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lunes, 12 de octubre de 2020

Los sorprendentes beneficios de compartir dormitorio con hermanos

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La convivencia entre hermanos en la misma habitación conlleva beneficios, siempre que sepan llevarlo bien y respeten el ritmo y la intimidad de cada uno. 

Cuando era pequeño, cambiar de dormitorio era como cambiar de sitio en la clase, pero más divertido: todo un acontecimiento en miniatura. La disposición de los lugares permanece marcada en nuestra memoria, junto con los pequeños recuerdos vinculados a cada sitio.

En muchas familias, hay un dormitorio para los pequeños y otro para los grandes, hasta que, un día, alguno mayor se queda la habitación para él o ella. Este concepto geográfico doméstico marca discretamente las etapas de una historia familiar.

Compartir dormitorio ayuda a comprenderse mejor

En algunos casos, he constatado otra forma de proceder que me sorprende y me parece beneficiosa. Se trata de familias en las que ponen juntos a un hermano mayor con otro pequeño. Los ritmos son diferentes pero, al menos, no pueden ignorarse ni evitarse.

Es una oportunidad para “trabajar” las relaciones entre hermanos. El mayor ejerce un pequeño apostolado hacia el pequeño pues a menudo, lo motiva a decir sus oraciones.

Esta convivencia contribuye a que grandes y pequeños se conozcan de verdad. Porque pueden ser hermanos y hermanas y, aun así, conocerse mal. Con el paso del tiempo vivido bajo el mismo el techo, es necesario que los lazos se tejan más allá de las peleas y las fricciones.

Estoy convencido de que, fuera de la familia, hay otros lugares que pueden servir, y mucho, para construirse como personas. Pero dentro de los hermanos sigue habiendo un elemento de edificación, una sociabilidad cotidiana, una acogida del alma, un apostolado familiar.

Es cierto, cada niño es único, igual que cada familia. Y es precisamente por eso que el realismo del educador que se deja inspirar por el Espíritu del Señor resiste a las modelizaciones.

Al tener territorio común que compartir, hermanos y hermanas aprenden a pensar en el otro, a no centrarse tanto de uno mismo y a reconocer cómo sus actos afectan a los demás, para bien o para mal. Dicho de otra forma, el desprendimiento y el don de sí se aprenden ya entre hermanos.

Sin recomendar el hacinamiento ni suprimir los espacios de intimidad, esta itinerancia en la casa podría ayudar a mirar de otra forma a los hermanos y a comprenderlos mejor.

Con frecuencia, los hermanos son esos allegados a los que hay que aprender a amar… Que Jesús nos encarga amar… Y Él, que no tenía “lugar donde recostar la cabeza”, probablemente dormía junto a un discípulo distinto cada noche.

Vincent de Mello, Edifa

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