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jueves, 23 de octubre de 2025

Evangelio del dìa


 

Carta de San Pablo a los Romanos 6,19-23.

Voy a hablarles de una manera humana, teniendo en cuenta la debilidad natural de ustedes. Si antes entregaron sus miembros, haciéndolos esclavos de la impureza y del desorden hasta llegar a sus excesos, pónganlos ahora al servicio de la justicia para alcanzar la santidad.
Cuando eran esclavos del pecado, ustedes estaban libres con respecto de la justicia.
Pero, ¿Qué provecho sacaron entonces de las obras que ahora los avergüenzan? El resultado de esas obras es la muerte.
Ahora, en cambio, ustedes están libres del pecado y sometidos a Dios: el fruto de esto es la santidad y su resultado, la Vida eterna.
Porque el salario del pecado es la muerte, mientras que el don gratuito de Dios es la Vida eterna, en Cristo Jesús, nuestro Señor.


Salmo 1,1-2.3.4.6.

¡Feliz el que pone su confianza en el Señor!

¡Feliz el hombre
que no sigue el consejo de los malvados,
ni se detiene en el camino de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los impíos,
sino que se complace en la ley del Señor
y la medita de día y de noche!

El es como un árbol
plantado al borde de las aguas,
que produce fruto a su debido tiempo,
y cuyas hojas nunca se marchitan:
todo lo que haga le saldrá bien.

No sucede así con los malvados:
ellos son como paja que se lleva el viento.
Porque el Señor cuida el camino de los justos,
pero el camino de los malvados termina mal. 


Evangelio según San Lucas 12,49-53.

Jesús dijo a sus discípulos:
"Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!
Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!
¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división.
De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres:
el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra".


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.

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Bulle

Catecismo de la Iglesia Católica
§ 696. 728-730


«He venido a prender fuego en el mundo»

     Los símbolos del Espíritu Santo: el fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la Vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que «surgió como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha» (Sir 48,1), con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo, figura del fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca. Juan Bautista «que precede al Señor con el espíritu y el poder de Elías» (Lc 1,17), anuncia a Cristo como el que «bautizará en el Espíritu Santo y el fuego» (Lc 3,16), Espíritu del cual Jesús dirá: «He venido a traer fuego sobre la tierra  y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!». Bajo la forma de lenguas «como de fuego», como el Espíritu se posó sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de él  (Hch 2,3-4). La tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu Santo: «No extingáis el Espíritu» (1Te 5,19)...
     Jesús no revela plenamente el Espíritu Santo hasta que él mismo no ha sido glorificado por su Muerte y su Resurrección... Solamente cuando ha llegado la hora en que él va a ser glorificado, Jesús promete la venida del Espíritu Santo, ya que su Muerte y su Resurrección serán el cumplimiento de la Promesa hecha a los Padres: el Espíritu de Verdad, el otro Paráclito, será dado por el Padre en virtud de la oración de Jesús; será enviado por el Padre en nombre de Jesús; Jesús lo enviará de junto al Padre porque él ha salido del Padre...
    Por fin llega la hora de Jesús: Jesús entrega su Espíritu en las manos del Padre en
el momento en que por su Muerte es vencedor de la muerte, de modo que «resucitado de los muertos por la Gloria del Padre» (Rm 6,4), en seguida da a sus discípulos el Espíritu Santo dirigiendo sobre ellos su aliento (Jn 20,22).  (EDD)

Reflexión sobre el cuadro

Con bastante frecuencia, como sacerdote, terminaba una reunión con los feligreses o con las escuelas con las palabras "Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor". Esa imagen del fuego está en el corazón del Evangelio de hoy, donde Jesús dice: "He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cómo quisiera que ardiera ya!". Juan el Bautista lo había predicho al decir que el Mesías bautizaría "con Espíritu Santo y con fuego". Y, en efecto, en Pentecostés se cumplió esa promesa: lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de los discípulos y éstos se llenaron de valor divino.

El fuego es una de las imágenes más poderosas y recurrentes de las Escrituras. Es a la vez destructor y purificador. Moisés se encuentra con Dios en el fuego de la zarza ardiente; los israelitas son conducidos por una columna de fuego a través del desierto. El fuego consume, pero también renueva. En la naturaleza, un agricultor quema los rastrojos de un campo para que la tierra se refresque para una nueva cosecha; en los páramos, el brezo se quema para dar paso a nuevos brotes de vida. Lo mismo ocurre con el corazón humano. El fuego de Dios quema lo que está muerto o crecido en nosotros (el orgullo, el egoísmo, el pecado), no para destruir, sino para dejar espacio para que crezca algo nuevo. El fuego divino nos purifica para que arraigue una vida nueva, una gracia nueva y un amor nuevo.

El Gran Incendio de Londres, 1666, de Lieve Verschuier, recoge uno de los acontecimientos más aterradores y destructivos de la Europa del siglo XVII. El incendio comenzó en una panadería de Pudding Lane y se prolongó durante cuatro días, destruyendo más de 13.000 casas, cerca de 90 iglesias y gran parte de la ciudad medieval. Pintado una década después de la catástrofe, el lienzo de Verschuier muestra Londres envuelta en un resplandor apocalíptico. Las llamas anaranjadas devoran el horizonte, el humo ondea sobre el Támesis, los barcos se llenan de gente que huye del infierno.

Cuando Jesús dice en nuestra lectura de hoy: "¡Cómo quisiera que ardiera ya!", no está hablando de destrucción, como ilustra nuestro cuadro, sino de transformación. Su fuego no es el que consume ciudades o arruina vidas; es el fuego del Espíritu Santo: una llama que purifica, ilumina y renueva. Donde el fuego terrenal deja cenizas, el fuego de Cristo deja vida nueva.

by Padre Patrick van der Vorst

Oracion

Ven Espíritu Santo, envía tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento.

(EWTN)

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