrafalarias, así que, después de un tiempo, nos convertimos en expertos de la digestión de golpes emocionales. No vienen de nuestros feligreses necesariamente.
Normalmente, los feligreses son encantadores; lo que pasa es que los sacerdotes son un blanco muy visible para cualquiera que esté enfadado con Dios o que haya desplazado su ira hacia otras personas. He visto a personas decir cosas absolutamente terribles a sacerdotes cuya respuesta no se quedaba lejos de la santidad.
No nací con esta habilidad. Tuve que aprenderla. Y si yo puedo aprenderla, tú también puedes. En cierto modo, es extraño que la vida se las apañe para obligarnos a aprender a recibir insultos; pero son cosas que pasan. Sin duda, uno no tiene que ser sacerdote para que le insulten. A todos nos han insultado alguna vez. Probablemente todos hemos dedicado un insulto. Es esa declaración apresurada que desearíamos poder retirar en el mismo instante que escapa de nuestros labios. Sucede tan a menudo que resulta increíblemente útil saber cómo lidiar con ello; de otro modo, puede llegar a arruinar familias y amistades.
Un insulto real –del tipo que toca la fibra y deja un daño duradero– siempre es personal. Ataca la identidad de una persona, pintándolo como esencialmente defectuoso en el mismo centro de su ser. Aquí es donde mis defectos se convierten en mis fortalezas. Resulta que soy una persona con una confianza en mí mismo extraordinaria. Esto me mete en problemas algunas veces, pero también me permite adaptarme bien en la absorción de insultos. Nunca permito que el insulto me defina porque yo sé quién soy.
Tener la suficiente seguridad en uno mismo como para no permitir que el insulto se convierta en personal es el primer paso para responder de forma positiva. En vez de ceder a la autocompasión, devolver el ataque con una réplica airada que disimule el dolor o agonizar por un comentario malicioso, recuérdate que los insultos a menudo dicen más de la persona que insulta que sobre ti. No es una excusa, pero la persona que insulta probablemente esté triste, dolida y llena de dudas. Quizás se sienta impotente debido a otra situación en su vida y tú le pareciste un objetivo fácil que le ayudara a reafirmar cierto sentido de control. ¿Quién sabe? Quizás el que insulta sabe exactamente lo que te está haciendo y, para él o ella, sí es algo personal. Para ti, no tiene por qué serlo. Sabe quién eres.
La segunda forma de responder a un insulto deriva de la primera. Si tienes seguridad en tu identidad, puedes tomar la sustancia del insulto con calma y seriedad. Quizás no sea más que un ataque personal, lleno de falsedad y bilis. En este caso, lo mejor es pasar página sin dedicar otro segundo a pensar en ello. Sin embargo, a veces el insulto puede ocultar cierta sustancia que puedes aprovechar para tu crecimiento personal.
Un gran ejemplo de esta actitud es san Juan María Vianney. En el año 1818, llegó a su primer destino sacerdotal en la parroquia rural de Ars, en Francia. Había pasado por los pelos sus exámenes en el seminario y sus superiores no lo tenían en alta estima, así que lo enviaron a un pueblecito tranquilo donde no pudiera causar gran daño.
No mucho después de su llegada, los sacerdotes vecinos se quejaron de él, llamándolo ignorante. Luego enviaron una solicitud al obispo para que lo reasignaran y, cuando la solicitud llegó accidentalmente a la rectoría de Vianney, él vio las firmas de sus hermanos sacerdotes. Vio el insulto.
Así que él también la firmó con su nombre y envió personalmente por correo la solicitud al obispo. Vianney sabía –como todos los sacerdotes– que era indigno de su vocación y estaba dispuesto a tomar seriamente la sustancia del insulto. Continuó trabajando y creciendo en sabiduría y, con el tiempo, se hizo famoso por su sabio consejo y su capacidad para la enseñanza. Desechó el insulto en sí, absorbió su sustancia y convirtió su debilidad en fortaleza.
El tercer paso importante en la respuesta a un insulto es tomarse tiempo para ponderarlo antes de responder. Una respuesta rápida será, inevitablemente, una respuesta pobre porque lo más probable es que esté motivada por una emoción negativa. Cada vez que he respondido con rapidez a palabras que me parecieron ofensivas, siempre lo lamenté. He aprendido por las malas a siempre tomarme unos segundos –o el tiempo que sea necesario– para valorar una respuesta prudente.
Un maravilloso ejemplo de esto es el famoso incidente que ocurrió en 1997 cuando Steve Jobs recibió una “pregunta” insultante en la Conferencia Mundial de Desarrolladores de Apple. Durante el tiempo de preguntas a Jobs, un hombre empezó su intervención diciendo: “Es tristemente claro que, en varios temas que ha tratado, usted no sabe de lo que está hablando”.
Luego, terminó con otro insulto más: “Quizás podría decirnos lo que ha estado haciendo usted personalmente en los últimos siete años”. Para responder, Jobs se mantuvo en silencio pensando durante un tiempo largo e incómodo antes de hablar.
Y siguió todos los pasos descritos en las líneas anteriores. No se lo tomó como algo personal, se tomó en serio el contenido subyacente del insulto y, después de dedicar un tiempo a pensar una respuesta apropiada y razonable, habló. La manera en que Jobs respondió se ganó la simpatía y el respeto de todos los presentes.
La vida es demasiado corta para desperdiciar nuestra energía respondiendo a la negatividad con más negatividad. La forma en que respondes a un insulto no habla realmente de la otra persona, sino de ti mismo o misma. Te corresponde a ti definirte a ti mismo, no a cualquier otra persona. Te corresponde a ti aprovechar la oportunidad para extraer cualquier consejo constructivo y usar ese intercambio como oportunidad para mejoría personal. Te corresponde a ti dedicar tiempo a reflexionar sobre cómo responder positivamente, para caminar sin entrar en el barro, para ser amable y empático.
Todos tenemos defectos, pero esos defectos no tienen que arrastrarnos al lodazal, porque cada defecto es una oportunidad, cada insulto una invitación a aceptar el reto. Podemos ser mejores e incluso las interacciones más negativas que experimentamos están llenas de oportunidades.
Michael Rennier, Aleteia
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